Susana Gisbert
Siempre me han gustado los regalos. Los de verdad, los que vienen envueltos en papel de colorines y, a ser posible, con un lazo. Esos que una no espera y que significan que quien lo da, ha dedicado parte de su tiempo en buscar algo especial para la persona a quien se dirigen. Me importa un pepino su valor económico y, por supuesto, si sirven o “me hacían falta”. Es más, creo que la gracia es que no me haga falta, sino ilusión. Salvo, por supuesto, que haya razones –económicas, fundamentalmente- que impidan al destinatario del regalo acceder a algo que le haga falta. Pero entonces volvemos al origen: ya no solo le hace falta, sino ilusión. Y de eso es de lo que se trata cuando te hacen un regalo.
Reconozco que soy afortunada. De un tiempo a esta parte, estoy recibiendo regalos inesperados de esos que me llenan de ilusión. De ilusión de la verdad. Y, como los tiempos cambian, algunos sin siquiera papel de colorines y lazo. Aunque los buenos regalos también hay que saber apreciarlos. Y ese es otro regalo que nos hace la vida.
No hace mucho tiempo una persona muy querida me hizo uno de los regalos más preciosos que he recibido. No sólo me sorprendió con su presencia en una ocasión importante para mí, sino que me trajo algo muy preciado: sus viejas zapatillas de ballet, envueltas en un paquete rosa y con un lazo de lunares. ¿Se puede recibir algo más hermoso, sabiendo lo que el ballet significa para mí?. Ella misma me comentó que hubo conocidos suyos que no supieron comprender lo valioso del presente. No diré nada al respecto, más allá de compadecerlos. Ellos se lo pierden.
Pero como digo, soy afortunada. En los últimos tiempos he recibido otro de los regalos más maravillosos que se puede tener: la presencia inesperada de alguien que quieres, que no ha tenido miramiento alguno en recorrer muchos kilómetros para compartir simplemente unas risas o un abrazo. Un lujo para repetir. Como para repetir también todas las oportunidades en que, aunque sea por poco tiempo, conviertes un abrazo virtual en real. Un verdadero privilegio.
Y también hay regalos de otro tipo con un enorme valor. Regalos intangibles que llegan a través de las redes o en mensajes. Hay alguien que nos obsequia cada día con flores. Preciosas flores que fotografía y que dirige a mí y a otras personas a través de un tuit. También hay quien busca, un día tras otro, imágenes esmeradas con mensajes no menos esmerados para desearnos un buen día. Y con enorme gusto recibo también las frases de ánimo, y las imágenes acompañadas de un texto especialmente destinado a lograr que nos vengamos arriba. Ultimamente, todas las tardes, mi querida y sabia Mafalda viene a visitarme de la mano de alguien que sabe que me gusta, como también me gustan las imágenes de su entorno que retrata un compañero y que nos obsequia cada viernes y que se han convertido en un preludio imprescindible del fin de semana.
Y todavía hay más. Hay personas que me hacen llegar noticias que saben que me van a gustar, como las que se refieren a esas personas que nos hacen #CadaVezMasIguales, y también hay quien me envía fotografías que piensan que son adecuadas para el pequeño texto que cada mañana fijo en mi perfil de twitter para reivindicar la lucha contra la violencia de género, o que pueden servirme para un post o un artículo. El otro día, sin ir más lejos, el dibujo de una niña de 9 años a la que no conozco, pero que sabía de mis andanzas y me hizo llegar su dibujo por medio de su tía.
Todas esas pequeñas cosas que convierten el día a día en Vida con mayúsculas. Y que, al final, además de hacerme ilusión, me han acabado haciendo falta. Ojala estas líneas fueran uno de esos regalos para cada uno de ellos. Gracias por convertir la vida en Vida.
@gisb_sus
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