Enrollada

Noe Martínez / LIVING LA VIDA MADRE

No sé muy bien qué te lleva a pensar que vas a ser aceptada como una más de la pandilla en la vida de tus hijos…

SUGERENCIA MUSICAL, Twist and shout, de los Isley Brothers

El tiempo pasa; malo si no fuese así, también os lo digo, chatos, y cuando eres mamá de dos soles del Paraguay, gozas y pasas por distintas fases de identificación con tus minitús, que van desde aprender a descifrar qué dicen y a qué se refieren con su lengua de trapo (*traí mi otó, queda claro que ‘trajo su moto’) hasta hacer maratones de dibujos golfos y carentes de gracia, de bichos redondos con ojos enormes, que charlan largo y tendido con molletes de su culo (si no habéis visto BreadWinners, no lo habéis flipado todo, en serio). Y es durante esa etapa en la que crees que siempre va a ser así, y que acabarás siendo una espía infiltrada en sus mundos disparatados, llenos de éxitos, fracasos, frustraciones, amores y desamores, exámenes con sus casi cinco o, quizá, el chasco con su muy súper mega mejor amigo. No sé muy bien qué te lleva a pensar que vas a ser aceptada como una más de la pandilla en la vida de tus hijos, sabiendo que desde que el mundo es mundo, en cuanto el niño se convierte en adolescente, capaz de discernir entre amar y necesitar, a los padres nos queda el ‘hasta luego, Lucas’ como único consuelo. Bueno, eso, o…

– Papi, yo creo que si abonamos la relación con los niños, el trato cercano y que no les dé reparo contarnos cosas y cositas, lo mismo a adolescencia es menos m*erda, ¿qué dices…?

Ojeando el ¡Hola!, ya con los pequeños en la cama, y después de haber emparejado ciento y la madre de calcetines que se sabían viudos, entablo conversación con el paciente padre, al que no le alcanzan sus 45 minutos de ocio adulto para ver alguna serie épica, full of violencia, en la que hay tipos que luchan por ocupar un trono (y no, no es el del baño, que eso sería comedia, y  maravillosa).

– Pues yo creo que si somos unos padres molones y normales… – Dice sin mirarme, intentado estar en dos mundos al mismo tiempo – lo que tenemos que hacer es darles espacio. Y nosotros, disfrutar del nuestro y del que nos cedan.

– No sé si un adolescente cede espacio o se lo expropian… – Me quedo pensativa, mirando el fastuoso palacete de una señora que enseña su casa en la revista de marras. Dice la distinguida dama que no tiene servicio, que ella se ocupa de todo, menos del jardín. Me persigno: ¡tú no has visto una mopa ni en el museo de ciencia!, mascullo – Me encantaría que los niños no tuviesen la necesidad de apartarme: me iré adaptando a ellos y a sus cosas…

– Noe, en serio, no hay nada más chungo para un niño que una mamita enrollada… – El paciente padre clava la mirada en la revista que tengo entre manos y me espeta – ¿Ana Obregón…? Hazte una composición de lugar: minifalda, despechugadísima todo el día, persiguiendo a su hijo allá a donde va.

– ¡Noooo….! – Me río a morir, porque Ana Obregón es un ejemplo híper didáctico – Anita es genial, todo locura y muy trabajadora, pero se quedó anclada en los quince y el rollito grupie despendolada…

– ¡Espera…! – El paciente padre, con los ojos como plato, atiende a un actor con osteocondrosis (antes se podía emplear el término ‘enano’, desde el cuento de Blanca Nieves, la cosa se complicó lingüísticamente hablando) – ¡Vaya escenón, no me digas!

– No te lo digo porque ya sabes que no me gusta esa serie: h*tiones a escape libre y sexo como si se fuese a acabar el mundo… – Protesto, con la cabeza entre las páginas de mi revista.

– Pues eso último no veo yo que mal tendría… – El paciente padre se ríe, con picardía doméstica.

– Venga, que salió el wild side de mi maridito de amor… – Yo también me río, porque a estas horas, con el cansando diario ya sobre nuestra espalda, el sexo se queda en su versión verbal (no confundir con oral, ojú…).

– ¿Ves? A esto me refiero: ¿te imaginas que yo me convierta en un padre enrollado, también? Uno de esos que presume de que sus hijos les cuentan todo, pero todo, todo… – El paciente padre hace gesto con la mano, dejando claro que la cosa pasa por intimidades, que hacen aflorar mi pudor ante la idea de inmiscuirme en la parcela ‘dos rombos’ de mis niños.

