El viejo profesor Valencia

EL NIÑO Y EL VIEJO

un gran paredón con grietas verdes y, en lo alto, un sucio tejado con tejas viejas, rotas, rojas, hechas de sangre

El viejo profesor

El niño y el viejo

A lo largo de mi vida profesional y personal, habré contado la siguiente historia cientos de veces. Lo hice cuando quería hablar de generosidad, de almas limpias, en contraposición a las cosas sucias, a las viejas pasiones, a las venganzas.

Para entender este cuento tendrás que cerrar los ojos y hacerte niño por unos minutos… porque sólo los niños se enamoran de las cosas de cada día y por eso gustan de la luz.

“Érase una vez un niño que tenía por juguete un angel bueno y por compañero un hombre malo.
El niño y el hombre se encontraban en una habitación grande de un viejo hospital. El niño, con su ángel bueno, en una cama blanca, junto a la ventana. El hombre, en la otra cama, suficientemente cerca para poderle hablar, suficientemente lejos para no poder curiosear por la ventana.

El hombre malo no sé qué enfermedad tiene que no puede levantarse. El niño amigo del ángel no sé lo que padece que requiere cuidados durante la noche.

Cuanto más bueno es el niño, más odios se encienden en el corazón del compañero. El niño habla de jardines; y de ensueños, de hombres y de chiquillos, de calles y de plazas, de todo cuanto ve por la ventana. A veces interrumpe su charla porque sufre fuertes ahogos; entonces agita la campanilla… y unas batas blancas que entran como alocadas, con un no sé qué, calman sus dolores de muerte. Y de nuevo, en cuanto puede, mirando por la ventana, continúa contando cosas de las nubes y de las flores. del color del cielo, del color del día, del color de las estrellas, del color de la noche. Una gran envidia, una mala pasión crece en el corazón del hombre malo que no quiere escuchar al niño, porque desea la ventana! Todo lo demás le aburre, le cansa. le agota, desea sólo la ventana! La imaginación sucia le empuja a ver cosas que el niño con ojos limpios no aprecia. Tal vez el niño ha adivinado sus locas pasiones porque hoy le ha hablado, como nunca, del sol, de sombras y de luces. El hombre malo se ha enfurecido: – Cállate! Y el chiquillo con la voz de su ángel:

– ¿Quieres que cambiemos de cama? Al perverso le hace daño la generosidad del niño. Y el niño, para alegrarle la vida, cuenta que te cuenta lo que ve por la ventana: – ¡¡Huy!!; qué rojo está el cielo. Y ese cielo rojo —que todo era cariño— enfureció como nunca al malvado. Aquella noche, cuando el chiquillo, como todos los días, llamaba a las estrellas cuando éstas asomaban sus espadas en el cielo, llegaron los ahogos mortales de siempre.El niño alarga su brazo para coger la campanilla… y no la encuentra. Después de un suspiro agotador, con muecas de dolor, palpa otra vez la mesilla.., y no halla nada en ella. Con gran esfuerzo se incorpora…, y clava sus ojos blancos en la mano negra del hombre que retiene la campanilla.

— ¡Toca, toca !.. ¡pronto! ¡Toca ! -chilla como puede el chiquillo—, ¡toca la campanilla!, ¡me ahogo! ¡ Toca, toca! ¡ Sé bueno !

Los ojos, casí muertos del niño contemplaron por última vez, en las manos duras de su compañero, una campanilla muda con una lágrima grande por badajo.

A la mañana siguiente las batas blancas entraron como de costumbre, y encontraron al hombre dormido y al chiqullo: ¡ muerto! Y la campanilla, fría y muda, sobre la mesilla. Se llevaron el cadáver del niño que tenía por juguete un ángel bueno. Y cambiaron de cama al hombre malo: junto a la ventana. Y esto es lo que vieron — con rabia— sus ojos: un paredón y un tejado, ¡eso sólo!, un gran paredón con grietas verdes y, en lo alto, un sucio tejado con tejas viejas, rotas, rojas, hechas de sangre. “(Jesús Urteaga, “Dios y los hijos”, 1961)

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