¿Cómo eran los ‘botellones’ en mis tiempos?

Pedro H. Pineda

Como quedamos en mi anterior entrada seguir hablando del tema, antes de continuar no estaría de más echar la vista atrás y contar algo de otros tiempos. Sitúate, querido amigo, más o menos, en las décadas 50 y 60 del anterior siglo. ¿Existían entonces los “botellones”? ¿Entonces…? ¿Cómo se divertía la juventud?

Para terminar pronto, te diré que no existía esa necesidad. En los pueblos la juventud se conocía sin ser obligadas las reuniones de fin de semana, ni nada por el estilo. Los jóvenes habían asistido al mismo colegio, vivían a diario el contacto, al menos “visual”, en los paseos de la calle mayor, participaban en las fiestas populares, de vez en cuando, con motivo de santos o cumpleaños, se organizaban pequeñas fiestas en la casa de algunos, con el permiso y “supervisión” de la familia –eran los típicos “guateques”, que proliferaban más en las ciudades-, etc. El objetivo principal era el de “buscar novia”, que a nadie o casi a nadie, le pasaba por la cabeza el conseguir un “plan”, sino pasárselo divertido, bailar –si te dejaban- y tomar algunos de aquellos refrescos que ya las madres preparaban. ¡Hombre!, algunas trampas se hacían, pero no pasaban de simples anécdotas…

¿Beber, fumar? Una y otra cosa siempre se hacía a escondidas de los mayores, cuya autoridad era casi tanta o más que la de los padres, puesto que éstos siempre se fiaban más de la persona que le contaba alguna “fechoría” de sus hijos que de ellos mismos. La juventud – por lo menos hasta los 18 años- no entraba a los bares entre otras cosas, porque no les iban a servir nada, y menos si era conocido… Y fumar, siempre a escondidas, porque si te veía algún conocido ya se te podías ir preparando al llegar a casa…

Beber o fumar era algo que se conseguía con más o menos libertad con la mayoría de edad. Beber o fumar o ambas cosas, eran signos de hombría, de madurez y, por el contrario, era algo mal visto en las mujeres. Para ellas, fumar era muy poco femenino y la que se atrevía a hacerlo corría el riesgo de que la llamaran “marimacho” o algún calificativo mucho peor, e igual sucedía con la bebida, que debía limitarse al consabido refresco.

La “mayoría” de edad, cuyo punto culminante se establecía al volver de la “mili” –en donde se afirmaba que nos hacíamos hombres-, llevaba a los jóvenes a estabilizarse en un trabajo y formar una familia, con lo que, como puede adivinarse, se acababan las “juergas” y correrías nocturnas, ya que el trabajo y los bebés, no dejaban lugar a ello; también porque estaba mal visto que un casado/a apareciese por algún “sarao”, simplemente para tomar una copita. Y, bueno, de la droga no hablo porque prácticamente no existía, o se desconocía que existiera, y a nadie se le pasaba por la cabeza ni siquiera probar…La “cultura del porro” llegó con la democracia.

O sea, que la “cultura del botellón” brillaba por su ausencia. ¡Que pena! La de cosas que no aprendimos los de aquellas generaciones. Por ejemplo:

– Nuestro hígado no tuvo ocasión de cargarse de alcohol y la única frase alusiva al tema era: “Hoy he trabajado hasta echar “los hígados”.

– Nuestros pulmones no sabían lo que era eso de la nicotina, y podías correr detrás de las perdices, hasta cansarlas, subirte a los árboles en busca de nidos, jugar dos o tres partidos de fútbol al día…

– Para “alucinar”, pues tenías en el cine a Brigitte Bardot, Sofía Loren, Silvana Mangano, Rita Hayworth… De verdad, se te ponían los ojos como platos, y sin un humo… plenamente consciente.

– No teníamos “móvil” pero había que “moverse” bastante para pasar los msg´s. “¡Oye, avisa a los de la panda que esta tarde a las cuatro nos vemos en el “Peñón de la Zorra”! (Lugar geográfíco de mi pueblo, testigo de numerosas aventuras – no confundir con el sinónimo figurado de “zorra”-)

– No teníamos “pasta”, pero seguro que haciendo una colecta entre los de la panda reuníamos unas pesetillas para medio litro de vino peleón y un puñado de avellanas… o, en algunas ocasiones, para una gaseosa de litro, de la que un amigo mío decía: “¡No emborracha, pero te riza el pelo!”

