Siempre hay un momento en el que te das cuenta de que todo cambia, todo evoluciona, y te vas quedando, poco a poco, sin la bolita de amor y grasita que un día te salió de dentro
Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE
SUGERENCIA MUSICAL, «Peter Pan», de El Canto del Loco
– Cuándo has crecido tú tanto, gandul…
Da igual lo mucho que vivas, que estrujes, que meses, que cates y/o abraces a tu bebé, siempre hay un momento en el que te das cuenta de que todo cambia, todo evoluciona, y te vas quedando, poco a poco, sin la bolita de amor y grasita que un día te salió de dentro. Por mucha bobera que te invada, sabes, porque es evidente y qué bien que así sea, que el saquito de amor que no usó chupete porque no era artículo comestible, que no enredó con el mordedor porque ya tenía tu mano hasta que daba en hueso, que no se subió al andador porque ya estaban tus brazos a modo de grúa, se hace mayor. Estés o no preparada, tu pequeñito ya sólo es bebé que en tu cabeza, adicta a sus babas de mañana, aroma inconfundible y delicado, perfecta mezcla de dónde está mamá, quiero tomar mi biberón mientras un ratón con calzoncillos rojos baila para mí su MishkaMushkaMickeyMouse. Peter Pan se hace mayor, quieras o no.
– ¿ycomohaseellllobooooauuuuu…? – Pregunta y respuesta a renglón seguido, porque si una cosa tienen mis hijos en común, es que ellos saben más de lo que cuestionan. Así que, ¿cómo hace el lobo? Auuuu.
– Qué listo es mi rey morito…
Me escucho y pienso, hija, Noe, qué arcaica en la fórmula cariñosa, en el apelativo, pero qué le vamos a hacer, son modismos que, por heredados, se convierten en tradición, y sólo te das cuenta de lo out que estás, cuando se te escapan delante de otro papá que aún no cruzó la barrera ideológica y virtual de los 40, y se gira hacia a ti, como diciendo ‘de que c*ño de pino se habrá caído esta mature’. Y de todos y de ninguno en particular, porque que levante la mano, queridas parejas con hijos, el que no haya amado a sus niños, empleando alguna ridiculez maravillosa, que fuera del ámbito familiar, resulta, cuando menos hilarante. Chocho, pongo por caso, y vean que no lo escribo con asterisco, porque me niego a pensar que una mamá pueda llamar a su niña vulva, y quedarse tan ancha; entiendo que chocho es, en este particular, un qué sé yo de amor loco y sin pensar, una jerga familiar, que en el parque suena raro, raro, que diría el doctor Iglesias Puga…
– ¡Chocho, ponte la visera ahora mismo o nos vamos para casa…!
¡Oh, oh!
3, 2, 1, Ignition…!
En el parque estamos dos mamás, un papá y un abuelo que se afana en dar el plátano al nieto. Todos a una, como en Fuente Ovejuna, nos giramos para comprobar:
a) Que Chocho se ha puesto la visera.
b) Que Chocho no es sorda (el grito de la madre ha alertado a los monos del Seregueti, palabrita).
c) Que Chocho es una niña, no una sinécdoque: no la parte por el todo, gracias.
Así que, todos contenemos la respiración y la risa, menos el abuelo que da el plátano al nieto, y que está hasta el bastón de repetirle mastica, Carliños, masticaaa, c*rallo, que a las ocho juega el Deportivo. Este abuelo, que ya ha visto de todo y eso le confiere semblante de pirata de que dado la vuelta al Cabo de Hornos, se gira hacia mí y diciéndome, pero sin decir, masculla para el cuello de su polo Lacoste, ya descolorido, mil y una vez lavado y aun como nuevo, según se mire…
– ¡Virgen queridiña…!*
Y traduzco, pero tampoco es necesario, porque aunque el abuelete se hubiese expresado en swahili, le hubiesen entendido hasta en Salamanca. Virgen querida*, entiéndase, también, mi madriña do Carmen, otra desideratio tan galaico como universal, porque cuando algo clama al cielo, pues clama y punto pelota. De entre tooooooodos los apelativos, motes, carantoñas y cucamonas de mundo mundial, aquella mamá había decidido bautizar a su princesa como chocho. Que para ella, para los suyos, para sus propios pero no para los extraños, aquello era un poco chufla. Incluso soez, aunque siendo una niña rubita, con coletas como manillares, a ambos lados de las orejas, la cosa quedaba sólo en inapropiada.
– Y seguro que le puso un nombre bonito en el registro…
Alega el padre jovencito que estaba sentado a mi lado, compartiendo casi-sombra (señores ingenieros de parques infantiles, si nos ponéis placas fotovoltaicas en el culo a los papás, ¡sus forráis, licenciados! Saludos a sus madres, que seguro tienen toldo en el que resguardarse…).
– Menos mal que no le salió niño, porque… – Me río – P*rola, como si lo viera…
El abuelete, plátano en mano, el papá jovenzuelo y la menda, lerenda, nos unimos en un me troncho mismamente. La madre de Chocho nos mira, segura de que algo tiene que ver con ella, pero como está muy atereada haciendo que la susodicha no se deje cuarto y mitad de la puntilla de la falda en la bajada del tobogán, nos hace un ‘que os la pique un pollo, manada de mamalones’. Nos damos por picados, querida, pero hay que ver qué epopeya va a ser la hora del patio de tu niña cuando empiece el cole.
Que crecen, no se me olviden, así que echen mano santoral, del santoraaaal. Ahí lo dejo…
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