Entretenimiento

Pegado a ti

-Papito está luchando con el plástico de los libros y no sabe que no hay que hacer un globo, que hay que ponerlo así, muy para abajo…

– Eso no es del todo verdad, eeeh… – Protesta el paciente padre desde el salón – Lo estoy solucionando…

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, «Stuck on you», de Elvis Presley

 

Forrar los libros.

Así, en párrafo aparte, con protagonismo y dramatismo propio, porque la cosa lo merece y lo requiere. No piensen, queridos lectorcitos aun sin niños que meter en cama quieran o no, que el asunto de plastificar los enseres del cole es cosa baladí. Más aun, me atrevería a decir que de baladí no tiene ni la intención, porque cuando el forrito de marras llega al hogar, los papás nos hacemos los longuis, los locos de Cannonball, los ‘vete dándole tú, cari, que yo voy a limpiar los azulejos del baño’. Horror vacui 2.0, o lo que es lo mismo, plastifica como si no hubiese un mañana…

– Papiiiii, así noooo, jopetas, que no se le ve la cara a Dark Vadeeeer…

Nicolás interpone su cuerpo de hombrecito de recién estrenados 5 años, para que su padre no ponga el plástico sobre la etiqueta en la que reza su nombre, sus dos apellidos y el curso que acaba de inaugurar. Las ganas infinitas que tenía, el pobre, de gritar a los cuatro vientos que está en el aula de los mayores de los pequeños; lo sé, a priori, y si no se está habituado a las conversaciones sesudas con niños, la frase parece un caos sintáctico y lingüístico, pero, créanme: es tal cual. Pertenecer a la élite de la clase de 5 años les otorga superpoderes de veteranía en vete tú a saber qué, eso que provoca que cuando pasan al lado del aula de 4 años (que acaban de dejar en junio), se hinchen, sacando mini-chulería goyesca, como diciendo: sitio, muchachos, que aquí pasa un U.S. Marine.

– Nicolás, ¿quieres dejar de meterte por el medio? – El (im)paciente padre lucha con su resorte interno, con su dispositivo de autopropulsión, para no mandarlo todo al carajo – Si no te apartas, esto va quedar fatal…

– No se dice ‘te apartas’, ¿o es que no lo sabes…? – El mayor sigue en sus trece de no dejar que su padre le pegue el plástico a Dark Vader en todo el casco – No me pongas esa cosa encima de la pegatina, jooooooooooooo…

– ¿¡Peroooo…!? – Oigo desde la cocina, donde lucho porque el bebé haga de las baldosas un arenero, esparciendo el pan rallado como si fuese confeti – ¿Quieres sacar ese escudo de ahí, carambaaa?

– Pon ahora esa capa brillante, papá, que Dark Vader ya está protegido…

– Nicooooolááás… – Intercedo desde la cocina – Haz el favor de cooperar, que papá está forrando el libro para que quede chulooooo… – En se mismo instante, el bebé descubre que las pastillas de Avecrem y las de chocolate guardan cierto parecido en cuanto al color, a la forma, pero no al sabor…

– AjjjjjcoNooooCalateNoMamiCalateNoooooo* – *Asco. No, chocolate, no, mami, chocolate, noooooo. Si algún día los extraterrestres mandan un mensaje cifrado, que manden a una madre a interpretarlo: no hay código que se le resita, palabrita.

– Pero mamita, es que no está quedando bien, está quedando de globoooo enorme, hombreeee…

Mi mayor protesta, y oigo como sus pies encalcetinados (somos de las tribu ‘Pinreles descalzos’) se aproximan a la cocina. Miro al bebé y me pregunto cómo voy a controlarlos a los dos a la vez, cuando en pocos meses hagan cuchipandi para las correrías, las trastadas, los arrumacos, las pataletas y los no me quiero bañar, no me quiero peinar, no me quiero dormir. Pienso en el Red Bull y creo que yo no necesito alas, necesito un generador de corriente, como los que llevan las orquestas de pueblo.

– ¿Qué pasa, amor? – Me agacho, para hablar con él mirándole a los ojos, dándole la relevancia que merece el asunto – Cuéntame.

– Paaasaaaa que papito está luchando con el plástico de los libros y no sabe que no hay que hacer un globo, que hay que ponerlo así, muy para abajo…

– Eso no es del todo verdad, eeeh… – Protesta el paciente padre desde el salón – Lo estoy solucionando…

– ¡Estamos trabajaaaando en eeellooo…! – Me río e imito a un quién que dijo un cuál cuando vistió la tierra de las libertades, las hamburguesas y el idioma universal – ¿Pero ganas tú o gana el forro, papi?

