Entretenimiento

Quédate a dormir

Con mi pequerrecholo entre nórdico y colchón, finjo estar jugando a las tiendas de campaña, para que su vocerío quede amortiguado entre el relleno 100% plumón

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Quédate a dormir», de Mclan

 
De las muchas cosas que se vuelven imprescindibles (a falta de uso, claro) en un hogar con niños, el despertador, es, sin duda, el Queen Mary de todas ellas. Pobre de la madre primeriza, que cuando se tira en la cama, piensa: pondré el despertador, no vaya a ser que se pase la hora del biberón de las 12:00, las 03:00, las 06:00. Pobre de la madre, que tras el parto del segundo bebé, se tira en la cama, piensa: pondré el despertador, no vaya a ser que me quede dormida y abra los ojos para la navidad del 2024. Pobre de la madre, experimentada o no, que crea que dormir es un verbo regular, de fácil conjugación cuando los niños andan de por medio. Si hay algo que no encaja en un hogar con churumbeles, es, sin duda un despertador.

– ¡…enlaaaanjadepipiiiitoiaiaiaiaiooooooo…! ¡…enlaaaanjadepipiiiitoiaiaiaiaiooooooo…! ¡…hibíaaaamuxosanimaiiiiitosiaiaiaooooo…!

De un sobresalto, me doy con la esquina de la mesilla, porque para cualquier cosa estoy preparada (guerra química, ataque zombie, invasión mutante) salvo para censar animalitos y hacerlo de muy madrugada. Me hago cargo de mi torpeza natural a horas que no tienen ni nombre, y tratando de que el mayor no haga los coros desde su habitación, me tiro en plancha a por el bebé. Con los brazos aun extenuados por el trajín del día que recién acaba de terminar, lo cojo, segura de que la SuperNanny me pondría un cero patero, y la ‘Asociación de Madres Que lo Saben Todo’, me harían vudú. Pero qué puedo hacer yo, a las tres menos poco de la mañana, con un bebé cantando a todo pulmón la granja de Pepito, íaíaoooooo. Sacarlo de la cuna tiene sus cosas y sus cositas, porque por un lado se calma y (suele) callarse, pero por otro…

– ¿ibiujosímamiiii…?*

Dibujos, sí, mami*.

Y dibujos, no, cari, porque aun es muy temprano, y tengo tanto sueño atascado en los ojos que, cuando parpadeo, se me gira el iris y parezco la niña del exorcista. Quiero llorar, pero tampoco puedo, porque podría alterar al mayor. Lorenzo, que sabe que a la fuerza siempre me gana, forcejea para que le deje libre, empijamado perdido, en la semi oscuridad de la lamparita de los miedos, para irse a su bola Manola, y ser el primero en ponerse en primera línea de fuego de Disney Channel (en serio, alguien debería estudiar por qué los niños se acercan tanto a la tele: cuando asoma Pluto, miedito me da que el bebé se agache y pueda verle los eggs, no digo más…).

– bajarsívaleeee… – Me dice, sin dejar de moverse. Estoy tan cansadita, que creo me va a romper los brazos en dos. Vuelvo a mirar el reloj: tonta de mí, ganas de infelicidad la mía, oigan.

– Lorenzo, no podemos bajar: están todos durmiendo, es de nocheeee…

Y trato de acurrucarlo en mi regazo, momento en el que él entiende estoy poniéndole un cepo como los de los municipales cuando aparcas en línea amarilla, y me larga un mordisco tan estupendo, que temo se haya llevado entre incisivo y molar un filete de pechuga, y no de pavo, sino de mi menda lerenda. El dolor no existe, que diría Daniel Sam de Karate Kid. Respiro y sufro para dentro, porque sé que de la contención de mi ayayayay saldrán los escasos minutos de sueño que me quedan hasta que sea oficialmente la hora de levantarse – vestirse -dar el desayuno – lavar cara/manos/dientes y hacer pisescacas-arreglar las habitaciones. Si después de la Gimkana del amor quedara o quedase tiempo para mí, lo mismo me apuntalo las pestañas, me trazo con EyeLiner un tramo de la AP-9 en el párpado superior (a veces, me tizno el inferior, y ya voy muy feliz a lo La Naranja Mecánica…), me pinto los labios con una barra fija, que si yerro en la primera intentona, recuerdo al payaso de Micolor y me peino como lo hacen las chicas molonas en las pelis molonas, sólo que a mí, con narcolepsia vital + prisa + cansancio + stress que me posee, el moño desenfadado me confiere un halo de ‘Josefa, la de las bolsas, reina madre del síndrome Diógenes’, que ni te cuento… Pero a lo que íbamos.

– Pequeñito: hay que dormir, que no salió el sol…

– solsolesiiiitocalientameeeeunpukitoooooparahoyparamañannnnnaparatodalasemmanaa…

Y así, a escape libre, mi bebé se cree que esto es un asalto de La Voz Kids, y se marca un nuevo Hit Parade. Ganas me entran de improvisar una escafandra con mis manos (amordazar suena feo y lo es, pero la verdad…), porque ya no sé cómo parar su lado gramola en modo ON. Si se arranca ahora por Miguel Bosé y su Bandido, mátame camión…

– Oyeeee, no cantes tan alto, que vas a despertar a los vecinos…

Lo meto en la cama conmigo, otro atentado contra la educación civilizada, en la que impera el porteo (saquito de paseo, colgado a los hombros) y la lactancia natural hasta que se te quedan las tetitas como ubres de cabra tirolesa. Todo es bien, menos lo que hago yo, y esa es siempre mi percepción cuando atajo/sofoco/amaino fuegos en la crianza de mi hogar. Así pues, con mi pequerrecholo entre nórdico y colchón, finjo estar jugando a las tiendas de campaña, para que su vocerío quede amortiguado entre el relleno 100% plumón. Lo primerito que hace, el muy gandul, es cambiar el acting, porque si no puede cantar para que lo escuchen en Villamayor de Monjardín, pues pa’qué. Así que, sin encomendarse a Dios, pero haciendo migas con el diablo, decide que lo mejor para recuperar el sueño, es gatear, edredón abajo, hasta que da con mis pies.

