Una señora oronda, con tantos collares que el pechamen le suena como una maraca, le pellizca los mofletes a mi mayor, que se aparta sin pensárselo dos veces
Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Si me pusiera en tu piel»
Asisto maravillada al hecho de que hay etiquetas para todo en esta vida, y, sobre todo, para las mamás. Da igual de qué condición seas, qué fe profeses, qué aptitudes y/o actitudes te precedan y definan. Sea como fueres, eduques como ames, ames como eduques, siempre habrá quien te catalogue, haciéndote sentir hámster de laboratorio. Con tus ojitos rojos de ratón asustadizo. Con tus patitas minúsculas de ratón a la fuga. Con tu rabito gusanoide de ratón que nunca quiso ser ratón, sino domador de circo, con su látigo y su bigotito. Sentirte observada es casi tanto como sentirte juzgada, y es ahí cuando empieza la fiesta…
– Este niño tan guapo seguro que ya se viste solo por las mañanas, ¿a que sí…?
A que no. Y la verdad, sin ánimo ni acritud por resultar borde, a usted que c*ño le importa. No nos conocemos. No nos frecuentamos. No creo que vayamos a coincidir nunca más (estamos en un ascensor), sin embargo, ahí va el primer juicio de valor. Una señora oronda, con tantos collares que el pechamen le suena como una maraca, le pellizca los mofletes a mi mayor, que se aparta sin pensárselo dos veces. Desconozco si la mujer-aderezos-todos-a-mí es radiactiva, pero mi mayor se comporta como si lo fuese.
– ¡Uy, qué vergonzoso es este angelitooooo…! – Y la señora insiste en mantener el contacto visual.
– No soy vergonzoso… – arguye Nicolás, con la cabeza protegida entre mis piernas – Es que no quiero hablarte más.
– ¡Hey, chico! – Le acaricio la cabeza – Bajamos el tono, por favor…
– ¡Aaaayyyy, los niños de ahora, ya se sabe…! – Y la Collares me sonríe, pero no encuentra quórum, porque no tengo puñeteras ganas de seguirle el rollito institutriz de principios de siglo.
Planta 2. Se abren las puertas del ascensor. Me quedo inmóvil, esperando a que la Doña salga primero; pero se me queda mirando, como cediéndome el paso. Yo sigo como estaba, arqueando las cejas: hay duelos OK Corral en los Espagueti Wester con menos tensión. Con la banda sonora del ‘El bueno, el feo y el malo’ rondándome’ el ya te dije, chasco la lengua, y le digo:
– Salga usted primero, por favor, nosotros no tenemos prisa… – Nicolás asoma su cabeza entre mis piernas, tal cual Kenny de South Park.
– Salid vosotros, guapa, no vaya a ser que el niño me empuje sin querer… – Y la foca monje con rouge de labios esparcido por dientes incisivos, me vuelve a ceder el paso.
– Pierda cuidado, lo tenemos educado para que respete a los desconocidos… se lo merezcan o no.
Y con la misma, cojo de la mano a mi mayor y abandonamos el ascensor. Nicolás, que es muy vivo, y como decía el otro ‘sabe más por lo que calla, que por lo que cuenta’, sabe perfectamente que estoy echando humo como una Vaporetta. Sabe, por mi gesto, mi expresión y mi ritmo andarín, que ganas no me faltan de volver sobre mis pasos y plantarle un geranio en el moño a la gordita salerosa. Lo sé, porque lo interiorizo y he pasado por esta situación más de una vez desde que soy mamá, que tampoco es tan grave que una mujer valore mi no-educación tirana, presuponiendo comportamientos infernales en mis hijos, que en modo alguno pondrán en práctica, porque el infierno no lo conocen ni lo esperan. La ira es la chunguez máxima, sin embargo…
– ¿Mamita, por qué estás tan chisposa…? – Mi mayor me clava la mirada maravillosa que todo lo calma. Sabe perfectamente que hago pum.
– Echo chispas… – puntualizo – porque no tolero que alguien presuponga que por ser un niño eres maleducado.
