Mi jardín con enanitos

Y es entonces, cuando papá y mamá se alegran mucho de que la gente se enamore, arda de pasión tardío adolescente y quiera hacer fiesta nupcial

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MAFRE

SUGERENCIA MUSICAL, «Jardín con enanitos», de Melendi

https://www.youtube.com/watch?v=GoTxkbVBUIQ

 

– ¿¡En serio…!?

Silencio absoluto, cuasi duelo.

– ¿¡En serio…!? – Vuelvo a inquirir, ansiando en lo más hondo de mi yo, yo misma y mi menda lerenda, que la inevitable respuesta varíe, al menos, en lo substancial.

– En serio…

Blandiendo una invitación de boda en la mano, mi maridito se deja caer en el borde de la cama, ese lugar magnético, en el que nuestros desvencijados cuerpos de padres extenuados, ven como culo y colchón se aman locamente. Pues así, pompis contra viscoelástica, ambos nos dejamos ir en un mar de ‘no sé si podremos soportarlo, no sé si aún estaremos a tiempo de anotarnos al casting de Supervivientes, porque ganamos por goleada, no sé si nos hagamos pasar por una pareja de bichos palo, camuflados en la maceta del ficus del salón (que ya ni es ficus, ni es salón, porque el uno está rechumido como un matojo de manzanilla, y el otro, el salón, es un hangar juguetero en pleno diciembre. Y es entonces, cuando papá y mamá se alegran mucho de que la gente se enamore, arda de pasión tardío adolescente y quiera hacer fiesta nupcial, para vestirse de muñecos de tarta y subastar la liga de la recién señora de, pero…

– ¿Por qué nos hacen esto, papi…? – Me tapo los ojos con las manos. No lloro lagrimitas de cocodrilo porque me aprieto el lacrimal, de lo contrario…

– Noe, sólo es una boda. Nada más. Nos ponemos guapos, disfrazamos a los niños de galleta de Becquelar y ya está – Mi maridito puede con todo, lo que le echen, salvo con mis ataques de SOS, yo me borro del mundo – Venga, que siempre tienes el plan perfecto: si tú te ac*jonas, ya me dirás hacia donde nadamos…

Sudamos la gota gorda sólo de pensarlo; el calor infernal tiene mucho que ver con nuestro desánimo para las fiestas, pero los gritos nuestros enanitos desde el jardín, nos recuerdan y reafirman en la idea de que la autonomía de nuestro cada vez menos bebé y más niño, no hace, sino, darnos más de fatiguita en esto de la crianza. Dos niños no son el doble de trabajo, son el cuádruple. No sé quién me lo dijo recién parida, pero la voy a buscar para pedirle los números de la Primitiva, porque no falla uno… Los dos miramos por la ventana, vigilando a la prole, seguros de que ellos son y siempre serán el ancla de todo lo bueno y el ahuyenta mosquitos de todo lo malo, pero ¡hay qué ver, qué chupa energía que son, madre de Dios! De repente, oímos un grito descomunal; oímos al mayor quejarse a todo pulmón de que las avispas son unas cochinas marranas, y que él se las pira al salón con papá, que sabe darles su merecido.

– Papi, te toca hacer de Bloom, el insecticida que las mata bien muertas… – Me río, con un cojín tapándome la cara.

– Y a ti te toca hacer de personal shopper; cómprales ropita chula a los niños, pero es verano: nada de corbatitas de g*lipollas… – El paciente padre recibe un cojinazo en todo el hocico, precisamente, el que yo usaba como tapia para que las lágrimas no saltasen a su bola, Manola.

– ¡Pajarita, pues! – Sentencio, salerosa.

– Maravilloso, mami, así tendremos a dos alevines de miura, puestos de adrenalina hasta las orejas, enervados de calor infernal e incómodos por tener que llevar al cuello una soga con lacito… – Otra vez culo contra viscoelástica. Sé por la caída a peso muerto, que sólo de imaginarse una velada festiva, a 35 grados a la sombra, con los niños dando por saco por estar en el lugar equivocado un día de playa como el que seguro haría, quiere que alguien lo acerque en su parcelita del campo santo.

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– Ánimo, Terminator, baja a hacerte con la avispa cochina marrana, que del fin del mundo, ya me encargo yo… – Le acaricio la espalda, con ánimo de darle el impulso que necesita – ¿Tú necesitas ropa o nos arreglamos?

– Yo tengo de todo: cómprate tú algo bonito, que yo voy sobrado.

