Sin miedo

Con sólo cinco años, mi hijo ha cogido al vuelo cómo va el tinglado de las relaciones de pareja chico-chica: date por mangoneado

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, ‘Sin miedo’, de Rosana

 

– Yo nunca voy a tener novia, mamita…

– Harás lo que veas, amor… – Me relamo el bigote de emoción egoísta e inconfesable, pensando que para el bombón que he parido, no hay nadie como yo, pero…

– Es que si tienes novia, no puedes jugar a Pokemon, porque siempre quieren que juegues con ellas a las princesas Frozen.

Chof. Plof. Vaya, qué poco dura lo bueno; qué poco tarda la realidad en poner a mamá con los pies en tapiz amortiguado del parque de los columpios. No es el ‘comomimamininguna.com’ el dominio que postula (infeliz de mí, pasto de quimeras que es una…), sino que con sólo cinco años, mi hijo ha cogido al vuelo cómo va el tinglado de las relaciones de pareja chico-chica: date por mangoneado. Ahí vamos. Y es y ha sido así desde que el mundo es mundo y al margen de los tiempos modernos y 2.0 en los que vivamos. Yo, que soy mamá molona, pero también he sido niña mandona, sé, por experiencia del cargo y del ejercicio maravilloso de ser mujer, que cuando podemos hacer de ellos un pandero, hacemos dos, que uno, nos sabe a poco. Y claro, a estas edades, en las que hacer grupo es tan importante, llegan las reuniones asamblearias infantiles y las rebeldías internas, tan de cuestionar el polvo de mariposas…

– Yo no quiero tener novia nunca, porque si tengo novia me tengo que ir a vivir a otra casa, y yo no quiero estar en otra casa, que seguro no tienen mi barco pirata de Playmobil… – Y el pobre de mi mayor, casi con miedito descontrolado, me abraza, como pidiéndome amparo.

– ¿A otra casa…? ¿Tú…? ¿Sin papá, sin Lorenzo y sin mí…? ¡No te lo crees ni tú, chatito…!

Y me río, por sacarle peso a su inquietud y sus mieditos, pero sé, porque lo he parido y hasta que llegue la adolescencia puedo presumir de conocerlo tanto como a mi Thermomix, que necesita que alguien lo saque de este bucle fantasmagórico. Me imagino el comité de sabios de cinco años, analizando lo que es casarse, tener familia y cimentar un hogar. Lo que a priori pareciere el Gordo de la Lotería de Navidad, para un niño tan pequeño, que no conoce más seguridad que la de sus padres y su casa-casita-casa, lo de tener que emigrar a la morada de alguien que no conoce, para jugar a las princesas Frozen de por vida, le parece el ocaso de los Dioses…

– Es que es un rollo, mamita, porque si te casas, tienes que tener hijos y eso sí que no, ¡ni de broma…! –

Mi mayor se tapa la cara: todo en este tinglado le parece un espanto.

– ¿¡Ah, no…!? – Me río otra vez, porque este debate existencial es muy Monty Python – Pero no por algo o simplemente porque no, como cuando te mando a lavarte la cara después de comer natillas de chocolate y te haces el sordo…

– Puuuueeees noooo porque duele mucho al salir por la barriga, ¿o qué te crees…? –Ojos como platos, cara desencajada y mueca ‘Virgen Santa, maldito el día en que ingresé en esta especie gremio de los humano’.

– Nicolás, hijo, creo que el dolor de tener niños no es algo que deba preocuparte a ti, que eres un chico: los bebés sólo están en las barrigas de las mamás, no en las de los papás. Ya lo sabes…

Y me quiero reír tanto y tan alto que me oigan en Santoña, pero creo que no debo. El momento ‘los niños salen por la barriga’ tiene denominación de origen Mamá Prefiere Esperar a Contarte la Lo Que La Verdad Esconde. Podría habérselo contado tal cual, con el poco-nulo-casi inexistente romanticismo que tiene el relato de un parto vaginal, pero canguele me entró de que la estampa gore le regalase pesadillas (las tengo yo, ojú…). Así que, mi miniyó vuelve a la carga.

– Yaaa, ya lo sé, pero es que en el patio, oí decir a un niño mayor que los hombres también pueden tener niños, que su primo le contó que ahora se puede elegir. Y si se puede elegir, pues yo no quiero, que yo ya tengo a Lorenzo, que es mi bebé y ya me llega, ¿o qué te crees…?

