Opinión

Sentido de Estado

Manuel Huerta

Uno que, afortunadamente, tiene amigos por todo el territorio nacional por mor de mi ya extensa carrera profesional, pulsa con frecuencia el sentimiento de rechazo que produce «lo catalán». El test comienza casi siempre de igual forma: tras la cuita sobre el asunto principal, llegado el tiempo de interés de cómo le van a uno las cosas, la familia y demás, llega siempre la misma pregunta, «¿bueno, y tu Valencia, qué?». Tras las explicaciones más o menos apasionadas y en comparación casi siempre con el Real Madrid de ellos, llega la segunda andanada, «ah, bueno, si tu eres del equipo ese extranjero, el Barça…».

Primero fueron mis largos años de empresa de Madrid, ahora quedan los amigos de entonces. Pero también de Galicia, de Valladolid, de Sevilla, de Bilbao, de Palma de Mallorca, de Alicante, de Cáceres, de Soria, de Burgos, de Cuenca, de…, «joder, macho, con lo que se meten con vosotros, no puedo entender cómo sigues siendo del Barcelona!». Sí, ya se, hay tres errores grandes de concepto. El primero, yo soy más valencianista (o cómo poco igual) , que el murciélago del escudo. El segundo error es mezclar la sana afición al fútbol con intereses privados de simples alborotadores y vividores de la política (Mas, Puigdemont, Forcadell, etc,) y sus voceras oficiales (Sardá, Piqué, Guardiola, Coixet, Milá, Carreras, Llach, Espert, etc, etc  ). Y el tercero, pensar que desde Cataluña se «meten» con Valencia, cuándo son cuatro valencianos (más irresponsables que los anteriores), los fustrados por no pertenecer a los «países catalanes» en contra de la inmensa mayoría. Ya deberían haberse ido hace años y no les hubiéramos echado de menos, seguro.

El caso es que uno de estos amigos mostró más interés del normal en este tipo de conversaciones, lógico por su alto nivel de información sobre el proceso separatista anticonstitucional del grupeto catalano-vividor. Y me hizo algunas reflexiones tan ciertas cómo que si un Parlamento regional de cualquier país de la Unión Europea se declara fuera de la Constitución, ignorando la ley y avanzando hacia la independencia, queda intervenido. Y cierto es que en Cataluña se acaba de perpetrar el equivalente incruento de un golpe de Estado. Y no pasa nada. Sus autores deberían ser ya custodiados por la Guardia Civil. El asunto no pasará ahora de un recurso más ante el Tribunal Constitucional y quizá algún relevo institucional que será recurrido. Es decir, el gran negocio de los abogados.

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También es cierto que aquel Estado de las Autonomías ha quedado obsoleto. Como había que contar con los nacionalistas vascos y catalanes para el famoso consenso para superar el franquismo, se les dejó toda suerte de asombrosos privilegios. Tal que podían estar representados en las Cortes Generales. Esa es la incongruencia mayor que es necesario modificar de nuestra vieja Constitución.

El principio democrático esencial es que todos los partidos que concurren a las elecciones generales deben de representar al conjunto del pueblo español, no a una parte. Los partidos nacionalistas que hoy se sientan en las Cortes son en realidad únicamente grupos de presión. Sus diputados y senadores actúan con “mandato imperativo”, contrariando el precepto constitucional. Es más, algunos de ellos ni siquiera se consideran españoles, pero cobran del Estado español. Del suyo no podrán si no es a costa de  ‘impuestazos’ a sus conciudadanos. Antes de ponernos a cambiar la Constitución, sería necesario cumplir con el espíritu de la vigente. Porque si no se hace así, estos profesionales de la política pueden hacer saltar el Estado de Derecho.

Con una nueva Constitución se podrían solucionar estas incompatibilidades regionales, aunque para eso hace falta un Gobierno valiente. Pero seguimos, no ya sin Gobierno, sino con la actitud aniñada e inmadura de los dos artistas principales y constitucionalistas, recuerdo, derrotados dos veces por la urnas: Sánchez y Rivera. Y tampoco pasa nada en sus partidos. Ambos utilizan la retórica, el egoísmo, la componenda, la demagogia, la cobardía. La prueba es que se pueden pasar un año cobrando sus sueldos sin haber hecho su principal trabajo, que es el de formar un Gobierno estable. Es su incompetencia.

Y es precisamente de esa incompetencia y falta de sentido de Estado de la que se quieren aprovechar los nacionalistas catalanes para iniciar la ruptura con los españoles. Así, la independencia de Cataluña se puede precipitar, no por la voluntad de los partidos nacionalistas sino por la incapacidad de un Gobierno que tome las decisiones que deba tomar. Es evidente que aquí sobran «políticos» y faltan estadistas. Que son dos cosas bien diferentes.

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