¡Ay, mamasota…!

«… que si saco buenas notas, papá dijo que me va a llevar a ver una peli con gafas de 3D y asiento simulador de vuelo en caída libre ¡Toooooomaaaaa…!»

Noe Martinez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Mamasota», de Rosario Flores

https://www.youtube.com/watch?v=EtTJEsFLmVo
Pensaba el otro día en los mucho que han cambiado la manera de expresar los afectos en el clan familiar. Yo, que aunque a veces me da por pensar que nací antes de que el sol sacase el carnet B1, ya pertenezco a la era moderna, esa en la que los niños no suponían ya un estorbo, ni una de esas fases terminales de un matrimonio que seguramente no debía haberse enamorado nunca. Yo, que aún conservo dientes de naturaleza propia, que recuerdo haber visto tele en color desde que mi mundo es mundo, que atesoro recuerdos con cierto atisbo de tecnología e informática (el Spectrum, se me pongan en pie y un aplauso, por plis…), se me hace el estómago un as de guía, pensando en cómo han cambiado las cosas. Como ha cambiado la maternidad. Como ha cambiado el criar niños. Como ha cambiado el mundo, aunque en esencia, el impacto y la atracción de lo molón, permanece…

– ¿Sabes, qué, mamita? Que si saco las notas buenas…

– … que si saco buenas notas… – apuntillo, mientras le bajo un pelo-antena de la cocorota. Me divierte sobremanera reconocer rasgos familiares en este ser tan chiripitifláutico, origen de alegría indescriptible.

– … que si saco buenas notas, papá dijo que me va a llevar a ver una peli con gafas de 3D y asiento simulador de vuelo en caída libre ¡Toooooomaaaaa…!

– ¿Qué me cuentas…? – Me quedo muertesita, porque no sólo no he visto en mi vida una peli en 3D (cuando tuve oportunidad, no me llamaba la atención; nacieron los niños, arrivederci oportunidad. The End. Campana y se acabó), sino que desconocía que se hiciesen pases de pelis en la sala de despresurización de la NASA. Simulador de vuelo, gafas 3D. Pues muy bien, me congratula saber que no sólo estoy out en cuanto a cómo se mueve la cadera en una disco (la última vez que salí, se bailaba pasodoble, no digo más…), también estoy fuera de órbita en el ocio, así en general. Me atrevería a decir que estoy fuera la estratosfera en casi todo, menos en la programación de Nickelodeon o BabyTv, en el que podría acertar un rosco de Pasalabra, sin pestañear. Pero claro, esa habilidad no computa dentro del llamado ocio, y es una pena, porque ya no quedan islas desiertas en las que fardar de mis dotes de mamasota, en mi carita luce y en mis brazos explota.

– ¿Y sabes qué, mamita…? – Nicolás me mira, pletórico y orgulloso, porque el plan súper-mega-guay con su papá, no es para menos – Que es una peli de Pokemon, con las Pokebolas y sus Pokepoderes.

– Aaaaahaaaa…

No sé si lo habrán notado, chatos, pero mi mayor no está pasando por la etapa de por qué. Mi hijo, verbigracia de la educación full of autoestima en la que nos dejamos la piel, se prodiga en la etapa del sabías qué. Da igual de lo que se hable, el siempre tiene un sabías qué. Y lo sepa o no, su explicación personal al respecto de casi todo, es maravillosamente irrepetible, a rebosar de inteligencia emocional, inteligencia creativa, inteligencia intuitiva. Ese momento colosal en el que ambos, monte arriba, de excursión inesperada (yo en tacones, no digo más), nos miramos y me regala un ‘¿A que yo sé una cosa, mamita? ¿A que tú no andabas más…?’ denota no sólo agudeza visual, sino una unión fina y delicada, seguramente invisible, que nos ata más que el cordón umbilical. Se llama empatía y sensibilidad, dos regalos naturales que, si no los mimas, se esfuman, convirtiéndote en uno más. Uno como cualquier otro. Uno entre un millón; venimos de serie con estrella rutilante, cual neón de Music Hall, pero la vida, ¡ay, la vida…!