– ¡C*ñoooooooooooooo, que no se muerde!

Tarde, porque el muchacho decide que me sobran dedos: pseudo mutilación al canto. Del pedazo de mordisco que me larga, no es que vea las estrellas, es que las censo. Claro, tampoco esta vez puedo gritar, porque…

– mamitaIcolashdumiendoshhhhh*.

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Mamita, que Nicolás está durmiendo*.

Una cosa hay que reconocerles a estos bichos, bolitas rellenas de pan y amor, y es que son listos como un premio Nobel. No sólo le parece maravilloso amputarme un dedo (el meñique, para ser exactos), sino que el problema no era mi lesión, sino que yo infringiese la norma de no gritar-cantar para no despertar al mayor. Lo miro y pienso que mucho se tienen que torcer las cosas para que este ser no llegue lejos con su inteligencia emocional.

– Mira, ponte a dormir porque mira, mira, que te, que te…

Y lo pongo otra vez sobre mi pecho, sintiendo como me aplasta el esternón. Ya no es un bebé de regazo, pero con tal de que se duerma, lo acuno como si esto fuese Port Aventura. Mientras estoy dale que te pego, eaeaeaeaeaduermepequeñitoduermeandaduerme, escucho un tic, tac de fondo. No quiero hacerlo, y sin embargo lo hago, porque el masoquismo nocturno funciona así cuando vas a mil, tan quemada como mechas de Choni.

El despertador, qué sino…

– ¡Ay, la maaaaaadre que te parióóóóo, las cuaaaatro y mediaaaaa…! – Suspiro y me tapo la cara con las manos. No doy crédito, y sin embargo son, tal – Mira, ponte a dormir ya, que nos coge al Ángelus…
De repente, oigo pasitos algodonados, como de fantasma con calcetines, y me digo N-O P-U-E-D-E S-E-R. Pero lo es, porque al instante, noto como alguien escala, edredón arriba, reclamando su sitio.

– ¿Estáis jugando al campiiiiing…? Yo siempre me lo pierdo todooooo…

Y el mayor, al que no podía ni quería despertar con el estribillo de la granja de Pepito, el sol solecito, al que no quería importunar con los lamentos de dolor con mi dedo atrapado en los incisivos afilados de mi bebé, aparece en la cama, como si aquello fuese una fiesta. Pues nada, a gozarla, qué otra cosa puedo hacer…

– ¡Hola, lindo! No sabía que estabas despierto… – Le beso la cocorota y hago un sitio al lado de su hermano, que empieza a darle patadas a lo loco, pillándome, cómo no, de por medio – ¡Lorenzo, como me cargues a patadas te meto en la cuna de nuevo, eeeeh…!

– Déjalo, mamita, que si le llevas la contraria nos va a dar patadas a los dos, y con lo que voy a gritar si me hace daño, voy a despertar a papá… – Arguye el mayor, poniéndome de escudo humano.

– ¡Pa-pa-pi-to! ¡Pa-pa-pi-to! ¡Pa-pa-pi-to! ¡Pa-pa-pi-to!

El pequeño, que a-estas-horas-mangas-verdes ya está Full Energy, comienza a berrear como si esto fuera un boxes de F1. Extenuada, miro a mis miniyó y me pregunto qué cosa era la que hacía yo antes de tener niños. Dormir, sin duda, es la number one, y pensar en eso me imbuye en un mar de añoranza divina. Sé que no voy a volver a dormir una noche entera hasta que el paciente padre y yo estemos en edad de ir a una de esas excursiones de jubilados, en la que nos vendan tarteras, jarras de agua anti cal y hasta un pez payaso que recita a Bécquer mientras pone a punto las burbujas del Jacuzzi.
Titití. Titití. Titití.

– Mamiiii, ya sonó las hora de tu reloj… – Mi mayor, se incorpora, con el edredón a modo de capa, que confiera un qué sé yo que me recuerda a ET en la cesta de la bicicleta de Eliot.

– ChichichíChichichíChichichímamiiiiii… – Nos regala el pequeño.

– ¿Sabéis qué…? – Los abrazo muuucho, muuuucho, muuuucho – Que como cuando seáis adolescentes me digáis que tenéis trauma por déficit afectivo, os doy en la cabeza con el plumero de limpiar el polvo.

– El plumero de limpiar el polvo tiene bacterias, mamita, qué asco…

– ¿A quién habrás salido tú tan listo, bribón…? – Le digo, divertida y muertesita de sueño.

– ¡A mí, hacedme un sitio…!

Y como éramos pocos, parió la abuela. Aparece papá / maridito, reclamando su lugar en la fiesta familiar. Y cual comunidad Amish en plena celebración de la fiesta de la cosecha, nos abrazamos y reímos todos juntos, porque una cosa es no dormir, y otra ser infeliz por no hacerlo. Todo compensa, porque a fin de cuentas, la jubilación y el hotel ‘Fiesta-vende potas-jarras de agua descalcificadoras-pez payaso virtuoso’, no queda tan lejos. Oh, my God…

noemartinez.es

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