Decálogo del papá molón (y hasta las bowlings)

No sólo las mamás molonas (y electrizadas) vivimos la maternidad a nuestra manera, los papás molones (y hasta las bowlings) también tienen su propia idiosincrasia y su cosa

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

SUGERENCIA MUSICAL, «Total Eclipse of my heart», de Bonnie Tyler

 

Y sí, queridos todos, no sólo las mamás molonas (y electrizadas) vivimos la maternidad a nuestra manera, tan mestura de tragedia griega y comedia romántica con final feliz; los papás molones (y hasta las bowlings) también tienen su propia idiosincrasia y su cosa, porque para ellos tampoco es fácil adaptarse a la tiranía maravillosa de tener que estar siempre, y estar para todo. Que mola mucho eso de la familia unida jamás será vencida, pero cuando la cosa es unirse el día de un final de liga, cuando el Real Madrid y el Barça se retan en eso de sólo puede quedar uno, los papás, con remordimientos, se dejan ir en un inconfesable desideratio ‘Manolete, si no sabes torear, pa’ qué te metes…’. De ahí que, coincidirán conmigo, majetes, que hay rasgos comunes a todos ellos, los pilares masculinos del hogar, que lo mismo miman que cambian una bombilla, que hacen filetitos de lomo para cenar. Ellos, los papis, magníficos compañeros de vida y de crianza, ¡cómo mola la gramola, oh, yeah!

1. Un papá molón (y hasta las bowlings) no lleva barba de tres días por seguir la moda Hipster, sino porque las circunstancias de los lunes, obligan. Recién levantado, tiene que elegir entre afeitarse o dejar que uno de sus hijos juegue a los barcos en la pileta, usando como embarcación el cepillo de las uñas. Lejos de enfadarse, de montarla parda o gritar aquello de ‘caaaariiii, quítame a este niño de aquí, que a este paso no llego tarde, es que voy a llegar mañanaaaa’, lo que hace es mirarse en el espejo, mesarse el mentón, aguantar un codazo en toda la línea de procreación (el mini patrón de barco no se cosca si quiera de la presencia de su padre) y finge verse sentirse genial y ad hoc para el mundo laboral. Sabe que esa negrura facial no encaja con la idea que tiene de sí mismo, esa a la se acoge cada mañana, cuando con los ojos hinchados como dos pelotas de tenis, busca el consuelo en un beso de sus chiquilines. Obvia decir que esos chiquilines son los mismos que dan codazos en las p*lotas, protestan porque el barco se hunde y los mismos que sugieren que hay que comprar cepillos de la uñas con flotador, qué ricura. No es barba de moderno, pues, es una barba de supervivencia.

2. Un papá molón (y hasta las bowlings) no queda con sus amigos, sólo hace planes para quedar. Su WhatsApp está lleniiiiito de birras pendientes y de ‘ya te llamo, tío, y a ver si nos vemos’. Día tras día, semana tras semana desde que se matriculó en paternidad 2.0, intenta retomar un algo de su vida anterior, porque fomentar y frecuentar las amistades son el mañana dejo de fumar de cada septiembre; agotados por la existencia, por el lío mayúsculo y el atrapa-tiempo que se convierte su hogar nada más girar la llave de la puerta, provoca que cuando ve un anuncio de cerveza de esos en los que media docena de tipos sin preocupaciones se ríen, compartiendo pareceres y opinando de todo y nada, alrededor de una botellita fría, espumosa y gaseosa, se lance a hacer una captura de pantalla con la cámara del Iphone, para poner la foto como perfil de FBK. Y tanta idolatría al líquido elemento (se llama así porque en cuanto te bajas dos, a tomar por c*lo la cordura) no es por sed, que sólo faltaba, sino por sequía social. Si es que no es el primero que ve un capítulo de Friends con su mujer y acaba llorando de la emoción, ¡angelitos…!

