La maldición de Ciudadanos

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

En momentos de radicalización ideológica, el centrismo político no resulta nada seductor.

El mayor ejemplo, el de Estados Unidos, donde el Partido Republicano ha caído en manos del histriónico Donald Trump y donde muchos demócratas radicales boicotean a Hillary Clinton y se quedarían con Bernie Sanders aun después de que éste haya cedido ante su rival.

El gusto por los extremos ideológicos se ejemplifica también en Austria, donde van a repetirse las elecciones presidenciales entre el antisistema de derechas Norbert Hofer y el ecologista Van der Bellen.

Situaciones así empiezan a ser habituales en la vieja Europa, donde crecen partidos radicales de izquierda en Grecia, Portugal y España y, sobre todo, de extrema derecha en Francia, Polonia, Gran Bretaña, Hungría, Holanda…

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Ante este panorama, ¿qué puede hacer un partido como Ciudadanos, que aspira fundacionalmente a la moderación, el equilibrio y el entendimiento entre contrarios? Pues lo tiene crudo. Un predecesor suyo, como el Partido Liberal alemán, se ha hundido electoralmente tras su última alianza con Angela Merkel, lo mismo que le sucedió en Gran Bretaña a su homólogo, Nick Clegg, tras el abrazo del oso de David Cameron.

De ahí la pérdida de votos de Albert Rivera tras su pacto con Pedro Sánchez después del 20-D y el pánico que le tiene ahora a un posible acuerdo con Mariano Rajoy al que pretenden lanzarle sin ningún disimulo sus adversarios.

Ésa es la maldición de un partido político de centro en una época de gusto por los extremismos. Si permanece en la actitud centrista se le acusará de quedarse en tierra de nadie y si tiende la mano a unos u otros para ayudar a la gobernabilidad del país, se le tildará de entreguista.

De ahí la paulatina disminución en la intención de voto hacia Ciudadanos, que llegó a estar en cabeza en alguna encuesta hace año y pico, que ha perdido en seis meses el 20% de sus escaños y que probablemente aún bajaría más en unas hipotéticas terceras elecciones.

Ante semejante escenario, ¿alguien apuesta por la moderación?

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