Antonio Gil-Terrón
Si voy por la calle afirmando y repitiendo que soy un hombre, llegará un momento en que, ante mi obsesivo interés por manifestar lo evidente, la gente empezará a pensar que no debo de estar muy seguro de mi masculinidad, cuando la pregono tanto.
Y esto viene a cuento de que en democracia lo que no debe hacer el candidato de un partido nacional es pasarse toda la campaña diciendo “nosotros los demócratas”, apropiándose del término, como si los candidatos del resto de los partidos políticos no lo fueran. Me refiero al señor Pedro Sánchez, que ha empleado el “NOSOTROS LOS DEMÓCRATAS”, hasta el empacho.
El ser hombre, mujer, o demócrata, no es nada extraordinario o digno de alabanza; es lo normal. Lo anormal es el pregonarlo compulsivamente y sin venir a cuento, porque así lo único que puede traslucir es que uno no es tan hombre, mujer, o demócrata, como presume. Como dice el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Por otro lado, buscar el PROGRESO de la sociedad hacia cotas más justas y elevadas, tanto material como moralmente, creo que es una aspiración noble de cualquier ciudadano de bien, sea del partido que sea. Otra cosa son aquellos que como el señor Pablo Iglesias, se han apropiado del término “progresista” en todas sus variantes, utilizándolo como si tuvieran en exclusiva su copyright a nivel mundial.
En cuanto al señor Rajoy, que nunca ha sido santo de mi devoción, no me cabe más que felicitarlo por los resultados obtenidos tras una dura campaña de todos contra uno.
El pueblo ha hablado, y al que no le guste que se vaya a vivir a Corea del Norte o a Cuba, donde no tienen problemas electorales, dado que allí los cargos son hereditarios.
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