3. Un papá molón (y hasta las bowlings) entiende de tejidos y telas más que Amancio Ortega. Podría distinguir con los ojos cerrados un engomado de Babour de un mantel de hule, aunque jamás de los jamases podrá entender ‘¿80 euracos, nena? ¿80 euracos un abrigo para el cole?’. Él, que nunca ha sido de la cofradía de la Virgen del Puño, se sorprende haciendo íntimas aseveraciones para sus adentros, porque no serían, en modo alguno, bienvenidas por la mamá de sus niños. Pensar que le sale más a cuenta plastificar el niño que comprarle aquel abrigo de m*erda, que además de cursi y tieso, le confiere a su hijo un aire de seminarista tope guay, le sale sin querer. Pero no lo dice, se lo calla, porque intuye (el precio del abrigo es una pista), que la tela es muy buena. Que su niño no se va a mojar, que no va a coger frío, que no se va a calar con la humedad de la parada del bus, cuando el sol aun ni ha asomado. Sin embargo, no puede dejar de pensar en las zapas New Balance Running del catálogo de Decathlon, que seguro le quitaban cinco años de encima, nada más calzárselas. Pero papá paga el abrigo, contentito-millón, porque mamá no deja de hacer labor Mormona, dando zanfoña con la idea de que ‘además de clásico, es muy práctico, porque el tejido es transpirable pero no se empapa’. En ese mismo instante, papá ve pasar a un muchacho de instituto con las New Balance Running de sus amores (sí, sí, las del catálogo) y no puede evitar susurrarle, j*dón: ¡Mal rollito, chaval, que esas con la lluvia se te empapan…! ¿No ves la tela? A lo que hemos llegado, se dice meneando la cabeza, y clavándose los dientes largos.

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4. Un papá molón (y hasta las bowlings) no ve Juego de Tronos, lo protagoniza. Nada como ver cómo los niños se apoderan del sofá: tal cual los hubiesen parido en él, mismamente. De nada vale que papá, cansado como una sombra, arrastra su cuerpo serrano hacia el descanso del guerrero, para que alguno de los niños exclame ¡Chechechechééé, que no me dejas ver Ricky, Dicky, Nicky y Dawm…! Y el padre, que ya no tiene fuerzas ni para decirles las cuatro que se merecen, se acurruca a un ladito, con el reposabrazos del sofá reventándole la riñonada, quizá haciéndose el muerto, queriendo estar sin ser, para que, por lo menos, mientras la serie de los c*jones (improperio textual) termina, él pueda dar una cabezadita. Oh, oh. Pero como lo de dormir en un salón con dos niños es imposible no siendo que te hayas caído desde la mesa, mientras cambiabas la bombilla de la lámpara del techo, el pobre papá molón, más hasta las bowlings que nunca, siente como algo perfora el agujerito nasal, pasando a ser boquete. El bebé, que aun no entiende que porque pueda hacer algo, tenga que hacerlo, aprovecha que papá está con los ojos cerrados para hacerle esnifar un cañón pirata de Playmobil. No es raro, entonces, que la madre, desde donde quiera que sea que está haciendo algo que nunca es para ella y su operación pre-post bikini, tenga que intervenir, haciendo reparto del Kingdom: Niños al sofacito y papá en el sofá grande, ¡y ni una palabra más, eh, ni una palabra más! El padre, feliz, se repanchinga a todo lo que da la largura del mullido sofá, pero con un ojo abierto, porque sabe que el enemigo, un tipo mal humorado y con acondroplasia, puede atacarlo en cualquier momento. Game os Thrones, season 6 es un juego de niños, palabrita…