– GanaElCoñoPapiiiiiii…* – El bebé se tira encima de mí y de su hermano, riéndose a todo lo que le dan los mofletes maravillosos de su cara maravillosa.

– El forro, Lorenzo, el fooooorrooooo… – Me río, y por ósmosis, se ríe el mayor, sin saber muy bien a qué es debida mi hilaridad. No tiene malicia aún para según qué entuertos y qué palabrotas, cosa que me congratula.

– Todo eran risas hasta que nos dimos cuenta de que el tartaja quería jamón… – Protesta el padre, con un chascarrillo, desde el salón – ¿Puede alguien venir a ayudarme, por todos los Santos…?

– ¡Voy!

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Y digo voy por no decir ya me dirás, porque sé, a ciencia cierta, que mi ayuda va a ser catastrófica. Con dos niños colgados de las piernas, mi habilidad se va multiplicar por dos. Si tener imán para lo imposible es en mí un estado natural, en emergencias nivel Dios, la cosa puede acabar en un vídeo viral. Así a todo, allá voy: el maridito me necesita.

– ¡La Virgen…! – Exclamo, con la mirada clavada en el libro de mi mayor.

– Ya, ya… – El paciente padre le da a la cabeza, dándome la razón – Pero dime algo que no sepa.

– ¿Ves? ¿Ves? ¿Ves, mamita? – Nicolás se mete entre nosotros, tomando protagonismo – ¡No es un globo: ahora es un globazo…!

– EsUnPolvazooo… – Bebé dixit.

– Glo-ba-zoooo… – Padres al unísono dixerunt.

– No, ya no… – El mayor inquit.

Y así, latineando que es gerundio, vemos como el bebé clava una uña al globo magnífico de forro, que segundos antes hacía de la portada de ‘Letrilandia 5 años’ un invernadero de tomates pera. Chsssssss. Aire fuera, ampolla de plástico cedida y operación forrado de libros en modo stand by.

– ¡Ostras, papito! Lorenzo sabe forrar libros supergenial, ¿a que sí?

– ¡Nos ha j*dido! Mucho mejor que ninguno de nosotros: no hay burbuja que se le resista.

– ¡Y además, mira, Dark Vader ahora tiene un edredón para esconderse!

El padre y yo, resignados a que, por mucha inteligencia emocional, doméstica e intelectual de la que presumamos, la combinación rollo de protector adhesivo + prisa nos va a recordar con frecuencia cuáles son nuestras flaquezas y debilidades; así pues, vemos como la etiqueta nominativa que tan amorosamente había cubierto el mayor con su proto-escritura, para lucir espectacular en la portada su primer libro de lectura, se había quedado agazapada bajo un amasijo de plástico rugoso, a modo de caverna.

– ¿Volvemos a empezar, mami…? – El padre, tres desole, inquiere.

– Ni de coña, no quiero pensar en que al tirar del adhesivo, se nos quede la portada pegada al plástico…

– EsUuunBlosishoooo* – Es un bolsillo*, puntualiza el bebé, aprovechando para meter dentro el cuerno de un casco que algún día fue vikingo.l

– Eeeeeh… – Interviene el padre – Que una cosa es que el forro haya ganado, y otra que nos dejemos invadir por las hordas enemigas.

– Papá, no digas gordas, que dice mamá es de mala educación decir gorda a una gorda.

– Hordas, hijo, hordas… – Y los adultos presentes, nos reímos a pulmón loco.

– Mamita, ¿qué tal si le pegamos encima una careta de Yoda…? – El mayor, con los ojos como Lacasito – Total, el maestro ya tiene la cara tan arrugada como mi libro…

– Me parece la idea más colosal del mundo mundial: eres un maravilloso genio creativo – Le beso la nariz, y apostillo – Y papá es el mejor forrador del mundo mundial…

Y, a renglón seguido, repite el bebé:

– Follaaadooooorrrrrr*

– ¡Forrador, Lorenzooooo, foooorradooooor!

La familia que se troncha unida, jamás será vencida. Bienvenidos todos a mi vida cotidiana, pónganse cómodos, la estancia será siempre grata… ¡y adhesiva!

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