101 días y contando

Jose Segura / LO QUE HAY

Hoy, por fin, se ven las caras Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. A cara de perro. Con las cartas marcadas por sus propios pactos y programas. Con una difícil tarea, que se aventura imposible: pactar un nuevo gobierno.

Una reunión de la que sólo se espera una buena noticia, que queden para otro día para seguir hablando. Esta sería la única señal de posible entendimiento entre los principales representantes de la dividida izquierda española. Eso suponiendo que el PSOE sea un partido de izquierdas y esperando que Podemos aclare de una vez su incalificable ideología.

Ambos se juegan mucho. Sánchez está duramente amenazado a nivel interno, con un grano en el trasero –congreso del partido, sí o no- que sus ayudantes intentarán curar este fin de semana en el comité federal que han anunciado.

Iglesias se juega su propia imagen. Esa que exaspera a los tirios y troyanos que presionan desde muy diferentes direcciones, como que haya pacto de una vez, el anticapitalismo, el nacionalismo o la defensa de la gente, una entelequia tan abstracta que hoy tira por un camino y mañana por otro.

El socialista parte de un acuerdo con el centro derecha de Ciudadanos, cuya única comprensión radicaría en la posible bondad de una legislatura de concentración regeneradora, que tal como están las cosas en nuestro país no vendría mal del todo.

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El otro, cuya ideología me resulta incapaz de definir, se presenta a la reunión apoyado en sí mismo, seguro como parece de que su razón es la única posible.

En mi modesta opinión, a España no le interesa todavía un giro absoluto hacia la izquierda extrema. No parece que vaya a necesitarlo nunca, a no ser que nuestra sociedad empeorara aún más. Son otras las prioridades, que no se arreglarán con desafíos excesivos. Nuestro país, como cualquier otro colectivo u organización, sólo debe acometer objetivos que sean realistas porque se puedan cumplir.

Por eso, un gobierno de concentración –evidentemente sin el PP, que ya ha demostrado su absoluta falta de empatía ciudadana- podría acometer dos grandes líneas de trabajo: empezar sin prisa pero sin pausa, porque hacen falta recursos, a remodelar la inasumible estructura económica de la desigualdad, ayudando a subsistir a los más desfavorecidos; y en segundo lugar, pero no menos importante, acometer una reforma constitucional que arregle de una vez los desaguisados que nos han convertido en un estado injusto y profundamente dividido, sea desde el punto de vista ético, ideológico, económico o nacionalista.

Sólo resolviendo suficientemente estas dos grandes pero factibles tareas, el gobierno resultante de un gran pacto ya alcanzaría un éxito tangible y bueno para el país. Lo contrario, seguir con esa pelea egoísta y ajena a los intereses ciudadanos, resultaría de todo modo insoportable.

Twitter: @jsegurasuarez

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