Opinión

Conversos a palos

Antonio Gil-Terrón

¿Quién no ha conocido algún desastre de persona al que se le haya asignado el título de “caso perdido”?

Pero no voy a hablar hoy de estos “casos perdidos”; primero por falta de tiempo, y segundo porque pienso que nunca hay nadie perdido del todo. Cuestión de fe cristiana y voto de confianza al ser humano.

Lo que sí que voy a hablar es de aquellas personas que, desahuciadas socialmente por sus conductas poco ejemplarizantes, consiguen milagrosamente dar un giro de 180º a sus vidas, ante el asombro de propios y extraños. Veamos pues dónde estriba el “milagro”.

Tras todo cambio radical de conducta en determinados individuos, nos encontramos -en un 90% de los casos- con que el “redimido” ha cobrado de golpe y al contado, los frutos de su desordenada e inconsciente existencia, y ello le ha hecho recapacitar.

Y ha recapacitado porque el precio recibido ha sido un brutal estacazo que lo ha dejado tiritando física o emocionalmente, y cuyo shock postraumático le ha servido para meditar, atar cabos, y finalmente para quitarle las ganas de volver a las andadas, al darse cuenta que las malas artes pueden parecer un buen negocio a corto plazo, pero que a medio y largo lo único que reportan es la ruina más absoluta. Algo parecido a hacer negocios con un usurero.

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En la mayoría de casos, y porque Dios es bueno, la cosa no pasa de recibir tan solo un susto de infarto, como primer y último aviso de lo que puede suceder en el caso de seguir por el mal camino.

Sustos y escarmientos en esta vida los he dado y también los he recibido. No puedo demostrar que Dios estuviese tras ellos, pero lo que sí que puedo afirmar es que funcionar, funcionan.

Al final te das cuenta que la vida no es una rueda de la fortuna, y que hasta los acontecimientos más nimios no son fruto de la casualidad, sino de la causalidad. Que todo lo que nos sucede tiene un por qué y una finalidad, ya que como dijo Einstein: “Dios no juega a los dados”.

De lo despiertos y atinados que estemos a la hora de “verlas venir”, dependerá el número de coscorrones que nos llevemos. Porque llevárnoslos nos los vamos a llevar en cualquier caso; de lo que se trata es de conseguir que sean los menos posibles. Porque que nadie se llame a engaño, esto es el Purgatorio; aunque en algunas ocasiones (pocas) pueda parecer Paraíso… pero también Infierno; sobre todo Infierno.

@elvelorasgado

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