– Ahá… – Y me quedo loca de fascinación popular. Pero loca hasta decir achilipú. Ahora se puede elegir, la frase es una creación perfecta. Sea quien sea el primo del que le haya contado esto a mi mayor, es un embajador de los sentimientos – Claro que se puede elegir tener niños o no, pero en todo caso, amor, no en su barriga, porque los chicos no tienen horno para dorar bollitos como tú…

Me echo a él, en un ataque de ‘te como vivo’, porque esa conexión tan exenta de vergüenza y de tabúes que campa a sus anchas entre nosotros es una cama elástica en la que mola mil rebotar y rebotar y rebotar, sabiendo que todo lo preocupa, se habla. Y ahí estábamos, los dos, uno exponiendo, la otra flipando.

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– Pero casarse es una decisión de mayores, no de niños… – Y no puedo reprimir mis ganas de apretarle la carita con mis manos, haciendo que sus mofletes me resulten dos bolitas anti stress.

– ¡Ñombregggggglaro…!* – Hombre, claro*. Estrujado perdido, lucha por vocalizar, zafándose de mi prisión manual – Porque yo cuando sea mayor también voy a elegir…

– ¿¡Ah, sí…!? – Inquiero, maravillada.

– Sí, voy a elegir si quiero ser Batman o Hulk…

Muero. Pero muero de muerte lenta y mullida, en un ataque de quererte más no puedo. Lo miro y pienso en alto…

– En todo caso, un súper héroe… – Ñoña, cursi, amorosa, casi en coma diabético maternal, lo abrazo para que no quede ni un centímetro fuera de mi influjo de baba y locura.

– Sí, un súper héroe pero siiiiin nooooviaaaa, ¿o qué te crees?, que ser un súper héroe es un trabajo de mil horas al día y no puedo distraer la fuerza jugando a princesas de Frozen…

Me troncho y me despiporro, porque dentro de muchos años, quizá no tantos, cuando sufra como un verraco porque el love no le asiste, porque la que hoy le pide jugar a Elsa y Anna entonces no le haga ni p*to caso y reprima lágrimas negras de amor no resuelto, esta conversación será digna de leyenda. Lo que cuando crecemos se convierte en una meta, en el mayor regalo de vivir, que no es otra cosa que sentirse amado y correspondido, mimado y deseado, cuidado y abrazado, cuando tienes cinco años y la responsabilidad genial de decidir si quieres ser Batman o Hulk (pijama con capita vs. musculitos de playa color acelga, toda una disyuntiva, no me digan) las dádivas no son cómo las pintan, sino como se cuentan en el patio. Dicho lo cual, mi sinrazón me lleva a afirmar, con alegría sandunguera, que si alguna vez alguien dijo una verdad, seguramente debió ser el primo de alguien. Impepinablemente.

– Mamita, ¿sabes dónde está mi martillo de Thor, el que lanza rayos y hace burruuuuum…? – Nicolás se incorpora, como si lo hubiesen llamado a filas.

– Ni idea: esta casa es ToyRUs… – Replico, con segundas intenciones.

– Sí que sabes: tú siempre sabes todo… – Me regala, seguro de que está en lo cierto.

– No te creas, a veces también tengo que preguntarle al primo de alguien para que me cuente… – Contesto, divertida.

– Pues vaya lío, mamita, porque como le preguntes al primo de Brais del campamento, ya verás… – Y mueve la palma de la mano de arriba abajo.

– Me temo lo peor… – No sé quién es Brais, mucho menos el primo de Brais.

– Es un infierno total: ¿sabes que dice que los ReyeeeesMagosyPaaaapáNooooelyelRatónPéreeeeezNoExisteeeeen? – Nicolás tiene los ojos tan abiertos, que si los abre más se le cuela dentro el cometa Halley.

Lo miro sin mover un músculo, sabedora de que cualquier movimiento en falso juega en contra de mi plan de credulidad en la magia infantil hasta que el cuerpo aguante. Pero tampoco quiero pasar a la historia de su vida como la gran farsanta, así que manejo mis naipes (y mis ganas de hacer pis, nervio va, nervio viene…), como puedo.

– ¿Y tú qué opinas…? – Pregunto, con seguridad farisea.

– Yo opino que si me traen regalos, existen, es que hay niños que no piensan, eeeeh…

– ¡Ahí le has dao…!

¡Ese es mi chico, mi aprendiz de súper héroe! Que 2 +2 son 4, salvo que sume yo y me den 5. Si hay regalos, hay ilusión. Vida sobra para que alguien descubra el truco del conejo en el sombrero de mago. Que sí, que los primos de los amigos son inevitables, c`est la vie. Pero qué pellizquito-penita da. Ains.

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