Pedro y Pablo

Jose Segura/FILOSOFÍA IMPURA

Con este título, conviene avisar de entrada que hoy no escribiré sobre los santos, ni tampoco sobre el dúo argentino de canción protesta con el mismo nombre. Me refiero a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, en cuyas manos se encuentra actualmente el destino de nuestro país y de cuyo entendimiento o no conseguiremos, ojala, tener gobierno. Más concretamente, me apetece hoy fijarme en sus discursos.

Pedro, como secretario general del PSOE y candidato propuesto por Felipe VI para que intente la formación de gobierno, hizo un discurso de salida –minutos después de oficializarse su nueva responsabilidad- que demuestra una mentalidad estratégica y comunicativa de primer orden. Lo escribiera él o se lo hicieran otros de su equipo, el discurso tuvo una estructura modélica, en la que cada asunto se iba desgranando, uno tras otro, con la lograda intención de ayudarnos a procesar tanto su mensaje como sus intenciones. Y digo esto sin entrar en las cuestiones ideológicas que cada uno habrá entendido en función de sus circunstancias.

Esa estructura discursiva utilizada por Pedro Sánchez, fue detallada además con un tono a la vez pausado y contundente, con la clara intención de aparecer como pacificador y como personaje capaz para iniciar la misión de conseguir la investidura. Utilizó además la empatía como el valor comunicativo que se espera de una persona que podría ser el próximo presidente del gobierno. Consiguió así –me consta de manera más o menos significativa- que muchos simpatizantes de cualquier organización de izquierda respiraran aliviados y con un cierto punto de ilusión. Insisto en que mis opiniones de hoy en nada tienen que ver con la ideología socialdemócrata descafeinada que representa el candidato.

Por el contrario –y también me consta en mis conversaciones con militantes o simpatizantes de Podemos- Pablo Iglesias está entrando con sus discursos en el bucle del coñazo. Larguísimos, con ataques constantes y mantras repetidos hasta la saciedad, utilizando un lenguaje de pelea en los momentos menos apropiados, con un tono desabrido y de permanente cabreo, provocando que este nuevo Lerroux se nos aparezca cada vez más jugando el papel del perro del hortelano. Intenciones poco claras, barreras constantes, bravatas, insultos y demasiados vaivenes en los ejes fundamentales de su discurso político, están llevando a Pablo Iglesias al terreno de la antipatía y del hartazgo, por lo que hace un flaco favor a unas bases, que en sus razones e ilusiones totalmente legítimas, respetables y perfectamente asumibles en su mayoría, van discrepando crecientemente de la puesta en escena discursiva y de los modos de su líder.

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De hecho, no se acaba de comprender que un especialista en ciencia política y máster en comunicación del mismo ramo, además de presentador y tertuliano experimentado en el medio televisivo, no sea todavía capaz de dominar sus impulsos ni de estructurar convenientemente sus discursos con la secuencia lógica y la capacidad de síntesis necesarias para su rápido y asumible procesamiento mental por quien le escucha. Pablo Iglesias todavía no sabe decir una sola cosa a la vez, regla de oro en toda propuesta. Dejo de nuevo claro, que en este análisis sobre los discursos de Pablo Iglesias, tampoco entro para nada en sus contenidos políticos que comparto en buena medida, como en todos aquellos casos provenientes de la izquierda.

Hace ya muchos siglos que la filosofía, impura también en esta ocasión por aplicarla a la política –tantas veces bastarda-, ha tratado con profusión el discurso, que debe tener un espíritu retórico y dialéctico; utilizar la analogía pero también la metáfora siempre que sea necesario expresar ideas o nociones difícilmente expresables por conceptos unívocos. Por otro lado, la filosofía reconcilia el discurso con los principios de la lógica y los resultados de la ciencia, con la intención de que no resulte vacio y sin contenido, situado además en un horizonte espacio-tiempo escasamente asumible. Cuestiones fundamentales –que no son nada del otro mundo- para que el discurso sea comprendido y dado por bueno. (Doy en esta ocasión las gracias al Rincón del Vago, del que reconozco haber sacado las notas que sustentan mi presunción de hoy)

En resumen, creo que sí es absolutamente necesario despertar nuestra conciencia ciudadana, ilusionarnos de nuevo ante una legislatura que equilibre convenientemente el país y recuperar nuestra estima como españoles sin avergonzarnos de nuestro origen. Aunque, sobre todo, que Pedro y Pablo presten de una vez y en paz los servicios que nuestra sociedad reclama con urgencia.

Twitter @jsegurasuarez

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