– Pero no te pongas triste, mamita, que cuando al bebé le crezca la nariz muuuucho y pueda sujetarse las gafas sin que le caigan, ya vamos los cuatro juntos, ¿vale…? – Y se me echa encima, en un ataque de cariño loco.

– Lo de la nariz es importante, claro… – No puedo parar de reír: me falta el aire; pero cuando parece que ya está, que ya pasó, vuelvo a empezar. Y así, toma y dale, hagan juego, señores…

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– ¿De qué te ríes tanto…? – Y él también se ríe, porque hacerlo es parte de su carácter. De forma de ser y de entender la vida. Lo miro y me muero de amor, porque es lo más bello que ha parido madre (que he sido yo, olééééé). Cuando creo que ya lo he visto todo en seres comestibles, se une el bebé, con su nariz, claro, aun sin crecer, y a mí me parece Paul Newman II. Lo miro, embobada. Tanta destreza, tanta torpeza, tanta ternura, tanto carácter. Segura de que voy a fenecer en un ataque de síndrome Stendhal (sinopsis: exceso de belleza produce borrachera épica, me río yo del Peppermint…), asisto a la traca final, al estruendo fin de fiesta.

– ¿…EpasómamitaEpasóTasLloaaando…? – Lorenzo, que tiene en su hermano un laguito cristalino en el que mirarse, ve que estoy llorando lagrimitas de cocodrilo, y piensa y siente que la pupa me tiene loca. Aun es muy pronto para que sepa discernir entre llorar de risa y de pena, así que, ante la duda de que mamá esté malita…

– ¡UnABisiiiiitooooooRrrraaaandeeeee…!

Y nos da un besito graaaandeeee a Nicolás y a mí, entregándose tanto en el estrujamiento, que nos deja en BayerinaPañoAmarillito Modo ON. Somos un entresijo de quereres y extremidades de difícil reparto, no obstante, qué bien estamos.

– ¿Sabes qué, mamita…? – Nicolás mira a su hermano como sólo lo hacen los hermanos que aman hasta sin querer. Sabe lo que es la herida abierta de sentir celos, pero él solito, con su saber ser y su genética de tipo extraordinario, ha sabido manejarse y marcar los tiempos para que salga la costrita y la cicatriz –

Que ahora que le miro bien la nariz al bebé, yo creo que si le pegamos las gafitas 3D con el celo gordo de las manualidades, seguro que puede venir con nosotros al cine, a ver los Pokemon y las Pokebolas y sus Pokepoderes…

– ¿Quieres que vaya…? – Los miro, aun maravillada de que estos dos seres hayan salido de mí, y arqueo las cejas, buscando reafirmación.

– Quiero que vayamos los cuatro, en familia…

– Ya lo creo que iremos, pero… – Le toco la naricita a Lorenzo, que cree es el botón de activar la función gato, y comienza a maullar. Todo muy loco, todo muy nosotros.

– Ya, ya, sin celo gordo de manualidades en la nariz del bebé, que puede acabar y el sábado no podemos sujetar el mural, para pintar con témperas…

¡Ay, madreeeee! En serio, ¿en qué momento de la evolución humana perdemos la capacidad de sorprender, de ser originales y únicos? No sé muy bien si somos cómo nacemos o cómo nos volvemos; cuánto hay de cada qué en cada quién. Pero desde que estoy del otro lado y soy yo la que hago labores de alfarería emocional con mis niños, tal y como un día hicieron conmigo, ansío sobremanera que mis miniyó conserven la capacidad quererse tal y como son. Con sus cosas y sus cositas. Con lo que quiera que sea que los vaya a definir como personas de bien, como buenos tipos, siempre pendientes de lo que necesita el de al lado. Sea un achuchón, una sonrisa o un UnABisiiiiitooooooRrrraaaandeeeee. Nada me gustaría más que supiesen cultivar el saber ponerse en la piel del otro. Las guerras parecen inevitables, mundo de caca el nuestro; pero las pequeñas batallas, las que se liberan en los campos de los sentimientos, esas: que mis niños tengan mención de honor. Oh, yeah!

noemartinez.es

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