Vicente Torres
Ocurrió el pasado día 26 y se llamaba Jesús Gallardo Maldonado. Nació un 5 de septiembre, hace 62 años. El sobrenombre que con el que actuaba en las redes, Espía Ruso, tenía más que ver con su sentido del humor que con ninguna afición oculta. «A ver si vas a ser tú el auténtico espía», me decía cuando hablábamos y le comentaba cualquier cosa de algún amigo nuestro.
Había nacido en Melilla, vivía en Bétera y era militar. Lo necesitábamos en nuestras reuniones de amigos y es por eso que las organizábamos en la población en la que vivía. En la última de todas ya estaba enfermo y nos costó hacerlo venir, pero lo conseguimos. Le gustaba dar grandes paseos en bicicleta y alguna vez acudió a nuestra cita después de alguno de ellos, antes incluso de pasar por casa.
Tenía un alto sentido del honor, desconocía la doblez y toleraba las debilidades humanas; en el campo de la política le contrariaba en gran manera la corrupción, pero mucho más todavía que hubiera partidos nacidos únicamente para hacer el mal. Repudiaba la traición, especialmente si se refería a la Constitución y era tremendamente disciplinado. No entendía la injusticia y le molestaba que a méritos iguales se premiara a unos más que a otros. Jamás le vi hacer la pelota, esa cosa que otros hacen con tanta naturalidad que ni se dan cuenta.
Se entendía perfectamente con sus perros, a los que quería mucho. Los perros son esos animales cuya lealtad y nobleza todo el mundo alaba, pero pocos imitan. Jesús, el Espía Ruso, era uno de esos pocos.
No fue la bicicleta su única afición, sino que también tocó en una banda de música, le habría gustado ser un bluesbreaker y hacía unos collages extraordinarios, en los que sacaba a relucir su sentido del humor. También su gusto por las causas nobles y su repudio hacia todo aquello que consideraba perjudicial para el bien común.
Jesús fue uno de esos seres que merecen que exista un Dios que los premie.
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