No existe guerra racial

Enrique Arias Vega / A CONTRACORRIENTE

En un viaje oficial por Estados Unidos en 1988, mi guía, Nancy Hartzenbusch, me comentaba que su padre, un racista heredero de la mentalidad de los años 50 y 60, llegó a admirar a Michael Jordan, Bill Cosby y Michael Jackson. “¿Cómo puede hacerlo alguien como tú?”, le preguntaba. “Es que parecen blancos”, era su repuesta.

No se trata, pues, de un antagonismo racial propiamente dicho el que existe en Estados Unidos, sino de una distinta percepción social, del estatus personal y de la diferente integración en los valores colectivos de la sociedad de bienestar. Lo acaba de reconocer el presidente Obama: “No hay un problema de negros ni de hispanos en nuestro país”.

El problema, como en todas partes, es de ricos y de pobres, de fuertes y de débiles, de beneficiarios de una sociedad abierta y permisiva y de parias que no logran esos beneficios. En Estados Unidos, la mayoría de los perjudicados por el sistema, resulten o no culpables de ello a nivel individual, lo son las minorías raciales, no así la asiática, que practica un notable concepto de esfuerzo personal y de superación colectiva.

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Pero no sólo negros e hispanos están depauperados. El creciente empobrecimiento de la antes amplia clase media blanca ha propiciado el fenómeno Donald Trump, dando su oportunidad política a un tipo tan inculto e impresentable como él.

Por otra parte, el avance de la minoría afroamericana desde los ominosos años 60 ha sido vertiginoso, con cantidad de millonarios de color, neurocirujanos de éxito, financieros de Wall Street, dirigentes de empresas, líderes políticos y hasta el omnímodo presidente de un país con una enorme mayoría de votantes blancos. En ciudades como Washington, además, cuatro de cada cinco policías son de color, en una inversión del papel tradicional de las fuerzas de seguridad.

Por todo eso, los conflictos raciales en Estados Unidos no son más que la expresión violenta del antagonismo social entre poseedores y desposeídos. Si algún día llega a resolverse esa contradicción, entonces la presunta guerra racial habrá desaparecido como por ensalmo.

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