Aquel período inicial

Vicente Torres

En contra de lo comúnmente aceptado, para mí la Transición comenzó al ser nombrado Adolfo Suárez presidente del gobierno, el 3 de julio de 1976, y terminó al celebrarse las primeras elecciones generales, el 15 de junio de 1977, puesto que a partir de ese momento ya puede considerarse establecida la democracia. Comenzó en este momento el periodo constituyente que finalizó, lógicamente, al ser aprobada la Constitución.

Para hablar de la Transición conviene tener en cuenta este detalle: «‘en un artículo publicado en El Mundo el 18 de septiembre de 2005, Adolfo Suárez Illana escribió un artículo titulado El Espíritu de la Transición, en el que figura el siguiente párrafo: “El Rey – entonces Príncipe – y Adolfo Suárez diseñan en Segovia en los años 68 y 69 todo el proceso de La Transición con una precisión de detalles que sorprendería a más de uno que se ha pasado la vida hablando de la proverbial capacidad del Rey y Suárez para improvisar.”’. Otro asunto a tener en cuenta, y del que no se ha hablado, es que los socialdemócratas alemanes apoyaron al PSOE renovado, de Felipe González, y no al histórico, que comandaba Rodolfo Llopis. ¿Por qué motivo se decantaron por uno y no por otro?

Todo parece indicar que Adolfo Suárez fue elegido en su día para esta misión por su doblez. Es decir, eso fue lo que vieron en él, lo que no significa que fuera así. Basta con recordar la matanza de Atocha, que tuvo lugar el 24 de enero de 1977, para comprender cual era el ambiente de aquellos tiempos.

Adolfo Suárez tenía la Transición diseñada sobre el papel, y sobre el papel todos los puentes se sostienen, como decía Leopoldo Calvo Sotelo. Para llevar a la práctica esos planes hacía falta mucha audacia, mucha nobleza y mucho afán de servicio a la nación, porque tuvo que pagar un precio personal muy caro por cada una de las medidas que tomó, en el sentido de que corrió muchos riesgos y le volvieron la espalda los amigos de toda la vida. Su labor fue entendida por muy pocos, quizá por Manuel Gutiérrez Mellado, que sufría lo mismo, y Santiago Carrillo, que se daba cuenta del riesgo que corría.

Los demás se dividían en dos: Los que pensaban que iba muy despacio y los que opinaban que corría demasiado. Mientras tanto, durante el tiempo de Adolfo Suárez la prensa tuvo una libertad como no ha tenido jamás y pensábamos que sólo era el aperitivo.

No parece que Juan Carlos I se tomara muy en serio a Adolfo Suárez. Le encargó la formación de gobierno de forma juguetona: se escondió detrás de unas cortinas, para reírse de sus nervios e impaciencia. Posteriormente, y según cuenta Javier Cercas en ‘Anatomía de un instante’, una vez que pudo considerarse hecha la Transición hizo saber a muchos su disgusto con el presidente. Puede interpretarse que su intención consistía en quedarse él como artífice de la reforma, habiendo sido Suárez, al que habría hecho desaparecer de la escena política, un mero instrumento suyo. Pero esta actitud cada uno la entendió como quiso, de tal modo que pudo ser el origen involuntario del golpe de Estado. De cualquier modo, si el entonces Rey hubiera hecho patente su apoyo al presidente del gobierno, difícilmente aquellos militares habrían tomado la iniciativa de sacar los tanques a la calle y asaltar el Congreso de los Diputados.

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Conviene tener en cuenta también que Adolfo Suárez había hecho la Transición con brillantez y con grave desgaste personal, pero no era el más indicado para elaborar la Constitución, cosa que tenían que llevar a cabo sus colaboradores. Y la cuestión es que en su partido, la UCD, todos o casi todos, conspiraban contra él. Este es un punto a tener en cuenta, sobre todo porque se iba a jugar el porvenir de la nación. La lealtad de aquellos señores hacia quien los había hecho ministros o diputados, era nula o escasa; no podía esperarse que hacia el resto de los españoles fuera mayor.

Por el otro lado, ya se ha dicho que Felipe González, Alfonso Guerra y resto de los socialistas no supieron ver el gran mérito de Adolfo Suárez, al que se empeñaban en ver como franquista (sin embargo, arriesgó la vida y otras cosas para instaurar la democracia y volvió a arriesgarla para defenderla del golpe de Estado). No lo veían como al presidente del gobierno que buscaba el bien de España, sino como el representante y defensor de una derecha retrógrada y buscadora de privilegios. Pero quien es mezquino no lo es sólo con una persona, también lo es siempre que hay ocasión y lo fueron también con Enrique Tierno Galván, que era el mejor especialista de España en Derecho Constitucional, al que vetaron para formar parte de la Comisión Constitucional. Lo que no pudieron impedir es que estuvieran sus libros, que fueron consultados una y otra vez por los padres de la Constitución. La mezquindad no acabó ahí, puesto que Gregorio Peces-Barba exigió al comenzar las sesiones que el presidente de la citada Comisión Constitucional pudiera participar en las Ponencias Constituyentes.

Unos señores coherentes y sabedores de alta misión que tenían encomendada habrían tratado de establecer un marco de convivencia que aglutinara a todos los españoles en torno a unos ideales, o sea, pensando en el porvenir. En cambio, los padres de nuestra Constitución volvieron los ojos hacia el pasado, para poder dar ventajas a unos españoles sobre otros, y en lugar de pensar en unos ideales se dedicaron a poner pegotes, con el fin de contentar a todo el mundo. Como consecuencia, se les dieron unas ventajas extraordinarias a los nacionalistas, que no han desaprovechado. En aquel momento, los nacionalistas eran cuatro gatos, pero como siempre, hacían mucho ruido y los había que se lo amplificaban. Pero Ponentes debían saber que el nacionalismo es incompatible con la democracia, puesto que ningún nacionalismo puede pretender la gestión de los intereses de los ciudadanos, sino dirigir a éstos al sitio que ellos quieren.

Además de eso, al establecer que las penas de cárcel han de estar orientadas a la reinserción, con lo cual se cerraba la posibilidad de la cadena perpetua, que habría podido evitar muchos atentados etarras.

Es preciso hacer notar la falta de hábitos democráticos, no de la inmensa mayoría de los españoles, sino también de esa clase política henchida de vanidad, al saber que estaba llevando a cabo algo histórico, motivo por el cual remataron la faena sin establecer de forma efectiva e irreversible la separación de poderes.

Y resulta preocupante que las propuestas para reformar la Constitución consistan en agravar lo que se hizo mal, y no repararlo. El Estado de las Autonomías, fue un gran invento, pero se cerró tan mal el asunto que se ha convertido en un gravísimo problema. Pero tal y como está la situación política actual, casi es mejor no tocar la Constitución que ponerla en manos irresponsables.

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