Sarandonga

Noe Martínez / LIVING LA VIDAMADRE

SUGERENCIA MUSICAL «Sarandonga», de Lolita Flores

 

 

  • ¡Chica, pues no todo es ser madre: hay que guardar una parcela para una misma…!

Una de las cosas que más me priva cuando tengo que esperar, hacer cola o, simplemente, pasear detrás de la gente, es atender a las reflexiones ajenas, pero no por cotilleo, sino por mero ejercicio antropológico. Me encanta oír y ver y sentir como nos retamos y nos decimos y desdecimos en no menos que cuatro pasos, quizá dos turnos en la sala de espera del médico o en el tiempo que tarde el camarero en traerme el café templado, con leche desnatada sin lactosa y sacarina (es más fácil acertar los números de la Bonoloto que traerme un tentempié, lo sé…). El caso, es que aquello de que ser madre no lo es todo y que hay que guardar una parcela para una misma, me hizo analizar mi situación actuar. Y digo a analizar, que no juzgar, porque ya se sabe que eso, Dios, la historia y Don Santiago Bernabeu, nada más…

Lo primero que se me viene a la mente es el móvil. Antes de tener niños, pongo por caso, el celular era tecnología digital de largo alcance, que siempre acaba perdido en algún bolso, quizá en un bolsillo con el forro descosido. Nunca eché en falta su presencia más allá de saber que podía contar con él para llamar a mi maridito (hoy ya paciente padre por partida doble, oh yeah) y pedir socorro ante un pinchazo neumático que ni sé ni deseo aprender a solventar: el esfuerzo físico no se ha acuñado pensando en mí, eso seguro. No salía del hogar pensando en lanzarme a la comunicación non stop con la lista de contactos de mi agenda, así que lo de la batería no suponía entonces, con toda la molicie que supone no tener niños, un problema de sombra alargada. Pero cuando llegan los ‘minitús’, con su información genética y sus habilidades digitales 2.0, el móvil es el gadgeto brazo, el anexo del cerebro, el parque temático de las emociones y el divertimento. Es, estableciendo analogías, el parque cubierto con columpios oxidados de los niños de la generación del 75.

TilínBrrr. TilínBrrr. Oigo como entra un SMS en mi teléfono móvil, cada vez menos personal, como digo…

**** Nuevo mensaje Ninja Run: ‘Se está acabando tu suerte. Te han encontrado los orcos y las elfos rojos. ¡Escapa o muere! ****

¡Madre que me parió!, exclamo, presa de un ataque de mieditis. No sé qué es ‘Ninja Run’. Desconozco que m*erda son los orcos y los elfos rojos (intuyo mucho más maléficos que los verdes, claro está) pero entiendo que si no corro como en la San Silvestre Vallecana, me van a dar estopa hasta en el DNI. Me sobrecojo pensando qué tipo de juego es ese que campa a sus anchas en mi teléfono. Ni lo he bajado yo ni sé jugar ni creo que me guste en cuanto lo abra, pero algo me dice que no puedo borrarlo del móvil sin más, porque alguien (padre, hijos, pero olvídense del Espíritu Santo, que en esto no entra…), tienen intereses o marcas que no quieren perder:

VERSIÓN HIJO CASI 5 AÑOS

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  • ¡Nicolás, a la bañeraaaaaa….! – Por quincuagésima vez, alzo la voz desde el baño, ya con el agua a temperatura ni fu ni fa.
  • ¡Jooooo, mamitaaaaaa, aun nooooo, que no llegué a la cueva dorada del ogro loco…!
  • He dicho que subas y ya… – Me pondo divina, pose mamá súper estricta – ¿Bajo a buscarte…?
  • Baja, que no puedo subir las escaleras con el teléfono en las manos, hombreyááááá…

Pose mamá súper estricta muy tenida en cuenta y respetada por mi miniyó mayor, queda claro y manifiesto.

