Susana Gisbert
Un tema polémico. Por más que creamos que nuestra democracia ya es mayor de edad, no parece haber salido de una adolescencia prolongada, y el espíritu aún anda con acné y las hormonas revueltas. Porque la política hoy, como siempre, sigue siendo un tema capaz de enfrentar familias y destrozar amistades.
Me comentaba una buena amiga que en su casa está terminantemente prohibido hablar de política, por temor a posibles disputas. Algo muy razonable y sensato aunque difícil de cumplir. ¿Qué es política? O más difícil todavía, ¿qué no lo es? ¿Acaso no es política hablar de sanidad, de educación, de economía, del paro, de inmigración, igualdad o violencia de género? ¿No depende de lo que diga cada partido en cada momento sobre estos temas la opinión que se tenga?
Y es que si no, es difícil tener ninguna conversación. La cosa sería sencilla. Todos coincidimos en que queremos una sanidad y una educación estupenda, que no haya paro, que todos seamos iguales, se trate bien a los inmigrantes y que se acabe la violencia de género. Y eso sólo da para el primer plato de una comida familiar. Y ni eso. Apenas llegamos al aperitivo. Si hasta el fútbol estaría en terreno tabú, con los últimos rifirafes que han montado con banderas y otras cosas.
Así que no es mala idea eso de no hablar de política, pero es más bien difícil. Y tampoco sería malo si entendiéramos la política como evoca su origen etimológico, referente a la polis, esto es, a la ciudad y a los ciudadanos. Pero no parece que hayamos aprendido nada de cuarenta años de intolerancia y enfrentamientos y volvemos a tropezar con la misma piedra.
Pero hay una fórmula. Se llama respeto. Tan sencillo y tan complejo. El día que aprendamos a respetar lo que los demás piensan habremos avanzado de verdad. Y ojo. El respeto no es solo no matar al otro porque piense distinto, sino abstenerse de insultarlo, de ridiculizarlo o de reinterpretar sus postulados para echarlo por tierra. El respeto debe llevarnos a exaltar lo positivo de nuestras tesis, no a resaltar lo negativo de las ajenas. Si nuestros argumentos son buenos, deberían bastar para convencer.
No parece que sea eso lo que hace nuestra clase política, o buena parte de ella. Pero tampoco los españolitos de a pie, que seguimos emperrados en enfadarnos con aquel que tenga otras ideas, aunque no las compartamos. Y somos capaces de perder afectos por culpa de estas cosas. Y es comprensible. ¿Cómo mantener el afecto a alguien que ridiculiza hasta el paroxismo aquello en lo que crees?
Nos falta mucha formación. Y también información. Para dejar de lado la deformación que sigue manteniendo “el conmigo o contra mí”.
¿Hasta cuando seguiremos así? Porque tal vez hasta ese momento no desaparecerán los granos y los cambios hormonales de nuestra sociedad, y sigamos siendo la eterna adolescente. Y pasaremos de la crema antiacné a la antiarrugas sin solución de continuidad
Ni conmigo ni contra mí. A mi lado. Es fácil. ¿O no?
Twitter: @gisb_sus
Agregar comentario