Susana Gisbert
Lo he oído una y mil veces. Gente que se llena la boca diciendo que si tuviera cerca una víctima de violencia de género la ayudaría sin dudarlo. Pero no conoce a ninguna. Por suerte, eso en su entorno no ocurre. Acabáramos.
Mientras, tal vez en la habitación de al lado, su hija se agobia porque no para de recibir mensajes de aquel chico con el que cortó hace un par de meses y no parece dispuesto a asumirlo. Y, aunque quiere hablar con su mejor amiga, no puede porque ésta tiene el móvil inactivo porque su novio se lo quitó para leer los mensajes que recibía. O tal vez sea con otra amiga con la que quiere quedar, ésa a la que apenas ve desde que empezó a salir con quien dice ser el amor de su vida, y pone mil excusas a la hora de verse.
O puede que no. Es posible que en nuestro entorno no ocurra tal cosa aunque no podamos quedarnos en el comedor de casa a ver la tele porque los vecinos son escandalosos y no queremos oir gritos, o quizás tengamos que tener las ventanas cerradas porque abajo están armando un jaleo terrible, como cada noche.
A lo mejor en nuestro entorno no ocurre, a pesar de que el otro día tuviéramos que irnos pronto de la boda de unos amigos porque nuestros compañeros de mesa se pusieron insufribles, o más bien él, porque a ella no la dejaba hablar. Y qué decir de aquel otro pariente del novio que se tomó alguna copa de más y no dejaba de decir ordinarieces a cualquier mujer que se cruzaba.
Y es que jamás consentiríamos el machismo. Por eso dejamos de ir de fin de semana con aquella pareja tan simpática, porque él se empeñaba en que fueran las mujeres quienes se encargaran de la cocina mientras ellos veían el fútbol. Pero hay que reconocer que esos chistes que él contaba, aunque eran machistas, tenían mucha gracia.
Pero es bueno salir con amigos. No íbamos a dejarlos de lado por esa tontería, y renunciar a esas cenas tan divertidas de grupo donde, no sé por qué, siguen teniendo la manía de que las chicas estén a un lado de la mesa y los chicos a otra. En la última, contaba una amiga la suerte que tenía su hija de haber encontrado un marido que le ayudaba en todo lo de la casa, lo contrario que su hijo, que se había casado con una lagarta que no solo le obligaba a poner la lavadora sino que no se dignaba a plancharle una camisa.
Y desde luego, es posible que en nuestro entorno no pase. Aunque no nos hayamos molestado en saber por qué dejó de acudir al trabajo aquella compañera o por qué tuvieron que trasladar tan apresuradamente al hijo del jefe a otra ciudad. Y a pesar de saber que el jefe de personal jamás contrataría a una chica en edad fértil porque menuda faena para todos si se queda embarazada.
Tampoco creemos que pase, aunque todos los días compramos el pan a aquella dependienta que, de un tiempo a esta parte, siempre va tapada aunque haga calor, y tiene tanta querencia a llevar gafas de sol aún a oscuras. Pero tenemos nuestra barra de pan todos los días, y nunca dice nada.
Probablemente, nada de todo eso hayamos vivido, y por eso podemos afirmar que no hay víctimas de violencia de género en nuestro entorno. Pero tal vez, solo tal vez, hayan pasado por nuestro lado sin verlas. Y estén esperando que hagamos algo por ellas.
El maltrato está en todas partes. En acto o en potencia. Y a veces está tan agazapado que se sienta a nuestro lado sin que lo identifiquemos. Pero tal vez, solo tal vez, nuestra hija, su amiga, la compañera de trabajo, la panadera o la mujer del matrimonio amigo pueden ser víctimas, aunque ni siquiera ellas mismas lo sepan. No cerremos los ojos ni consintamos esos comportamientos machistas como si fueran anécdotas sin importancia. Lo duro quizás no sea lo que ha pasado, sino lo que está por pasar. Y puede estar en nuestra mano que no pase.
Por eso, la próxima vez, antes de afirmar que no conocemos ningún caso de maltrato, pensemos la respuesta. Por ellas. Y quizás esta cambie. O no.
Y tal vez, solo tal vez, algún día podamos dejar de conmemorar el 25 de noviembre. Porque ya no haga falta.
@gisb_sus
Agregar comentario