Mi bebé es como una versión mini de Maluma, oye, pana, oye brother: los idiomas sin barreras, ya si eso…
Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Tardes de lluvia» de Mikel Erentxu
Siempre he sido una entusiasta del camino, del de tropezar y tropezar y tropezar hasta que te duelen las uñas de los pies de darte mil y una veces con la misma piedra, y así aprender que eso no se toca, eso no mira, eso no se llora. El camino, ese senderito que te vas marcando con miguitas de pan para que los tuyos te encuentren, llegado el caso hipotetiquííííííisimo de que se te ocurra irte a algún lado sin ellos. Sin ellos. Me releo y no entiendo muy bien a qué me refiero, porque cuando tienes niños, ya no hay ellos ni tú, simplemente somos: ya está. Lo singular da paso a la singularidad, porque ya nada puede ser sin séquito ni algabía infantil. Y de serlo, pues ya no me apetece, ya no es un plan; porque no soy capaz de renunciar a su compañía, a sus abrazos locos, a sus rabietas inexplicables, a sus atracones de kiwi y obleas (a qué sabrá esto, me pregunto…), a sus hoy en el cole un desastre, un mayor ralló el pasillo con mi coche retráctil y se montó la gorda, mamita. Renunciar a ser parte del universo que he creado, me resulta un castigo de difícil acomodo. Cosa que, por otro lado, se da de frente con el ataque de stress que me acomete cuando la lluvia no nos lo pone fácil para hacer ocio fuera de casa. Esos días. No digo más: que haya suerte y Espidifén para todos, ohlalá.
– ¡Frío caca…! – El bebé, con la nariz pegada a la ventana del salón, hace nubes de vaho y moco, mientras protesta por el mal tiempo, que le parece lo ya dicho.
– Lorenzo dijo caca y a él no le riñes, aaaah, claroooo… – El mayor, que va disfrazado de Power Ranger pero con un tridente de demonio, protesta por lo poco equilibrado que está el ‘no quiero palabras feas, ni una’.
– Nicolás, el bebé es pequeño, y no sabe tantas palabras como tú… – Arqueo las cejas, y hago lo que puedo por despegar la nariz de Lorenzo del cristal, porque se va a quedar sin tabique – No sabe lo que dice.
– ¡Frío caca y culo…!
El bebé nos mira a su hermano y a mí, desafiante, porque sabe que estamos hablando de él. A un tipo extraordinario que con dos años y medio sabe el abecedario, contar hasta 30 y te pide que le hagas un contrabajo con plastilina, lo de suponerle que no sabe lo que dice, hasta parece que le molesta, oigan.
– Pues para no saber lo que dice, caca le pareció poco: ahora dijo también culo – Nicolás se ríe, porque aun no acaba de entender cómo su hermano ha crecido tan rápido. Está preparado para entender que los zombies son muertos que lo están poco, que Dora es, en realidad, una pelota de Rugbie con peluca, que el jarabe de la fiebre sabe tanto a naranja como mi dedo índice a chocolate Milka. Está preparado para todo, menos para aceptar que queda poco para que sea uno como él. Un niño que blableblibloblú.
– ¿Pero vamos a ver, chico? – Protesto, con los brazos en jarras – ¿Quieres dejar de decir caca y culo y pedo y pis y caca y culo y pedo y pis…? Vaya etapa la tuya. Me tienes frita, eh…
Y en eso que el bebé aterriza en la conversación, sale despavorido, pero con rumbo fijo. Vuelve…
– ¿Un sartén y un vevo frita, sí?*
Una sartén y un huevo frito, ¿sí?*. Y jugando a Arguiñano, mi pequeño miniyó me ofrece un tenedor con un huevo de madera, para que pruebe si está realmente tan reseco como aparenta. Me echo hacia atrás, temiendo que me va a saltar un piño a huevazo limpio.
– ¡Nooo valeeeeee…! – Chasquido de lengua – Yo también quería jugar a los cocineros y Lorenzo se cogió la sartéééééén. ¿Y yo con qué cocino ahora…?
– Ñicoaaas, tú stabs yugand a ños poñerranññr…*
Con los dientes apretados y los labios a modo de AirBag (invasión ovo-ligna en marcha, ojú…), le recuerdo a Nicolás que él estaba jugando a Power Ranger, tipos en pijama con superpoderes, que dan saltos que me río yo de un kanguro con cistitis.
– Ya, pero eso fue antes de que la idea de cocinar se me metiese en esta oreja, ¿o es que no lo ves? – Y se lleva la mano a la tal.
– Oeja de muuurrooo, ioooiooooo…* – Arguye el bebé, poniendo las manos a cada lado de su cara comestible, a modo de apéndice tan auditivo como animal.
Oreja de burro, io, io, iooooo*. Vale, venga, empieza el show de Benny Hill.
– Maaamiiii, que el bebé me llamó burro… – Cierto, pero más cierto que la verdad absoluta.
– Ioioooiooooo… – Claro, pero más claro que la claridad absoluta.
– Maaamiiii, claro, y él como es pequeño, no le dices nada, aaaaah… – Nicolás se enfurruña, y para evitar que podemos ver sus pucheros, se pone una careta de pitufo que encuentra por el suelo (tenía opciones y variedad, porque hay decenas tapizando el parquet del salón).
