Fallas: mitos y metas

Susana Gisbert

Otra vez son fallas. O, por ser correcta, otro año llega el momento culminante de las fallas, porque fallas hay todo el año, ya que sin la actividad de todo el año no sería posible llegar a este momento. Y otra vez me pongo delante del teclado tratando de encontrar algo que no haya dicho sobre unas fiestas que adoro. Pero trataré de hacerlo. Nunca es tarde si la tecla es buena.

La verdad es que este año me lo han puesto algo más fácil. Los cambios en el Ayuntamiento han dado un aire nuevo a todo y, como no podía ser de otra manera, se nota en nuestra fiesta. No obstante, evitaré la tentación de comentar en clave política. O no.

Pero lo que hoy me gustaría es tumbar algunos mitos. A ver si lo consigo.

Desde la noche de los tiempos viene identificándose la fiesta fallera con determinados estereotipos. No sé si de modo interesado o solo por desconocimiento, son muchos quines relacionan fallas con machismo, casposidad y conservadurismo a ultranza. Como si fueran patrimonio de otra época y ahí se hubieran quedado anquilosadas. Y de eso, nada. Las fallas son algo vivo, y evoluciona como la sociedad lo hace. Como debe ser.

Pero por si acaso, trataré de explicar algunas cosas. En clave fallera, por supuesto.

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Soy fallera de toda la vida. Jamás me he sentido un florero ni tratada de modo desigual. Más bien al contrario, al menos en mi entorno noté más pronto los brotes de la participación femenina en la vida pública que en otros ámbitos. Y además, traté de contribuir a ello. Y en ello sigo. Si alguna vez me hubiera sentido como un florero, hubiera colgado la peineta. Aunque he de reconocer que en ocasiones me asaltan las ganas de colocar peinetas, moños y tacones a más de uno para que aprendan lo incómodo que resulta. Aunque otras pienso que no tienen la suerte de sentirse tan guapas dentro de mi vestido. Porque sentirme guapa no tiene nada de malo, quede claro.

Tampoco me he sentido nunca por el hecho de ser fallera vinculada a ninguna tendencia política. Y menos aun a ninguna tendencia reaccionaria. Vivo las fallas como vivo todo, desde el respeto a los derechos humanos y a la igualdad ante la ley. Y también viví en la falla el primer brote de participación democrática de mi vida, en forma de voto.

Y podría decir más. El hecho de ser fallera no me resta un ápice el respeto por nuestra lengua, ni por nuestras tradiciones y por la evolución de las mismas. Acabáramos.

Pero sobre todo ser fallera no me impide tener la afinidad con el feminismo que todo el que me lea sabe o intuye. Con un feminismo que no es otra cosa que la lucha porque todos seamos iguales, con peineta o sin ella. Y lo que me permite, por suerte, poder elegir entre llevar moños y peinetas o no llevarlos. Y yo ya elegí hace tiempo.

@gisb_sus

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