– Es que no lo soy, ¿qué te crees? – Alza la voz, contundente – No lo soy, porque en casa me dais educación, y también galletas de dinosaurio de chocolate, claro…
– ¡Eso es…! – Me río, porque la lógica aplastante es más aplastante que nunca – Educación y galletas de dinosaurio de chocolate es un buen tándem, no me digas…
– ¡Claro! – Y Nicolás sonríe, iluminándome el alma – Mamita, ¿qué es tándem?
– Tándem es lo que hacemos en esta familia: querernos a loco, en bicicleta doble, en la que hay dos sillines, pero amamos cuatro a la vez.
Nicolás me mira, perplejo. No entiende nada, porque cuando me embalo, le hablo como si él fuese José Luis Balvín y yo Iñaki Gabilondo. No obstante, se quedó con lo importante…
– Dos sillines y cuatro culos: esa bici mola muuuucho. ¿Podemos pedírsela a los Reyes Magos?
Y en ese momento, la ballena azul con colgantes brilli-brilli que nos había asediado en el ascensor, nos rebasa, provocando con su contoneo una onda expansiva de tal magnitud, que se me viene a la cabeza un Tsunami colosal. Mira tú que no pensaba decirle nada, hacer como que no había tenido el infortunio de coincidir con ella un espacio tan reducido, sin escapatoria posible. Pero como todas las mujeres j*donas de cierta edad, que nunca están contentas de porculizar, vuelta la burra al molino…
– ¡No lo consientas tanto, mujer, que si le compras todo lo que pide vas apañada…!
Ahá. Entonces sí. Ya el Tsunami queda en segundo plano, porque lo que se me viene a la cabeza es Hulk y su fuerza verde. No sé si se me están rompiendo las costuras de mi vestidín (espero que no, porque no sé si volveré a tener tiempo para ir de compras de nuevo antes de que mis hijos se licencien), pero la furia se apodera de mi 1.58 de estatura. Como si me pinchasen con un bigote de gamba al ajillo, me giro y la miro con rayos locos.
– Disculpe, señora, no entiendo muy bien a qué se refiere, porque si además de impertinente, desagradable, mal conjuntada y con pésimo gusto para el perfume barato, es usted corta de entenderas, la cosa es dramática… – Trago saliva, que me sabe a bilis.
– ¡Oye, un respeto, chata, que puedo ser tu abuela…! – Arguye, a modo de defensa pueril.
– Ya le gustaría a usted pertenecer a mi familia, señora, pero siento decirle que hacemos casting: paquidermas insensibles no aceptamos. Buenos días.
Y mi mayor, que quiere reírse pero no lo hace porque se lo impido haciendo signo de chitón, me sigue.
No andamos, volamos. Voy tan incendiada que creo que los detectores de humo se van a accionar a mi paso, y aun así, no recupero cordura hasta que mi miniyó me tira del brazo.
– Mamita, esa señora usa pintadientes, ¿te fijaste…? – Llevándose la mano a los piños delanteros.
Y los dos nos tronchamos, mismamente, porque la susodicha, con su actitud ‘Me he comido a la Queen Elisabeth’, supone las antípodas de nuestra manera de entender la vida, la maternidad. Las antípodas de un ser apto para criar a un niño normal, alegre, educado, ocurrente y divertido. Las antípodas de cualquier cosa que signifique disfrutar del regalo de ser madre e hijo. Las antípodas de la empatía, del si me pusiera en tu piel.
– No le favorecía nada el rojo de dientes, ¿a que no…? – Le digo, sin dejar de reír.
– Hombre claro que no, es que los dientes pintados sólo le quedan bien al ratón Pérez, y esa señora no puede ser un ratón: ¿qué me dices en ese pedazo de culo tan grandeeee…?
– ¡Nicoláááááás…! – Acorto.
– Ya, ya, ya sé, no se señalan los culos ajenos…
– Eso es. Y mucho menos si son pedazo de culos grandes como ése… – Me río otra vez.
– Mamita, te estás riendo del culo de la señora de los dientes pintados… – JaaJeeJiiJooJúú contagioso.
– Qué va, eso te lo parece a ti… – Y le guiño un ojo.
En serio os lo digo, no hay día en el que mis niños no me den lecciones. Amar, educar, compartir y cuidar, linda bicicleta con dos sillines, cuatro pedales y una piñata de risas locas. Ahí vamos.
noemartinez.es
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