– Es un muuurro bluuuuuuuue…
Y el pequeño, que además de listo es obstinado y observador, repara en que su hermano ha cambiado de color: ahora es más blue que nunca. No es la primera vez que se lo participo, prendas, mi bebé es como una versión mini de Maluma, oye, pana, oye brother: los idiomas sin barreras, ya si eso…
– Mamiiiiitaaaaa, yo quiero ir al jardíííín…
Y el Power Ranger con tridente de demonio y careta de pitufo, se queda adherido al cristal de la ventana, lo que provoca que su hermano, haga lo propio: yo, lo que haga mi hermano siempre, que seguro que mola. Y otra vez el cristal empañado, verbigracia del vaho, las babas y las protestas.
– Hasta yo quiero ir… – Y suspiro pensando lo diferente que sería dejarlos súper free, súper wild, súper a su bola, y yo igual de free, igual de wild aunque nunca a mi bola. Suspiro, porque el invierno es tan largo y…
– ¡Frío caca…! – Apunta el mayor.
– ¡Frío caca…! – Itera el pequeño.
– ¡Frío caca…! – Coincide la madre de los corderos.
Y me uno a la quedada nasal contra el cristal. Es maravilloso pensar que a ninguno de mis niños les duele el apéndice nasal haciendo lo propio, porque yo lloro lagrimitas negras de la molestia eléctrica que me recorre nariz-dedo gordo del pie.
– Mamita… – Exclama Nicolás.
– Dime, vida… – Contesto, marcando mis morritos de besugo en mi propio vaho. Lo sé no tengo edad, los limpio yo, no soy ejemplo, pero qué c*ño, llueve y hacerlo, es divertido. Vale, no me digan nada, ya me catalogo yo sola: Lady Zumbadita, dígameeeee.
– Que has dicho caca… – Se ríe, viendo como su hermano chupa el cristal, como si fuese un pez limpia fondos.
– Nooooo… – Hago mueca cómica, para hacerlo cómplice – Traca, dije frío traca.
– ¡Frío caca traca maraca vaca paca…! – Apunta el bebe-succionador de cristales, en otra vida limpios.
– ¡Ostrás, mamita, Lorenzo sabe muchísimas palabras rimantes…! – Asombrado, hace una o con los labios.
– Es que Lorenzo es mucho, amor… – Y los dos lo abrazamos, hasta que el pequeño se siente acosado, y empieza a repartir brazadas como un molino.
– Mamita, mi hermano cuando venga a Kárate conmigo, va a ser el que más ladrillos rompa, como el juego que tenemos en la tablet… – Risa loca, claro, que el apunto lo pide.
– ¡Káratequiá…!
Y como si el espíritu de Jackie Chan viviese en esta apartada orilla, el bebé sale marcando una baby cata de artes marciales, hasta que da con la puerta del salón, a la que sacude una patada de Nakatchán que nos deja ojipláticos perdidos. Se da la vuelta y viene hacia nosotros, que nos damos por pateados…
– Checheché…- Se aparta, Nicolás – A mí no me des, que no puedo estar lesionado para el villancico del festival del cole.
– Aaaah, genial…- Arguyo, a todo jajajá – Entonces que me cargue a mí, que como no tengo festival, me puede hacer un Káratekiá hasta que se alisen las patas de gallo,
– ¿Ooomohase es galloooooo…? Kikirikííííííi…
Y con la misma, el bebé que cree hemos cambiado de juego y ahora censamos aves de corral (patas de gallo, remite a patas y a gallo: blanco y en botella…), así que decide hacernos un test de agudeza auditiva, emulando a ciento y la madre de animales que conocemos, y otros tantos que se inventa, como el maravilloso…
– ¿Oooomohase el osofanteeeee…? GrrrHuuuum
– Mamá, alguien debería decirle a Lorenzo que el osofante no existe… – Nicolás no puede parar de reír.
– ¿Por qué? Tú eres un pitufo disfrazado de Power Ranger y a mí me parece una combinación delirante y maravillosa para una tarde de lluvia.
– ¿Oooomohase el cocineroooo? Clocloclocló… – Mi pequeño improvisa un bol con la tapa de un bote y simula estar batiendo una tortilla.
– ¡Hey, mamita! ¡Ya sé! ¿Por qué no hacemos empanadillas, para jugar con la harina? – El entusiasmo lo inventó mi mayor.
– ¿Oooomohase las panadillas…? – Silencio – ¡Qué ricas, panadillas, mmmm…!
– ¡Una idea morrocotuda! A pringarse las manos, se ha dicho…
Porque no hay mayor rebeldía que poner buen rollo al mal tiempo, los tres nos vamos a la cocina, sabedores (al menos mamá) de que lo vamos a pasar teta piruleta, aunque es más que probable que aquello acabe en guerra de guerrillas. Aun así. Con todas y con esas, el ocio doméstico es nuestro. Nada digo del Don Limpio, la aspiradora y bañera con doble de gel para reblandecer la masa seca debajo de las uñas, que eso viene de serie. Tardes de lluvia. Tardes de frío caca y culo. Ups, si al final, todo se pega…
noemartinez.es
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