Bueno, bueno… la verdad es que eran otros tiempos y ya sabes, querido amigo, que no me gusta comparar. Lo que sí me gustaría es que, entre todos, y si tú me ayudas, podamos analizar un poco este fenómeno del botellón y las consecuencias educativas que podamos extraer. Cuento contigo para un próximo capítulo… Un abrazo, Pedro.

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Por su correlación con el anterior, reproducimos este artículo del pasado día 11 de Pedro H. Pineda

¿Porqué mueren nuestros hijos?

Hace unos días ocupó la cabecera de todos los diarios y telediarios la noticia de la muerte de una joven de doce años, mientras participaba en un “botellón”. No vamos a entrar, querido amigo, en los detalles del suceso, que supongo sobradamente conoces, así como también de las muchas cuestiones que se han suscitado en torno al desgraciado caso. Me estaría convirtiendo en un vulgar comentarista de los que suelen embotarnos la mente a diario con el mismo acontecimiento, que no tiene visos de terminar nunca y que acaba de salirnos, no “hasta en la sopa”, sino más allá de los postres.

Yo quisiera hoy proponerte unas reflexiones: ¿Por qué mueren nuestros hijos?

¿Quiénes se están aprovechando? ¿Qui prodest?

¿Quiénes sacan provecho de la relajación de las costumbres, de la degradación de la juventud, de la promiscuidad, del atontamiento social y político de los jóvenes y adolescentes, de la destrucción de la familia, de las instituciones sociales y religiosas…?

¿Quiénes no desean que la juventud crezca en un ambiente sano, deportivo, educación adecuada, dentro de su pueblo o barrio, de su familia, de sus instituciones, lejos de los peligros del alcohol, de la promiscuidad, de las bajas pasiones? ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién? – como se preguntaría Mouriño-.

Sin entrar en muchos detalles, porque esto es un artículo periodístico y no una tesis o un ensayo, te diría lo que pienso yo. Lo primero que me ha venido a la mente es el modo de actuar de algunos animales.  (No seas mal pensado y deduzcas que yo creo que nuestra juventud es “animal”). Me he acordado que hay una mosca “asquerosilla” llamada moscarda que cuando encuentra un trozo de carne, o cualquier resto de animal abandonado, inmediatamente coloca sus larvas para que se alimenten de sus proteínas. También de las avispas, que se la comen directamente, que a las larvas que las alimente el “avispo”, o sea, su padre, o del cangrejo ermitaño, que se come la carne de una caracola, para quedarse con su casa -concha-, como si fuera un “ocupa” cualquiera. O sea, que los animales -atención, animalistas- no se andan con chiquitas. Y los humanos, que tenemos un buen tanto por ciento de animal, tampoco vamos a la zaga.

¿Entonces? Por los botellones pululan “moscardones” que van vendiendo droga a tutiplén, alcohol camuflado, y toda serie de lindezas, como si pusieran sus larvas -negocietes- en la carne de la inocente juventud. Por los botellones abundan los depravados sexuales en busca de carne fresca y barata. Por los botellones se cuelan los cangrejos en busca de destruir una vida para quedarse con su casa – personalidad-.

¿Son los padres los responsables? ¿La Administración? ¿El propio individuo? ¿La culpa la tuvo el tren?

¿Qué te parece, querido amigo, si seguimos reflexionando otro día?

Podríamos recomenzar con el análisis de una situación real. Cuando una Administración tipo Ayuntamiento intenta solucionar un problema, por ejemplo la diversión de los jóvenes los fines de semana, lo resuelve organizando, a bombo y platillo, el llamado BOTELLÓN. Hablamos…

P.D.- Hay muchas formas de morir, una de ellas, poco a poco, degradándose y dejándose la personalidad en los parásitos. ¿Por qué mueren nuestros hijos?

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