5. Un papá molón (y hasta las bowlings) no hace deporte, corre para alcanzar a las fieras. Se acabó el armarse de Ipod, zapatillas ligeras, Gatorade y barrita energética. A un hombre que ha sido padre y personifica el ‘yo no ayudo a mi mujer, yo crío a mis hijos con ella’, sabe que una jornada de jogging puede empezar en cualquier momento, lugar o circunstancia, porque si a los niños les da por escaparse, empieza la maratón. Porque es cierto, hay niños escapistas. En serio. Los padres lo saben, porque las madres que los han parido le han otorgado el cargo y mérito de perseguidores de los mismos. A la voz materna de ‘Paco, c*ño, mira ese niño dónde va ya…’, siempre le sigue un padre a toda leche, corriendo a todo lo que le dan las piernas. Rodilla contra pecho, rodilla contra pecho, rodilla contra pecho. El papá molón (ya sin aire y sin bowlings) engancha al niño por el cuello de la camiseta y le susurra (jadea, más bien) ‘como te vuelvas a escapar, te ato con cinta americana un poste de la luz’. Y lo dice bajito, porque no tiene fuelle para mucho más; pero lo dice bajito, también, porque en aras del cuidado excelso que hay que prodigar a los hijos (incluso a los que parecen concebidos por el mismísimo Satanás), sabe que no puede amenazar con tortura adhesiva a un menor. Puede maltratarlo alimentariamente una pianola de Donuts de chocolate para ir al parque (lo hemos visto todos, no me digáis que no), pero no puede decirle en alto que le va a limpiar el bigote de un soplamocos, porque se le echa encima la Benemérita. El papá molón lo sabe y lo entiende, por eso este año por navidad, le va a pedir a mamá que le regale un inhalador de Ventolín, para que su capacidad alveolar mejore, siempre en consonancia a la velocidad punta de su hijo, con la función Correcaminos en modo ON.

6. Un papá molón (y hasta las bowlings) engorda, pero no por sedentarismo, sino porque se convierte en coche escoba. Toda cuanta sobra hay por casa (no necesariamente en la cocina, vale también sillones + estanterías + pileta + mochila + cajones +abrigo) acaba siendo pasto de su hocico. A la orden de ‘papi, cómete esta galleta de dinosaurio, que el niño no quiere más’, el cabeza de familia se enjareta el animal prehistórico, sin decir ni mu. A renglón seguido, el bebé decide que es una buena idea mojar pepinillos en el Danonino, y como la combinación es de gusto dudoso, ofrece a su papá el manjar. Por supuesto, el padre abre la boca, aún con migas de dinosaurio, y se lo come también. Con la sensación extraña de haber estado de tapas, se va a la cocina a por un vaso de agua, pero algo le dice que va a tener que beberse un vaso de refresco tropical que alguien ha decidido abrir, pero sin mucho éxito. Sin darse cuenta, quizá en legítima defensa, el padre se lleva la mano a la barriga, como lo hacen las embarazadas primerizas. Piensa que no es que esté gordo, es que lo engordan, como a los pavos en fiestas. Contempla su reflejo en el cristal de la ventana y piensa que, como el chiste, está a dos kilos de que lo proteja Green Peace. En ese mismo instante, aparece por la puerta la madre, con una caja de chuminadas dulces, que dice se las han regalado, que saben a rayos, pero que seguro a él le gustan. Y, por no hacerle un feo, vuelta la burra al molino. Gracias, Dios mío, por hacer pantalones tipo cargo, con tallas amplias que no aprietan los c*jones, se dice mientras mastica a dos carrillos.

7. Un papá molón (y hasta las bowlings) no sabe ninguna canción de Sia ni de Rihana, no siendo que haya una versión para niños. Da igual que la vida útil (e insoportable) de un CD, porque la música infantil se graba en titanio, para que sea irrompible. Dice la leyenda, que si nos acomete el fin del mundo, sólo nos sobrevivirían las ratas y las cucarachas; un padre molón apostilla que eso lo escribió un tipo sin hijos, de lo contrario sabría que también sólo lo haría un mancha de potito en tu camisa favorita y un compacto de los p*tos Cantajuegos. En trayectos de no más de veinte minutos, en coche puede sonar mil doscientas veces ‘Juan pequeño baila, baila, bailaaaaa, Juan pequeño baila, baila, bailaaaaaa’, y cada vez que lo hace el hijop*ta, el padre siente como un escalofrío enorme le recorre el espinazo. Ganas tiene de tirar el disco por la ventana, pero luego se acuerda que los niños estarían llorando a todo pulmón hasta llegar a casa, y se le pasa. En un momento dado, paran en un semáforo, y oye como desde la intimidad compartida de otro vehículo, una pareja escucha, relajadamente, a Sabina. Los mira y piensa, deberían hacer carriles específicos para gente normal, que luego se juntan con los que estamos zumbados, y tenemos pesadillas…

