Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE
Bastantes analistas creen que el último guirigay del PSOE, con la dimisión de Sánchez y la colocación de una gestora al frente del partido, es lo más dramático en la historia de esa formación política. Y no es así.
Sin remontarnos al virulento enfrentamiento entre partidarios de Indalecio Prieto y de Largo Caballero, hace casi un siglo, el PSOE ha vivido episodios tremendos.
En 1974, Felipe González, Guerra y los jóvenes del Pacto del Betis se quedaron con el partido del histórico Rodolfo Llopis. Ése sí que fue un auténtico golpe de mano.
Menos de cinco años después, González dobló el brazo del PSOE obligándole a prescindir del marxismo en su programa. La disyuntiva fue simple y excluyente: o el marxismo (que quería la mayoría del partido) o él; y ganó él.
Hago gracia aquí del forzado cambio de actitud sobre la OTAN, de las sucesivas dimisiones de González y de Joaquín Almunia como secretarios generales, del oscuro y tortuoso episodio de la retirada de Borrell como candidato socialista a la presidencia del país, al filtrarse las trapisondas de sus inmediatos subalternos en el Ministerio de Hacienda, y de muchos más sucesos turbios.
Eso, sin contar las historias de otros partidos. ¿O es que nadie recuerda la traumática escisión de Carlos Garaikoetxea en el PNV, con la creación de Eusko Alkartasuna? ¿Y la de Xosé Manuel Beiras en el Bloque Nacionalista Galego? ¿O el palo terrible que le han supuesto a Convergència Democrática el enriquecimiento ilícito de la familia Pujol y otros escándalos?
Por todo eso (y bastante más), me atrevo a opinar que los últimos acontecimientos del PSOE son sólo una anécdota, dramática, por supuesto (pero sólo una anécdota), en la historia de esa formación política.
Por eso mismo, haría mal el Partido Popular en cantar victoria anticipadamente, como si ya no tuviese rival en la escena pública. El PP abriga una bomba de relojería en su seno, que consiste en la corrupción que ha socavado sus cimientos y que está fraguando unas tensiones internas sin precedentes.
Lo que hoy parece una crisis brutal del PSOE, mañana puede ser una crisis igual o mayor en el PP: y es que, por suerte o por desgracia, la vida sigue.
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