Crónica de un 9 de Octubre

Un día sin especiales incidencias, con la polémica propuesta de aligerar el mástil que lleva la Senyera

La Procesión Cívica del 9 d’Octubre del pasado día de ayer paseó por las calles de Valencia, con la Real Senyera luciendo la nueva distinción oficial otorgada a este acto, la declaración de Bien de Interés Cultural Inmaterial aprobada por el pleno del Consell el pasado viernes.

Este año, el portador de la insignia de este año fue Fernando Giner, portavoz municipal de Ciudadanos, quien cumplió con su tarea  de sostener un mástil -que pesa más de 15 kilos- y la comitiva política superó el trance de atravesar una marea de espectadores que lanzan vítores e insultos casi a partes iguales.

La cuestión del enorme esfuerzo que supone cargar con la Real Senyera durante el recorrido ha acabado abriendo un debate sobre la necesidad de aligerar su peso. La concejal de Cultura y Patrimonio, Glòria Tello, anunció que propondrá la construcción de una réplica del mástil para quitarle peso y que pueda ser portada por cualquier persona. «La Senyera fue restaurada hace siete años, pero requiere una nueva intervención», admitió.

Las opiniones hablan de que la Procesión fue la más «cívica» que otros años, atendiendo a la intensidad de las protestas, que vinieron básicamente del grupo de ex trabajadores de Radiotelevisión valenciana y de partidos y grupos ligados al valencianismo, como Som Valencians, que repartieron centenares de banderas e insignias entre el público para explicitar su combate por mantener la «esencia» del valencianismo, con una lengua propia y distinta del catalán y una oposición frontal a cualquier identificación o colaboración con Cataluña. Som Valencians reclama formalmente un Concierto Fiscal propio -al estilo del cupo vasco-, la recuperación del Derecho Civil valenciano y un sistema financiero propio.

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La Procesión Cívica se remonta al siglo XIV. Hoy en día, el acto tiene poco que ver con lo que se hacía antes, pero ha añadido un sentido de unidad y celebración de la identidad común que saca a la calle a una mayoría social, miles de personas que celebran con cierto gozo y devoción al paso de la Real Senyera, símbolo de la conquista de Valencia, que, como marca la tradición, fue bajada por el balcón del Ayuntamiento sin inclinarse ante nada ni ante nadie. Se mantiene erguida desde que allá por 1365, por privilegio del rey Pere el Ceremoniós.

La bajada de la Real Senyera volvió a producirse entre gritos de dimisión contra el alcalde, Joan Ribó (Compromís), y enormes aplausos y piropos, que se acallaron cuando comenzó a sonar el himno de la Comunidad Valenciana en su versión larga, para dejar luego paso al himno de España, interpretado en versión más bien corta.

El descenso mayestático de la bandera es, probablemente, el acto de mayor respeto de la Diada valenciana. Los valencianos estiman y quieren a uno de los pocos símbolos indiscutidos, no hay protestas. Al menos es de los pocos elementos que ha resistido el paso del tiempo y el cambio de gobierno.

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