Almorávides: la invasión de los pitufos (parte uno)

Pedro Hermosilla / HISTORIAS PARA UN RATICO

Hay un pueblo en la sierra malagueña que lo pintaron enterito de azul-pitufo para rodar una peli. El pueblo se llama Júzcar y estában encantados de pitufarse; de hecho han decidieron mantener el color celeste: Pitufiencantados de conocerse.

Hubo un tiempo en que la Península recibió la visita de otros pitufos, los almorávides, éstos menos simpáticos. Hablamos de 1086, año en que le pegaron un pitufipaliza a los cristianos del rey Alfonso VI (en esa época todos los monarcas de los reinos hispánicos se llamaban Alfonso), que se había atrevido a birlarle Toledo a los moros.

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A éstos, que son muy suyos para estas cosas, no les sentó nada bien y decidieron pedir ayuda a estos tipos raros raros raros salidos de las arenas del Sahara, más bordes que un arao y un poquito – mucho fanáticos religiosos para la mayor gloria de Alah y Mahoma, que es su profeta como todo el mundo sabe.

En sus idas y venidas a la Península durante esos años que finiquitaban el siglo XI, se dieron cuenta de que España molaba mazo, de que pelearse con los cristianos era entretenido,-excepto con un tal Rodrigo Díaz de Vivar que les apalizaba cada vez que se cruzaban con él,- a éste podríamos llamarlo Gárgamel, ellos lo llamaron Sidi (señor)…aunque nosotros hemos terminado llamándole el Cid- y, sobre todo, que los seguidores del Profeta y del único Dios verdadero andalusíes (esos no iban y venían sino que ya estaban aquí desde el siglo VIII), estaban un poco relajaditos en eso de seguir a rajatabla los preceptos del Corán.

Los alfaquíes, que eran unos señores con muy mala sombra que se dedicaban a mantener la pureza de las costumbres y de que todo ‘quisqui’ siguiera a rajatabla las suras coránicas (interpretadas por ellos naturalmente), se chivaron de que los andalusíes se bebían hasta el agua de los charcos, de que el cerdo para ser un animal impuro no les sabía tan mal al personal adobado con miel y con especias; de que las mujeres lucían palmito para arriba y para abajo con la gracia andalusí,-que todavía conservan-, paseándose por los zocos y dejando a su paso un rastro de babas de los moritos que las admiraban y además no había manera de tenerlas encerraditas en casa al servicio del marido …o sea un escándalo: Sodoma y Gomorra en versión mojamé.

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