 

VERSIÓN HIJO DOS AÑOS, QUE SE HACE LLAMAR TO-TEN-TÓÓÓ (EJECUCIÓN FONÉTICA DE LORENZO, EN SU LENGUA DE TRAPO)

  • ¡Lorenzo, a la sillaaaaa…! – Haciendo malabares con el potito, el paquete de toallitas y ciento y la madre de Kleenex que sé me van a hacer falta cuando decida escupir los trocitos masticables, insto al bebé a que se suba a la trona.
  • Facammmmmu, unpantemmmm, lióngrrrrr, pientesssss… – Se gira, y me enseña sus dientes divinos y sus mofletes redonditos.
  • Ya sé, amor, la vaca mu, elefante mmmm, león grrr y la serpiente sh, pero hay que comer, vengaaaaa…
  • Mnoooooooooooooooooooo… – Se niega a obedecer, metiendo la cabeza bajo el cojín del sofá.
  • Vengaaa, a comer, jugamos después…- Lo cojo en brazos, despojándolo de su escondite de avestruz.
  • Jujá, jujáááá*…

Jugar, jugaaaar, se niega. Y volando como si fuese Superman, lo llevo a la silla, eso sí, con el móvil en la mano, que así nos acometiese un meteorito colosal como el del tinglado de los dinosaurios, a mi  pequeño amor, tan regordete como obstinado, lo pilla jugando al ‘Cucú-Trastrás’ en el iPhone de mamá.

Dejando las tecnologías a parte, otros parterres a los que no sé muy bien si renuncias o te los expropian los niños, son los espacios psicológicos y los sociales. Con psicológicos, más allá de hacer mención a las emociones y los estados de ánimo, me refiero a la palabra, que queda trastocada para siempre jamás, ya que la parte psico se desarrolla claramente en pro de que ellos, tus niños, se sientan bien (¿Qué tal el cole? ¿Hiciste ficha? ¿Te pusieron un bien? ¿Qué no te pusieron un bien? ¡Qué importa un bien, lo importante es el esfuerzo! Aaaah, ¿Qué no pudiste esforzarte porque estabas pegando una pegatina de Spiderman en el calcetín? C*jonudamente, oye. Ains…!); pero si hablamos de la parte lógica, la cosa induce a guasa carnavalesca y gaditana, porque la locura fenomenal que se instaura en tu hogar, en tu pareja, en tu día a día, en tu todo all around, es francamente indescriptible. Aprendes a ver con normalidad y cero drama las cosas más perogruyas (tu rizador de pestañas es un sacamuelas de dragón, el colador de espaguetis un casco sideral, el rollo de papel higiénico es la cola de una cometa, tu trench animal print es un disfraz de Rey León…), dejando a un lado tu parcela personal, ese lugarcito en el que años atrás te movías tan estupendamente, imaginándote cómo sería la vida con niños, cosa hermosa.

Y qué decir del espacio social, ese lugar ya remoooooooooooto y casi olvidado, en el que un día no hubo piscina de bolas, cumpleaños del cole, chats de mamás hablando de si hay que llevar o no bocadillo de embutido a la excursión de fin de curso. Esa experiencia tridimensional, casi como ir a la luna en cohete o catapultada de una patada en el trasero, que era ir al cine, a cenar fuera, o hacer un algo de ocio que no requiriese planear y atar cabos y más cabos, que sólo de pensarlo, ya pasaba de ocio o obligación. Y ahí ya, apaga y vámonos: la resilencia de pareja con niños, o arte de ver hasta donde estiran los cuerpos agotados con ansia de SarandongaNosVamosAComer, SarandongaUnArrozConBacalao. ¡Madre del Verbo Divino!, nos vemos una peli en el Canal+, ya si eso…

Ahora que los pequerrechos están aquí para quedarse, no tengo esquinita de pensar, ya ni rinconcito para escribir, que lo hago, si me apuro, sentada en la banqueta de hacer plastilina los domingo por la mañana. He prescindido de todo honor y toda gloria de la cuenta historias que un día fui, para disfrutar de ellos y de sus cosas, eso sí, sin renunciar a traducir letra a letra lo genial que es esta vida de locos, sin espacio propio, pero, en todo caso, lleno de experiencias turulatas e irrepetibles que no dan lugar a mucho sitio para mí, para Noe Martínez, pero me alicatan la fachada con un mini jardincito vertical que se llama sonrisa y felicidad de amarles como lo hago. ¡Qué culpa tendré yo de haber parido dos tipos tan adictivos! Nada me importa mi barriga blandita, con costurones y demás, ni mis ojeras osopándicas, señal inequívoca de que un bebé vive en casa. No me importa prescindir de comprarme camisetas y camisetas y más camisetas, siempre bonitas y combinables, por no tener ni tiempo para ponérmelas o armario en el que censarlas (no son niños, son maniquíes fashionistas, en serio…). Nada importa, salvo disfrutar de esta etapa disparatada y agotadora, agotadora y disparatada.

Y aún así les digo, chatos, tengan niños, que no vienen con un bono de Spa bajo el brazo, pero la jartá de risas está asegurada. Jardincito vertical, no se me olviden…

noemartinez.es

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