Que Dios nos pille confesados

Susana Gisbert
Con la Iglesia hemos topado. Eso nos repetimos más de una vez como en su día hicieran el Quijote, por más que estemos en un estado aconfesional, cómo nos dice la Constitución y nos repiten un día sí y otro también.

Pero si el estado es laico, la sociedad en que vivimos no lo es tanto. Cuando hablamos de “religión” pensamos de inmediato en una sola, en la religión católica, la que nos enseñaron en el colegio y en la que impregna muchas de las facetas de nuestra vida sin que en ocasiones seamos conscientes de ello.

Porque seguro que todos, aun los que más firmemente se declaran ateos o agnósticos, hemos dejado escapar un “Dios mío” ante la adversidad y hasta, si me apuran , un “La madre del Amor Hermoso” o cosa parecida. A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, Dios los cría y ellos se juntan, a quien madruga Dios le ayuda, a Dios rogando y con el mazo dando, Dios escribe recto en renglones torcidos o el Que Dios nos pille confesados, que da título a este artículo, son algunos ejemplos de la presencia de la religión en nuestra vida diaria, en nuestro lenguaje diario y en nuestro modo de actuar. Y seguro que si se oye un estornudo alguien reacciona inmediatamente con un “Jesús” casi de forma automática.

Y no tiene nada de raro. Muchos de nosotros venimos de un tiempo en que no se planteaba si se era o no religioso, y mucho menos de qué religión. Nos llevaron a un colegio de curas o monjas porque era lo normal, como normal era estar bautizado, hacer la primera comunión, confirmarse si te pillaba en el colegio y hasta casarse por la Iglesia. Y aunque gran parte de los miembros de esa generación no van a Misa más que si se trata de una boda, bautizo, comunión o funeral y, aún así, solo permanecen hasta el final si los novios, el bebé, el niño o el difunto pertenecen a su entorno más íntimo, muchos siguen considerándose cristianos y hasta eso que se ha dado en llamar católicos no practicantes. Algo que asumimos pero que no tiene demasiado sentido. Ser algo pero no practicarlo es algo así como declarar que si pasa algo no me dejen fuera pero no asumo las obligaciones. Algo así como una excedencia por asuntos propios en versión religiosa.

Pero somos así. Y es que es difícil borrar de un plumazo muchos siglos de cultura judeocristiana, y una etapa reciente de imposición de la religión católica como una opción posible. Por eso, señores que tienen mando en plaza en la Iglesia, debieran ser más cuidadosos. En sus obras y en su palabras. Porque hacen flaco favor a su causa con esas declaraciones que no sé si preparan o se les escapan y que ofenden a un sector considerable de la población. A quién es directamente aludido, e incluso a quien no lo es y comulga con la religión y no quiere que en su nombre se excluya a nadie, se practique la desigualdad de trato ni mucho menos que se discrimine. No voy a decir nombres, que a buen entendedor pocas palabras bastan. O más acorde con el tema, se dice el pecado pero no el pecador..

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Es doloroso que cuando por fin la Iglesia ha dado con un Papa que está dando muestras de un aperturismo que le honra, decidido a que todo el mundo tenga cabida, lleguen otros que le fastidien el chiringuito, y lo hagan desde su mismo lado de la trinchera.

No sé cómo consienten estas cosas, pero así no creo que ganen clientela. Y basta con entrar un domingo en una iglesia para ver que no andan sobrado de ella.

A si que a ver si es verdad eso de que A quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga. Y viceversa. ¿O no?

@gisb_sus

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