Antonio Gil-Terrón
No hay humillación ni derrota en dejarse vencer por un niño; pero tan poco significa que nos burlemos de él; simplemente lo hacemos por amor y para que cobre confianza en sí mismo.
Tampoco hay humillación, derrota, o burla, en dejarse vencer -física o intelectualmente- por un adulto que necesita una inyección de autoestima; cinco minutos de gloria.
Escayolados aparte, tan solo un acomplejado, un soberbio henchido de vanidad poco justificada, no se inclina -o se pone en cuclillas- cuando está delante de un niño… o de un hermano desamparado.
No hay mayor grandeza que la de aquel que por amor se hace pequeño…; la de aquel que por amor al desvalido, se desarma.
Ese es el ideal. Un ideal que más veces de las deseables acaba trastocándose en un poco evangélico pescozón, como justiciero premio a la cortedad e incomprensión de los sempiternos tocapelotas que confunden bondad con debilidad.
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