Antonio Gil-Terrón
El incendio está dominado. Casi todos han regresado a sus hogares. Una brigada de voluntarios, con sus monos naranja, camina carretera abajo. En la cuneta, un grupo de bomberos permanecen sentados junto a su camión; la fatiga marca sus ahumados rostros. Sigo adelante por la desolada carretera.
Las brasas, aún encendidas, van jalonado un camino que apenas hace unas fue verde. Llego al final. El aspecto es dantesco, no se ve ni un alma. De repente, de entre los ennegrecidos árboles, aparece un Guardia Civil, hollando cenizas, rematando los brasas.
Suelen ser los primeros en llegar, y los últimos en irse. Esta noche velarán el sueño de los vecinos de los chalets limítrofes, y ello, como siempre, con la sobriedad castrense que siempre les ha caracterizado.
La Guardia Civil, es una de las pocas empresas del Estado que funciona, y que da unos beneficios altísimos en relación a los medios de que dispone. Y cuando hablo de beneficios me refiero a la eficiente gestión de su cometido, que en el caso de la Benemérita se llama cumplimiento del deber, un deber que no entiende ni de horas ni de riesgos.
Claro que, siempre habrá quien diga que para eso cobran. Pues miren ustedes, existen cosas en esta vida que no se pueden pagar con dinero, además de añadirles que nunca he conocido a ningún número de la Benemérita que se hiciese rico, pero si a muchos que perdieron sus vidas en el cumplimiento de un deber que nunca cuestionaron, no dejando a su familia más herencia que una solitaria medalla.
Son una raza especial. Tienen su propio acento, su propio vocabulario, el Cuerpo es su familia, el Honor su Bandera. Nunca pregunta el porqué de una orden, simplemente la cumplen.
El Guardia Civil nace, no se hace.
Honor, deber, que extraños parecen estos conceptos en la sociedad actual, en la que hemos implantado la cultura del chanchullo quincallero, el culto a la diosa » Corrupción».
En esta sociedad adocenada e insolidaria, en donde lo único que ostentamos son nuestros derechos, y siempre ignoramos farisaicamente nuestros deberes, tal vez nos confunda su disciplinado silencio, en esta ruidosa época de reivindicaciones, manifestaciones, huelgas, y demás algarabías no siempre justificadas. Tal vez habrá quien piense que viven mejor que quieren, y ello debido a que nunca protestan.
No seré yo el que rompa con mi pluma ese silencio que admiro y respeto, tan sólo les diré que ser Guardia Civil es una de las pocas cosas serías que se puede ser, hoy, en España, o – más bien – en lo que queda de ella.
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NOTA: Este artículo lo fue publicado un verano hace 22 años, en mi columna diaria del periódico Las Provincias. Unos meses después, y para sorpresa mía, fui galardonado con el Primer Premio Nacional de Prensa Escrita CIRCULO DE AHUMADA, el 25 de noviembre de 1994. Hoy lo vuelvo a publicar de nuevo. Aquellos que me conocen personalmente, saben por qué.
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