– Yo no digo convertirme en su amiga, papi, yo quiero ser su madre, de lo contrario tendrían una colega fenomenal, pero los convertiría en huérfanos… – Arqueo las cejas y hago mohín, porque la idea de dejarlos a la deriva, sin protección, ayuda, cooperación y cuidado, hace que se me  haga en el intestino un nudo as de guía.

– ¡Exactamente, amor! – ¡Zasca!, en la tele, el actor con osteocondrosis (podría referirme a él como actor pequeñito, pero lo mismo tampoco, qué sé yo…), acaba de segarle la cabeza a un muchacho con melenas al que le falta un diente y parece no haber visto el sol ni en el catálogo de Iberojet. Un escenón, once again, me dice. Prosigue la conversación, no obstante – Siempre dices que el regalo de la vida son los niños, ¿Qué no?

– ¡Pero un regalo más grande que el Everest! – Asííííi, altísimo debe ser: pues mis niños, un regalo mucho más asíííííi de grande.

– Pues el regalo viene con instrucciones, responsabilidades, cargo y un acumulador de aguante, nivel nuclear: padres palmera, mami…

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– ¿Qué llega el tornado morrocotudo? ¿El Tsunami colosal? La palmera firme pero elástica, firme pero elástica, firme pero elástiiiiicaaaaa… – Hago gesto con los brazos, yendo y viniendo como un palmerote a merced del temporal – Y cuando cese el diluvio c*jonudo…

– Los padres palmera, siguen ahí… –

El paciente padre me interrumpe, poniendo el hermoso punto final, quizá objetivo de todo. Me quedo mirándolo un instante, segura de que es y será siempre el mejor papá que hay sobre la faz de la tierra. El compañero perfecto para un viaje sin retorno, sin boleto de vuelta, que se llama vida. Compartir con él este trayecto tan increíble como incierto que es criar a unos niños, es sin duda, el otro regalo chiripitifláutico que el destino me tenía empaquetado.

– ¿Papito…? – Musito, sin dejar de mirarlo.

– Dime… – En la tele, una rubia albina, más fea que Cutús, está empeñada en dar muerte a purititas h*stias a un regimiento de tipos musculosos y aguerridos. No sé si lo conseguirá, pero la tía es entusiasta, no me digáis, porque ella se ve, se viene arriba dando mandobles a lo que se le cruce.

– Que mola mucho la vida estresada y loca y de horarios y baños y camas y cunas y desayunos por el suelo y mochilas siempre por hacer y lavadoras por poner, siempre dando qué decir… M-o-l-a  m-u-c-h-o.

– ¡Ya lo creo que mola! Pero lo que más mola, es que tú quieres ser una madre Anita Obregón, con sus piernas de alambrito y sus posados veraniegos en Trikini… – El paciente padre se ríe a todo lo que le da el pecho.

– Mucho sabes tú de posados veraniegos en Trikini… – Tiro a dar, porque no hay mejor ofensiva que la guasa – ¿pero no quedamos que el ¡Hola! es de mamita?

– Es, pero en el revistero del baño sólo hay una libreta con un rotulador para practicar el nombre y los números, el catálogo de Ikea y el ¡Hola!… – El paciente padre se encoge de hombros, como diciendo, así que ya me dirás… – Una vez bajé un libro de filosofía para dejar en el revistero…

– Yaaaa… – Me troncho – Pero el bebé se dedicó a arrancarle las hojas, una a una, como si fuese un pollo para desplumar.

– ¡Esto es…! – Limpiándose las lágrimas, fruto de la risa loca – Padres palmera, no te olvides…

– Palmera y palmeros, porque lo que nos queda por aplaudirles y reírles… – Me parapeto con la revista, apoyando los brazos en la barriga – ¡Son geniales estos tipos, no me digas!

– ¿Los de la serie…? – Inquiere.

– No, esos son zumbados exterminadores… Digo los niños, que son geniales.

– Lo son, porque se parecen a ti.

Miro al maridito, sonrío y le agradezco el cariño robado al cansancio.

– Pues te has ganado un beso, así, a lo loco…

– Vale, pero espera a que acabe esta escena, que la rubia, cuando se pone, mata a todo full speed…

Padres palmera, tensión sexual en espera. Ains, lo que se aprende con la maternidad, ya ves tú…

noemartinez.es

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