El nuevo gran hermano

Susana Gisbert

Nunca me han gustado los reallity show, y menos aún esos en los que los concursantes no hacen absolutamente nada –ni cantar, ni bailar, ni estudiar, ni siquiera leer-. Nada más que discutir. Porque ya se sabe eso de que cuando el diablo se aburre mata moscas con el rabo.

Pero por una vez y sin que sirva de precedente –espero- una nueva y extraordinaria edición me tuvo pendiente del televisor a lo largo de todo un día. Con palomitas y todo.

Como todo reallity que se precie, en los días previos se fue calentando el ambiente. Conocíamos a ciencia cierta a algunos de los participantes, se fueron aireando las peleas entre ellos, y poco a poco, nos fueron dando a conocer a los espectadores quiénes más iban a ser los inquilinos de la casa. Poco más sabíamos, además del lugar. Faltaba concretar el cuándo. Pero se infería de la expectación creada, de la subida de temperatura y de los nervios de los implicados que el cartel de “próximamente” iba a aparecer en nuestros televisores en breve. Y aquello de “permanezcan atentos a sus pantallas”. Solo había que saber leer entre líneas. O tal vez entre tuits

El espectáculo no tardó en comenzar. Y a buen seguro no defraudó a los amantes del morbo. Ni, por supuesto, a los dueños y responsables de la cadena que retransmitía en directo, que pegó un subidón de share de padre y muy señor mío, mientras el resto de cadenas se conformaban con las migajas.

Y no faltó de nada. Los concursantes fueron entrando en la casa mientras una gran número de personas se agolpaban en la entrada, haciendo saber sus preferencias a grandes gritos. Las cámaras les perseguían hasta dentro. Pudimos ver cómo tomaban café, fumaban algún cigarrillo clandestino y cómo se iban moviendo las filias y fobias hacia los nominados. No pudimos ver cómo se lavaban los dientes, pero tal vez sí cómo algunos se lavaban las manos y otros trataban de lavarse la vergüenza, que es mucho más interesante.

Mientras, las redes sociales ardían. Esta vez no hizo falta habilitar un número de teléfono para salvar a quien cada cual quisiera. Esa misión la cumplieron sobradamente las redes sociales, especialmente la del pajarito azul, que no daba abasto para tanto vuelo esquivando golpes y puñaladas, o enjugando lágrimas de pena o de bochorno.

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Finalmente, las cosas siguieron su pauta, con discusiones más acaloradas de la cuenta y algún llanto, según cuentan quienes tenían acceso al interior de la casa, y se consumó el desenlace. Se tomó la decisión final por votación entre los inquilinos de la casa y el nominado salió a contar a los medios su derrota, no obstante los buenos momentos que habían tenido durante su trayectoria. Genio y figura.

Y después, el debate. El Sálvame de turno con declaraciones de quienes querían que se quedara o saliera tal o cual. Sin cuñados, pero casi.

Por una vez, fuimos muchos y muchas quienes asistimos atónitos a un Reallity show que nunca hubiéramos esperado ni querido, Pero con una diferencia: nadie escuchó al público. No se habilitaron líneas para eso. Pero tal vez mejor. Se hubieran quemado los circuitos. Los sapos y culebras los habrían reventado.

Ojala jamás tengamos que pasar otro sábado presenciando un espectáculo de estas dimensiones. Yo no creo que me quede estómago para aguantarlo. Ni palomitas. ¿Y usted?

Y encima, sin mi dosis de filosofía impura…

@gisb_sus

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