Susana Gisbert
El pasado viernes algunos celebraron el Viernes Negro –que dicho en inglés, Black Friday, parece que suena mejor-, otro invento exportado con la sola idea de que nos rasquemos los bolsillos. Dicen que la razón del nombre de semejante cosa viene del color del humo de los coches por la aglomeración de tráfico el día siguiente al de Acción de Gracias, aunque hay otras versiones. Una, algo más metafórica, la que hace referencia a la relación con los números rojos de la cuenta corriente en descubierto. Otra, que no pude contrastar en modo alguno, relacionaba su origen con el mercado de esclavos, aunque un tuit que aludía a ello fue eliminado, así que prefiero olvidarla por terrible.
Pero, sea cual sea su origen, no me gusta. Y este año menos que ninguno, porque coincidía con el Día Internacional contra la Violencia de Género. Un día violeta, pero que hunde sus motivos en una razón negra como un pozo. Y no me gustó nada que en tal día dedicaran esfuerzos en redes y medios a incitarnos a comprar y en vendernos frívolos mensajes consumistas compitiendo por la supremacía en las redes con mensajes de indignación por esta pandemia y de esperanza para superarla. Tanto me da que coincida con el primer viernes después de una fiesta que nos es por completo ajena, si no fuera por las numerosas películas en las que sale.
Recuerdo de mis tiempos de estudiante que el color negro se atribuía –y se sigue atribuyendo- a todo aquello que tenía una connotación negativa. El famoso lunes negro de Wall Street, sin ir más lejos. Y nos referimos a un Verano Negro para la violencia de género o los accidentes de tráfico cuando son muchas las víctimas. Así que me parecía hasta de mal gusto la coincidencia.
Confieso que no soy amiga de consumir el día que me imponen, por más que más de una vez haya sucumbido al día de los enamorados o el día de la madre. Pero lo de este engendro injertado me ha superado. Como si quisiéramos plantar una frondosa planta tropical en medio del desierto del Sahara. Y espero que el resultado haya sido parecido, y que la planta perezca por falta de agua. Pero como a veces somos tan seguidistas, vaya usted a saber…
Y digo yo que, si de fomentar el consumo se trata, podríamos haberle dado una forma más adecuada a nuestra cultura -¿o falta de ella?- y llamarlo ofertas prenavideñas, que es de lo que se trata. Pero claro, igual entonces la cosa no era tan cool, como no lo es comerse un bizcocho de chocolate en vez de un brownie, una galleta en vez de una cookie, o un smoothie en vez de un batido. Dónde va a parar…
Veremos a ver cuál es la siguiente ocurrencia, y que es lo siguiente que nos quieren vender. No descarto que cualquier día la Nochebuena se convierta en la Zambomba´s Night si a algún avezado empresario le diera por tratar de vender ese instrumento.
Así que, por si acaso, voy a ver si consigo sacarle algún sonido, una asignatura pendiente de toda la vida, no sea que la Zambomba´s Day me pille con el pie cambiado…o con la boca llena de polvorones.
@gisb_sus
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