¿En que nos hemos convertido?

Susana Gisbert

Hace unos días veíamos espantados una grabación que ponía los pelos de punta. O, al menos, eso quiero creer. Se trata de la secuencia en que, en un lugar turístico y transitado, a plena luz del día, algunos presuntos seguidores de un equipo de fútbol se mofaban de unas mujeres rumanas en situación precaria arrojándoles monedas para burlarse de ellas cuando las recogían del suelo, llegando incluso a quemar ante ellas billetes con los que podrían alimentar a sus hijos. Repugnante.

Y ojo, hablo de presuntos seguidores con toda la intención. Porque esos salvajes usaban la excusa de ser hinchas de un equipo como cualquier otra, pero tampoco es justo identificar ni al equipo ni a todos sus seguidores con tan vomitivo comportamiento. No caigamos tampoco en ese error.

Pero, dicho esto, vayamos a lo que hay, como diría mi querido vecino de columna José Segura. Y lo que hay no es más que una degradación humana de la peor especie, si es que esos individuos merecen la calificación de humanos, cosa que dudo muy seriamente. Como dudo también si se burlaban de esas mujeres por su condición étinica, por la de extranjeras, por de la de indigentes, por la de mujeres, o todo a un tiempo. Aunque tampoco me importa demasiado. Cualquiera de estas motivaciones me causa el mismo asco. Sin paliativos. Más aún cuando semejante acción la realizan con el único propósito de divertirse.

Y lo que más me preocupa es que éste no es un acto aislado. Y que, además, no causa el rechazo que debiera. Porque, aunque una vez difundido en televisión y redes sociales, han sido muchas las manifestaciones de repulsa, lo cierto es que en el momento en que ocurría esto, solo una persona hizo algo para evitarlo o reprender a sus autores, Y eso es todavía más preocupante.

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En esta tesitura, es inevitable no llevar la vista más allá, hacia ese acuerdo que la Unión Europea acaba de firmar con tinta hecha de la sangre de quienes perdieron la vida en busca de la única vida que creían posible. Y, lo que es peor, de los que la perderán si nadie echa marcha atrás en este acuerdo de la vergUEnza.

¿Hay mucha diferencia entre quienes, con traje, corbata, y con todas los parabienes institucionales, se sentaron en esa mesa de negociación y quienes se mofaban de aquellas mujeres vestidos con la camiseta de un equipo de fútbol?

No seré yo quien responda a esta pregunta. Solo espero que no cueste más de un nanosegundo de contestar a quienes me lean. Porque si no es así, la cosa todavía es peor de lo que pensaba.

Y, después de esos terribles atentados que acabamos de vivir, la llamada a la reflexión se intensifica, porque el riesgo de usar estos hechos justificar estas medidas es demasiado grande. Reflexionemos antes de que sea demasiado tarde

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