Jose Segura / FILOSOFÍA IMPURA
Hoy es 14 de abril y muchos celebramos, con o sin nostalgia, el aniversario de aquella segunda república que refrescó España con sus aires de justicia, cultura e igualdad. Hoy, afortunadamente, muchas de aquellas circunstancias de primera necesidad están ya superadas ¿o no? Veamos:
Volvemos a tener rey, como figura de la jefatura del Estado. Un pueblo maduro no necesita para nada la monarquía. De hecho, sería democráticamente necesario que fuéramos los ciudadanos quienes eligiéramos nuestra máxima autoridad mediante las urnas. Aunque también hay monarquía en otros países europeos mucho más avanzados que el nuestro, en cualquier parámetro que sirva para medir la calidad social. Entonces ¿qué debemos hacer?
A diferencia de la España de aquella época, el estado de bienestar de nuestro país, aunque últimamente bastante perjudicado, nos sitúa entre unos de los países más significativos del primer mundo. No obstante, la desigualdad que parece perseguirnos a lo largo de la historia sigue siendo una lacra indigna de todo sentido ético y moral. ¿Tiene algo que ver la monarquía en nuestra situación actual? ¿O es debida solamente a las actuaciones de nuestros consecutivos gobiernos?
En cambio, las dos Españas que nos rompen el corazón siguen vigentes e irreconciliables. Valga como ejemplo el baldío esfuerzo por pactar un gobierno, que representa sin ambages esa división que nos impide a los ciudadanos actuar como una piña y levantar el país de una vez por todas. ¿Qué puede hacer la república ante esta situación que deberían haber resuelto los gobernantes y los partidos políticos?
La reinstaurada monarquía española, especialmente el rey emérito, sirvió parcialmente para dar el pistoletazo de salida a una nueva etapa democrática. Aunque también es cierto el excesivo número de ocasiones en las que aquel rey quedó en entredicho con sus penosas actuaciones. ¿Existen también presidentes republicanos en la actualidad que han actuado torticeramente en países mucho más avanzados que el nuestro?
Y como último ejemplo de tanta dicotomía –aunque la lista de paradigmas sería interminable-, baste recordar que hoy el poder depende de circunstancias globales que sobrepasan la autonomía política que significa la auténtica soberanía de los pueblos. ¿Resolvería la república esta situación? ¿Sí o no?
La necesidad de una tercera república en España no aparenta estar relacionada con muchos de los aspectos tratados en los párrafos anteriores. Puede no parecerlo en primera instancia, a corto y medio plazo, ya que nuestros problemas actuales se deben a las normas y actuaciones de dudosa legitimidad –cuando no ilegales- derivadas de las gestiones de políticos elegidos democráticamente. Y al revés, el alto nivel obtenido en nuestro país en tantos aspectos sociales no parece requerir, desde el punto de visto pragmático, un cambio en la figura de nuestro Estado.
Pero no va por ahí la cosa. Hoy, España necesita que sus ciudadanos compartan muchas otras cuestiones, que no son precisamente las tangibles. Y aquí radica la cuestión. Porque España es un estado fallido en lo intangible, en la unidad, en el sentido de justicia, en la moral personal positiva, en la sensación de sentirse realmente igual al otro, en la ilusión de tener toda una vida por delante para vivir dignamente. Como también en la seguridad de que un país laico y republicano evitaría más fácilmente la intromisión de la moral impuesta, aunque ahí esté la involución de Polonia para desdecirlo o el avance de Irlanda para reafirmarlo.
La república que hoy necesitamos, presidencialista o no, vendría a colación para dotarnos de una vez de esos principios y valores compartidos de los que España carece y que es la causa primigenia de todos nuestros males. Sólo con una nueva república, federal o como sea menester, nos aportaría el más importante de los bienes que nuestro país necesita: acostumbrarnos a discurrir juntos, por una nueva trayectoria en la que los ciudadanos seamos conscientes de que nuestra responsabilidad personal y colectiva es lo único que tenemos para salir adelante, sin ningún paraguas de paternalismo, libres e iguales.
Esta sensación, que de emociones hablamos, es la que en filosofía –siempre impura- se viene tratando desde Platón. Es la oportunidad de que el pueblo se autogestione en un entorno de democracia total. Un principio que supera en mucho a si la monarquía es un ente anacrónico, un motivo que nos llevaría a una república falaz por su simplista argumento.
Aquí están algunos de los hechos que nos han convertido en sumisos y en gran medida vagos ante nuestra ineludible participación en la política de nuestro país. Aunque también lo que, en mi opinión, es la principal motivación para desear que vuelva la república a España: sentirnos de nuevo mayores de edad. Con todas sus consecuencias.
La gran pregunta es si los ciudadanos españoles estamos capacitados para preocuparnos por el largo plazo o para el pensamiento abstracto, ese que nos lleva a lo primigenio como caldo de cultivo de lo cotidiano. Para mí, la respuesta es sí. ¿Y tú qué crees?
Twitter @jsegurasuarez
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