¡Oh, cuán bella declaración de amor, mi lindo Romeo! Muy allá, al inicio de los tiempos, cuando todo aquel tinglado de las los renacuajos en la charca que perdieron el rabito y salieron, tan pichis, a hacerse con el mundo inhóspito, reptando va, reptando viene, cuando un caballero le decía a una dama ‘cómprate tú algo bonito’ significaba la hibernación de la cuenta corriente, significaba una tarde frenética en las que las prendas ideales y las indecisiones se sucedían, y ante la duda, en efectivo, por favor: me llevo los cinco vestidos, las dos faldas, el pareo de lentejuelas y la braga alta por si se me salen las morcillas después del aperitivo, gracias. Pero, una vez los renacuajos perdieron su cola y reptaron por el mundo inhóspito, se dieron cuenta de que en familia se vivía muuuucho mejor. Así que, conocieron a otra renacuaja sin rabito, se hipotecaron hasta los ojos saltones, comprándose a plazos la mejor charca con vistas del lugar, y repoblaron el planeta de renacuajos (en principio con rabito, después ya sin él, que la mutación era hereditaria, claro), tan exigentes como miedosos de las avispas marranas cochinas: y ahí se acabó el hedonismo. Nunca más la frase-dádiva ‘cómprate algo bonito’ tuvo el mismo significado; sobraban cosas bonitas, pero nunca, nunca, nunca, había suficientes cosas para su rebaño de renacuajos sin rabito. Colorín, colorado, esta metáfora Darwiniana, se ha acabado.

– Yo me apaño con lo que tengo, papi. Les cojo algo a los pequeños y aprovecho para ver si ya están los uniformes para el año que viene… – Me incorporo, más que nada, para ver por la ventana si ha ganado la avispa o mis miniyós. Veo al mayor haciendo aspavientos de difícil descripción, que su hermano confunde con un baile veraniego, e intenta imitar, moviendo el pompis como si fuese de gelatina. Genial, pienso, siempre pueden ganarse la vida como dúo cómico.

– Mujer, cómprate algo, que estamos en rebajas y seguro que hay un montón de cosas que te gustan… – El paciente padre me mira, segurísimo de que está en lo cierto, sin embargo…

– ¡Tengo más ropa de fiesta de la que seguro me voy a poner de aquí a que abramos los bailes en los hoteles de jubilados de Benidorm! – Estiro el pulgar, OkeiMackey.

– Te creo, pero pudiendo ser, valora que es verano; va a hacer dos mil grados a la sombra: el vestidito de piel sintética del año pasado no computa como posible…

Mi maridito se ríe a morir, y no es para menos. Permitidme un flashback de diván, en el que me veo sudando la gota gorda, cargando a mi bebé con pseudo-elegancia, mientras el vestido de piel sintética (material anteriormente conocido como plástico escai) ejerce sobre mi escote, mi cadera y mi rabadilla un efecto invernadero que muda mi condición cárnica, por líquida. Encharcada en sudor, me acuerdo de las gorditas combativas, las que luchan con su perímetro abdominal contra viento y marea, haciéndose un fajín con film de envolver bocadillos. El recuerdo de aquella sensación de estar ahogada en mis propios sudores, mientras las sandalias se me devoraban un juanete (literalmente, en carne viva estaban, ojú…), hacen que me tire en plancha hacia el armario.

– ¿Nena, qué haces…? – Mi maridito me ve blandiendo una tijera, que ya quisiera el Cid con su Tizona.

– ¡Cortar por lo sano! – Ris, ras, ris, ras, ris, ras – Muerto el perro, se acabó la rabia…

– Pero mira, con no ponértelo en verano estaba solucionado… – La risa, siempre la risa, qué gran bálsamo cura pupas.

– Yaaa, es muy fácil decirlo, pero seguro que de aquí al día D, hora H, pasan cientos de miles de millones de m*erdas que hacen que no tenga un segundo maldito para probarme algo que me quede mejor, así que…

– ¡Dame, dame, amor, que te ayudo…!

Y ahí estamos, los dos tijera en ristre, preguntándonos por qué cojoño la juventud, ansiosa de fiéstola y vida social, nos invita a fiestas de adultos, que no son, en modo alguno, agradables para los niños, pero tampoco para los padres con niños (es decir, nosotros). Sabemos, por experiencia dérmica (lo hemos sufrido en nuestra piel y nuestro ritmo cardíaco) que las celebraciones interminables con tarta, flores, baile y fondue de frutas no son una fiesta en sí, no siendo que seas tú la que se embute en tules, que ese es otro cantar. Así que ya lo saben, queridos, parafraseando a la gran Lola Flores: si me queréis, irse de fiesta, pero ni se os ocuuuuurra invitarnos, por lo menos hasta que mis niños tengan edad de pelo en cresta, tatuajes y novias con piercings que hacen Yoga y Mindfulness (me releo y me da pavor, estupefacción y ansiedad. Será el calor. Será…)

noemartinez.es

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