8. Un papá molón (y hasta las bowlings) no se ducha, se enjuaga. Lo que antes era un rito de iniciación para pertenecer al género delfín (35 minutos de aseo, un clásico tardío juvenil), ahora es un one, two, three: agua, gel… ¿pero tú qué haces aquííííi´? ¡quítate los zapatos por lo menos! En cuanto mamá oye zapatos y ducha, se le ponen los pelos como escarpias, y entra en el baño a poner orden. Riñe al niño (hombre, claro) y riñe al padre (hombre, claro), y no le riñe al Espíritu Santo porque sabe que sus niños llegaron de otro modo, el que, por cierto, da lugar al siguiente punto del decálogo. Con un niño cuyas zapatillas hace chofchof y una madre que piensa que aquello está orquestado para desequilibrarla, el padre molón hace girar el grifo de la ducha, aún con restos de jabón en la cabeza, seguro de que tiene que haber otra forma de no ir oliendo a trabajar. Sabe que hay limpiatapicerías ecológicos: el disparate y el cansancio son una combinación exterminadora. IdeasPeregrinas.com

9. Un papá molón (feliz de tener bowlings) quiere darles a éstas una alegría de cuando en vez, y tener niños no lo hace fácil. No digo que imposible, porque de algún sitio y ayuntamiento han salido sus hijos, pero cuando hay críos en casa, dar rienda suelta a los instintos, es una odisea digna de Ulises. No es tener ganas (que por ahí no va la cosa: de apetito, bien, gracias), sino ocasión. Porque sabedor de que el aquí te pillo, aquí te mato sólo pasa en las películas y en los botellones, toda su magia sensual se reduce a un ‘mami, tú espera, que verás…’ Y como un adolescente que le tira los tejos a la profe cachonda, el padre molón sonríe, pícaro, a la madre de sus niños, porque sabe que esa interjección no es sólo una invitación, sino un preliminar. Así, con pequeños dardos con doble sentido, juguetón y, obviamente, resignado, va allanando el camino a lo que, p-o-r f-a-v-o-r, tiene que ser una noche de intimidad conyugal. Sabe a ciencia cierta que no siempre es una cuestión de intención, que después hay factores (toses, fiebres, pises, dragones que escupen fuego desde el armario…) y factores (cansancio), todos ellos parte activa en el sexo, no sexo, he ahí la cuestión. Porque cuando por fin el papá molón se las da de playboy, ya en la cama, esperando a que su mujercita (ahora no mamá, que están en su momento de intimidad robada), se acurruca en el lado fresquito de la sábana, cogiendo la almohada como si fuera un salvavidas… ¡y adiós, muy buenas! Más frito que un chicharrón, dormido como un lirón. Su mujercita llega, con ánimo coqueto, y lo ve durmiendo a todo gas. No lo despierta, no lo molesta, sólo lo arropa y le besa la cocorota. Sabe que está cansado como un jornalero. Mañana es otro día, lo mismo vuelven a tener oportunidad. What kind of happiness are you looking for? ¡Ésta, sin duda!

10. Y, por último, reconocerás a papá molón (y hasta las bowlings) porque nada hay que le mole más que estar con su prole. Sacando a relucir su lado macho alfa, pasea a su familia como si fuese un trofeo, sabiendo que, por c*jones, tienen que ser la envidia de todos. No sabe cuánto de buena vida llevan los demás, pero intuye que los hay hasta que llevan vidorra. La suya es una existencia de desdoblamiento (que no renuncias, porque lo hace de buen grado), y le gusta tal y como es. Con la sensación de descontrol, de locura, de desorden, de lloros y gritos a cualquier hora; pero también de guerra de besos, de papá te quiero mucho y ¿sabes?, les dije a todos los de mi clase que mi padre es el mejor. Todo sabe bien, y bien está, incluso no tener ya ni equipo de fútbol al que seguir, porque para eso también hay que tener tiempo y constancia. A un papá molón (y hasta las bowlings) lo reconoceréis, no me cabe duda, porque sabe cómo hacer felices a los que le quieren. Ellos son los number one.

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