Estalla la tormenta

Noe Martínez LIVING LA VIDA MADRE / SUGERENCIA MUSICAL, Este amor no se toca, de Yuri

«¿Cómo que un cordial saludo? Pues ya me dirán dónde está la cordialidad cuando de lo que se trata es de informar que hay piojos en el cole».

https://www.youtube.com/watch?v=A-hhTCydu-g

Estimados padres:

Les informamos que hay piojos en el colegio, blablablá, blablá, blablabá, piojos, blablabá, bla, blabá, les rogamos no manden a los niños con piojos, blablablá, blablá, y más piojos, blablablaaaaaaaa, reciban un cordial saludo.

¿Cómo que un cordial saludo? Pues ya me dirán dónde está la cordialidad cuando de lo que se trata es de informar que hay piojos en el cole. Y no sólo los hay, sino que, de manera vete tú a saber cómo, nos recuerdan que los niños con okupas en la cabeza no deben ir a clase. A ver, no digo yo que no haya pasado cosa semejante (ojos como platos, la verdad…), pero mandar una circular, atribuyéndonos a toooooodos los progenitores un comportamiento terrorista tal, es un pelín faltón y una jartá de descorazonador. Mi abuela, que tiene un ADN muy refranero, diría aquello de ‘piensa el ladrón, que todos son de su condición’, que tampoco es quiera yo llamarles ladrones, faltaría más; al igual que, entiendo, desde la dirección del cole tampoco me están llamando ‘mamá colaboradora con la pediculosis’. A buen entendedor, pocos piojos bastan…

– ¿Qué es eso que me pones…? – Mi mayor, que sabe más por lo que se inventa que por lo que cuenta, está de vuelta y media de que algo se cuece en el ambiente del patio – ¿Es por los bichos que muerden las ideas?

– Anda quééé… – Me río: la ocurrencia es merecedora de ello, no me digáis – Verás… – Me inquieta pensar cómo se puede tomarse todo el tinglado de la prevención piojosa – Tú no tienes bichos en la cabeza: precisamente, esto es para evitar que alguno tenga la tención de venirse a vivir a casa…

– ¿No tengoooo bichitooooos…? – Me clava esos ojos redondos e intensos, que son un imán para los no, tantos besos apretados, no, mamiiiii – Pero hay niños de cuarto que sí que tienen…

– Tendrán… – Suspiro, porque si los que tienen inquilinos en la cocorota son de cuarto, muy mal tienen que venir las cosas para que jueguen con el mío, que va en infantil – Pero cuarto es un curso de mayores, y tú estás en el patio de pequeños, así que…

– Mamita, en el comedor estamos todos juntos, ¿o no lo sabes…?

Y ahí ya me descuajeringo, me vengo abajo, y pienso que lo mejor es, efectivamente, saber quién tiene y quién no tiene amiguitos en el cuero cabelludo, porque no digo yo que vaya a ir al patio con un soplete (ganas no me faltan, qué decir) pero por lo menos puedo intentar condicionar amistades durante esa semana. Y digo puedo, sabiendo que, en realidad, no es verdad: a un niño de cinco años le dices no, y lo confunde con preparado, listos, ya. Trago saliva y respiro hondo.

– Nicolás, pero no pasa nada, porque el flis que te está poniendo mamá te protege de todo…

No sé si es cierto, pero cruzo los dedos, manos y pies, para que así sea. Lo sé, todos hemos tenido infancia y piojos, pero la idea de que en pleno dosmiloquesea sigamos igual de marginales, me produce rabia y asquete. O asquete y rabia, que yo ya no sé muy bien en qué orden van mis anárquicas emociones.

– ¿Me protege de toooodooo…? – Asiento, mientras procuro taparle los ojos y la nariz con una toalla, mientras pulverizo y pulverizo y pulverizo producto con olor a perro mojado, sobre su pelo limpito y brillante – ¿De tooodooo…?

– Aha… – Miro y remiro ese cuero cabelludo blanquito, sin restos ni evidencias de algo que no sea piel infantil y jabón Nenuco. Me hago con el peine del kit de protección, y empiezo a pasarlo despacito, sabiendo que los tirones son un miérdola: la memoria, divino tesoro…

– ¡A mí no me arranques los pelos todos, que me hacen falta estar guapo, hombre…!

Espeluznado, mi mayor se aparta de mí como si aquel peine de púas pegaditas-pegaditas fuese el tridente del mismísimo diablo. Le explico que tengo que pasárselo para que el flis sea eficaz, pero…

– ¡Ni flis ni flos, que me duele más que ninguna cosa, hombreyá…! – Se acurruca sobre sí mismo, cual bicho bola.

