El temor a los fantasmas y los espectros que tenían los romanos, procedía de las creencias de los etruscos
Adela Ferrer / ASTRÓLOGA
Los manes eran, en Roma, los espíritus de los antepasados de la familia, que ejercían una función de protectores del hogar. Por influencia etrusca, los romanos temían a los muertos y a las apariciones fantasmales, de modo que a las almas de sus familiares fallecidos les llamaban “manes”, que significa «buenos» y les daban culto a fin de ganarse su protección y evitar que se convirtieran en espíritus maléficos.
Una vez al año, aunque no en el mes de noviembre, en Roma se celebraba una ceremonia pública fúnebre -Lemuria- para alejar los maleficios de los espectros. Básicamente los fantasmas podían ser de dos de dos tipos: las Larvae: las almas de los criminales y/o de sus víctimas y los Lemures, espantosos fantasmas de los muertos.
Estas Lemuria duraban seis días con prácticas religiosas durante tres noches completas y finalizaban arrojando al río Tíber desde el Puente Sublicio treinta maniquíes de mimbre representando a ancianos y a dichos espectros.
El culto a los manes era doméstico: el padre o cabeza de familia era el que oficiaba los ritos, ceremonias y ofrendas, además de encargarse de transmitir a sus hijos varones los ritos y de enseñar a la familia las oraciones, los himnos y las ceremonias.
Ara y focus patrius
Generalmente en el atrio o en otro lugar transitado de la casa se construía una pequeña capilla denominada lararium o sacrarium, que solía consistir en un altar –ara- con el fuego de la casa, del hogar, -focus patrius- que debía permanecer siempre encendido, y con una hornacina donde se depositaban pequeñas figuras de barro o cera que representaban al dios del hogar –lar familiaris- y a los dos dioses de la despensa y de la casa en general –Penates-. A los Lares y a los Penates se les ofrecían flores y sacrificios.
La triada compuesta por diosa del hogar, Vesta, los Lares y los Penates era denominada conjuntamente como Lares familiares.
El ciprés era el árbol consagrado a los dioses manes porque este árbol no da renuevos una vez cortado y eso simbolizaba que después de que la muerte nos ha herido ya no podemos regresar. Los manes no podían soportar el sonido del bronce y que los ahuyentaba lo mismo que a las sombras infernales, pero la vista del fuego les era grata, por eso la costumbre de las lámparas.
Los romanos creían que todas las almas de los hombres de bien pasaban a ser algo así como “espíritus divinos”, por ese motivo solían grabar sobre los sepulcros estas tres letras iniciales D. M. S. (Dis manibus sacrum), es decir: «consagrado a los dioses manes».
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