Jose Segura / LO QUE HAY
No es que me sorprenda, porque el tiempo no pasa en balde. Y el desuso de muchos dichos y refranes los arroja inevitablemente al olvido. Algo así pasa con lo del “pelo de la dehesa”, cuyo tosco significado literal se refiere al vello de las crías de los animales que luego han de perder con su desarrollo.
Aunque su aplicación al ser humano, con un origen de desprecio al aldeano por el urbanita, se dirigió más tarde a todo aquel falto de adecuación al medio, fuera por razones culturales o por ser incapaz de integrarse en grupos clasistas.
Ese pelo de la dehesa, tan perfectamente aplicable a los jóvenes aún inexpertos, me ha venido a colación tras el debate a cuatro que millones de españoles sufrimos anoche voluntariamente. Así, causaron nuestro aburrimiento y desengaño los Pedro, Pablo y Albert, que no aportaron nada de interés ni fueron capaces de calentar a una audiencia que, en su inmensa mayoría, tiene depositadas en ellos las ganas de cambio. Mientras, el experto aunque machacón Mariano, disfrutaba del penoso espectáculo, limitándose a mantenerse en el machito.
Esos tres jóvenes, ya tienen la edad suficiente para gobernar, como en su día la tuvieron Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar, que sí movilizaban el cotarro con sus inteligentes alegatos, arengas y diatribas.
Pero no. Estos nuevos no convencen, ni se les adivina esa chispa de liderazgo capaz de generar confianza.
Pedro Sánchez aún muestra en su piel el pelo de la dehesa de la falta de carisma de otros antiguos líderes socialistas. No da la talla ni tampoco parece tener las luces necesarias para conseguirla. Mejor quedaría como modelo de una marca de dentífrico que al frente de un país con tan serias dificultades como el nuestro.
En cuanto a Pablo Iglesias, no es pelo lo que le falta, aunque su dehesa se encuentre en el mismo sitio que su falta de empatía. Según las encuestas, privadas o del CIS, cae como el culo a los votantes, con un nivel de aceptación bajísimo. Siempre está cabreado, además de repetir sus mantras hasta la saciedad y con uso excesivo de palabras. Es un peñazo.
Y por lo que respecta a Albert Rivera, debemos prevenirnos de su permanente estado de ansiedad, manifestado tanto por su lenguaje corporal como por sus ya conocidos sudores que tanto recuerdan a las axilas del futbolero Camacho. Sólo pensar que este hombre, aparentemente bienintencionado aunque muy escaso de dotes de liderazgo, podría encontrarse en el futuro ante la toma de una decisión delicada y urgente, me causa pavor. Mejor que vuelva a la dehesa de la que salió –allá, en la derecha- y que le den alguna vuelta más.
De Mariano Rajoy, poco más que añadir. Ya ha perdido el pelo de la dehesa, pero su evolución deja mucho que desear, como un Pokémon chungo. Es un hombre anticuado y fallidamente prepotente, con unos chascarrillos obsoletos que con nadie conectan.
El problema es que tiene tantos acólitos alrededor haciéndole la pelota, que aún no es consciente –como el rey del cuento- de su obscena desnudez.
Así veo el panorama, carente de toda ilusión ante mi próxima obligación ciudadana de votar. Así que haré caso al agresivo y desencantado columnista Ramón Cotarelo y creo que acabaré votando a PACMA. Al menos los animalillos, que aún no han perdido el pelo de la dehesa, me lo agradecerán.
Twitter: @jsegurasuarez
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