– Pónmelo fácil, amor, que un momentito de nada… – Lucho con sus brazos, moviéndose a lo loco, cual aspas de molino Quijotesco.

– Mira, yo no tengo piojas de esas, ¿por qué no vas a clase de quinto a tirarle del pelo a gordito que siempre nos quita el balón cuando jugamos al fútbol los de cinco años? – Me habla con la cabeza metida entre las piernas.

– ¡Qué me cuentas…! – Indignada, tengo brotes de psicosis maternal: serial killer en modo ON – ¿Y ese muchacho abusón es el que tiene piojos?

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– No lo sé… – Nicolás abre un hueco entre las piernas y asoma su carita deliciosa, regalándome la perspectiva de sus mofletes colorados, pero boca abajo – Pero tírale a él del pelo, y que se chinche…

– Ya lo creo que le tiraba, pero a manos llenas…

Con el peine despiojante y el spray repelente por toda arma, me sentí Lara Croft. No es bien erguirse en defensora de conflictos de patio, entre niños pequeños y pequeñísimos, pero allí estaba yo, con un ataque de ira irrefrenable, pensando si no sería una gran idea ir a dar por saco al prepotente de marras, el que quitaba el balón a los niños de cinco, basando su actuación en años, cuerpo, mala h*stia y peor baba.

Desconozco si tenía piojos o no, si él había sido el foco de infección de los que, pobres padres, se los había llevado puestos en el flequillo, como regalo de fin de jornada escolar.

Ni idea de si era o no un niño educado en valores de tolerancia y respeto a los que están más desprotegidos e indefensos, pero allí estaba yo, con mi peine despiojante y mi spray repelente, desdiciéndome y desoyéndome, invadida por las ganas de venganza justiciera. Arrancarle el pelo se me hacía poca justi-j*dienda, sí…

– ¿A qué hora es el recreo, Nicolás…? – Chanchanchanchán. BSO película de miedo.

– Mamita, soy de cinco años, creo que los de cinco aún no sabemos muy bien decir las horas…

Más verdad que la vida misma. Los de cinco años no las saben, porque para ellos el día se divide exclusivamente entre tiempo de casa y tiempo de cole. Lo que pasa en el medio, no se rige por horas, sino por expectativas: vamos a jugar, vamos a pintar, vamos a correr, vamos a tomar el postre, vamos al autobús, vamos a casa, vamos a cenar, vamos a hacer puzles, vamos a dormir.

– Muy bien, campeón, ya estás… – Para que mi mayor abandone su postura de avestruz, le enseño el peine arranca pelos, colándoselo entre las piernas.

– ¿Y ahora ya no me van a vivir piojas en el celebro*? – Inquiere, con los ojos abiertos de par en par, aún agazapado en su escondrijo corporal.

– Nicolás, hijo, tú no tienes piojOS, en masculino, que son chicos… – Me escucho y no acabo de creerme que esté dotando de género al invasor – ¡Y mucho menos el c-e-r-e-b-r-o…!

– No se dice cerebro, se dice celebro*, porque es el sitio donde se hace la fiesta de las buenas ideas.

OH MY GOD! Yo no sé si todos los padres con niños (con o sin piojos/piojas) tienen el placer de vivir y degustar el absurdo y la genialidad del mío. Pero lejos de corregirlo, su definición de cerebro es tan maravillosa, tan particular, personal, delirante y magnífica, que coartar su mundo lingüístico me parece un ataque frontal a la creatividad.

– Celebro es un palabro extraordinario, amor… – Le acaricio la cabeza, llevándome en la mano ese olorcito tan peculiar a loción repelente – ¡Me lo quedo!

– No te lo puedes quedar, mamita, porque las palabras no son de nadie, ¿no ves que son de aire soplado?

– Corta el mismo con su manita regordeta – ¿Y entonces vas a ir al patio a pasarle ese peine al gordito que nos quita el balón a los de cinco años?

– No… – Atajo – Voy a ir al patio y le voy a recordar a ese niño que los piojos van a las cabezas de los mandriles sin corazón…

– ¿¡Mandrileeeees…!? – Mi mayor se ríe a lo loco, consiguiendo que me deshaga en amor en 3D – ¡Ay, mi madriña! Que los mandriles no tienen corazón, hombre, ¿no ves que son para no mancharse en la cocinaaaa…?

Lo dicho. Piojos o piojas. Cerebro o celebro. Mandriles o mandiles. Sea como fuera, bichitos de la cabeza aparte, conversar con mis hijos es el mayor regalo de la vida. Con sueño y cansada como el caballo del malo, pero el regalo es, en sí mismo, vivirlos.

Este amor no se toca: ¡Gordito abusón, yo siempre vigilo…! 

www.noemartinez.es

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