Las cuentas del gran capitán

Pionero de políticos fulleros

Pedro Hermosilla / Historias para un ratico

Los Reyes Católicos recién (como dicen los argentinos) habían acabado con el poderío musulmán en la Península Ibérica,  y como eran muy peninsulares, pues se fijaron en otra: la de conforme sales a la derecha, es decir,  Italia.

Italia era como un rompecabezas lleno de pequeños estados, cada uno de su madre y de su padre, que se peleaban entre ellos, que se aliaban unos con otros, que se unían unos con unas potencias extranjeras y otros con otras y que, normalmente, acababan apaleadas y bajo el yugo de los foráneos.

Allí fueron a pescar en la misma charca el rey Fernando V de  Aragón, el nuestro; el de “tanto monta ,monta tanto”, y el rey Luis XII  francés…el suyo. En un principio se repartieron la tarta italiana como buenos hermanos: “Esto pa ti esto pa mí”, pero como resulta que los dos hacían trampas llegaron los malos rollitos que en esa época acababan en una ensada de tortas. Por parte nuestra mandamos como capitán de las tropas a un muchachote ya curtido en las ensaladas de tozolones: don Gonzalo Fernández de Córdoba, que le caía muy bien a la reina Isabel,-dicen las malas lenguas que hay que tomárselo en sentido literal, no figurado- y que se había comportado como un jabato en la toma de Granada , incluso como mediador ante Boabdil alias  el “Chico” alias el “Llorica-mocoso-caradeoso” -esto último no está demostrado sólo es una leyenda. Lo mismo que lo de la dichosa camisa roñosa  de doña Isabel-.

Allí que se plantó el Gran Capitán, como sería conocido después. Y empezó a palos con los franchutes y con las  ciudades que osaban ponérsele  por medio hasta quedarse sólo. Ganó las batallas una detrás de otras, así  con orden como se hacen las cosas, tacita a tacita. Pero claro, si esto queda así menuda asquerosidad de historia… Sigamos pues: La cosa empieza a complicarse cuando la muerte se lleva por delante a la reina Isabel en 1504 y Gonzalo se queda sin madrina en la corte.

Ahora que no estaba la reina había vía libre para que pelotas y envidiosos, – fauna muy numerosa en España y lo que te rondaré morena-, le comieran  la oreja a su majestad don Fernando. Le vieron su punto débil: era más “agarrao” que un chotis, de los que no se meten las mano en los bolsillos ni en Finlandia, y le entraron por ahí para desacreditar a don Gonzalo que, por otra parte, tenía fama de generoso con sus tropas y sus aliados  como buen señorito andaluz – era de Montilla,  no del político ese que ejercía de catalán que parece un chino hinchado de Valiums, sino de la Montilla de Córdoba…Pero las casualidades nunca vienen solas: el Montilla-chino-sedao también es de Córdoba – aunque él no se lo crea-, concretamente de Iznájar).  Nos estamos desviando del tema…

Resumiendo: que las críticas hicieron mella en el agarrao del rey y le pidió cuentas al tío que le había puesto en bandeja media Italia. El asunto le supo a cuerno quemado al capitán cordobés; y se las dio, vaya que si se las dio… pero de esta guisa:

– «Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas.

– Diez mil ducados en pólvora y balas.

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– Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario.

– Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla.

– Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas, en días de combate.

– Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.

– Millón y medio de ducados para mantener prisioneros y heridos.

– Un millón en misas de gracia y tedéums al Todopoderoso.

– Tres millones de ducados en sufragios por los muertos.

– Siete mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados en espías y escuchas.

– Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino.»

Con un par, Gonzalo.

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