Susana Gisbert
Llevamos solo unos días de Juegos Olímpicos, aunque llevamos muchos más de preolimpiadas, con reportajes y entrevistas varias destinadas a calentar motores antes de que el pebetero hubiera llegado a su destino en Río de Janeiro.
Así que todo muy moderno, salvo las mentes. O algunas de ellas. Al menos en lo que a la participación de las mujeres afecta. Y es que un día sí otro también, los periódicos deportivos y los que no lo son, se despachan a gusto con perlas propias de la mejor época de José Luis López Vázquez deslumbrado por la llegada de las suecas a nuestra playas y piscinas. Y juro que no exagero.
De suecas precisamente hablaba uno de esos artículos -por llamarlos de algún modo- a que hago referencia, llamando a las deportistas escandinavas “muñecas suecas” con ilustraciones que centraban la atención en todo menos en sus gestas deportivas.
Otro rotativo animaba a sus lectores a descubrir quiénes eran las deportistas más “buenorras”, aunque, presionado por la indignación que viaja a lomos de las redes sociales, cambiaba el titular por una referencia a los deportistas más atractivos, como si eso cambiara otra cosa que la zafiedad del lenguaje.
Es triste que años de dedicación, esfuerzo y duros entrenamientos, no merezcan más atención que la centrada en el aspecto físico de los atletas, sean hombres o mujeres. Porque esa trampa también la tendieron. El supuesto ranking podía incluir a hombres, como si eso mejorara las cosas.
Pero aún hay más. Las fotografías que exhiben parecen empeñadas en enseñarnos partes concretas de sus anatomías, o gestos comprometidos. Como si no hubiera otras. De nuevo la presión de las redes consiguió que sustituyeran las fotos de la discordia por otras mucho más adecuadas. Eso está bien, desde luego, pero mejor estaría que se fijaran un poco antes de decidir qué publicar, sin esperar que esa especie de policía twittera encienda las alarmas. Lo que lleva a plantearse si no era un fallo tan inocente y estaba destinado, precisamente, a causar repercusión. Aquello de mejor que hablen de una, aunque sea mal.
Y, por si el recital de sexismo no estaba completo, la guinda del pastel fue un titular se refería a una medallista olímpica como “la mujer de..”, como si lo importante fuera con quien está casada. Casi como si no tuviera nombre, como hicieron varios medios no hace mucho para referirse a las nominaciones al mejor gol.
Y con determinadas cosas no se juega. En una sociedad donde el deporte femenino está a años luz de sus homónimos masculinos en cuanto a repercusión y atención mediática, los Juegos Olímpicos son una oportunidad única para visibilizar a esas esforzadas mujeres de las que apenas se habla durante los espacios de deportes el resto del año. Máxime, cuando se llevan gran parte del botín de las medallas. Y no se debería desaprovechar esa oportunidad para conferirles valor y distraer la atención con otras cosas. Y para aplaudir como merece su esfuerzo y, por supuesto, sus conquistas, que no son pocas.
Sin embargo, llegado el momento, quienes redactan las noticias, o quienes deciden los titulares o las fotografías que los acompañan, vuelven a lo de siempre. Al sexismo y al chascarrillo fácil, a la torpeza inadmisible o a la aún más inadmisible acción deliberada.
Sea como fuere, desalentador. Que no nos extrañe luego que algunas deportistas decidan desnudarse para celebrar un triunfo, como pasó hace meses. Porque parece que es casi el único modo de atraer los focos.
Hay enormes mujeres deportistas, dentro y fuera de nuestras fronteras. Mujeres como Mireia, que nos ha regalado la primera medalla para España, como Yusra, que logró competir con el equipo de refugiados tras haber cruzado a nado para salvarse del infierno y salvar a varias personas, como Oksana, capaz de increíbles acrobacias en sus séptimos juegos a los 42 años, y como tantas otras.
Por todas ellas, reclamemos el esfuerzo de todos, para que no tengan que esperar otros cuatro años para ser valoradas como merecen.
@gisb_sus
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