AMÁRRAME

Tourists holding map by Roman Forum sightseeing on travel vacation in Rome, Italy. Happy tourist couple, man and woman traveling on holidays in Europe smiling happy. Interracial Asian Caucasian couple

AMÁRRAME

Noemi Martínez

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Septiembre es un mes de cambios, de comienzos, de emociones encontradas, en el que por un lado está la mochila nueva, pero por el otro están las chanclas, la toalla y el Frigo Pie helado. Este mes tan particular, que sea como fuere, siempre huele a libro nuevo y a goma de borrar, es, por antonomasia, el mes de reflexión y pistoletazo de salida para los papás de los niños que estrenan de todo, puede que, incluso, hasta ganas de volver al cole. Lo que a los padres respecta, la catarsis comienza por saber cómo organizarse este curso que comienza, con sus extra escolares, sus fiebres de mañana, sus cumpleaños, sus festivales de navidad-carnaval-fiesta del cole-fiesta del comedor-fiesta de lo que sea, pero que siempre es en horario laboral. Septiembre es, sin duda, el mes de las buenas intenciones, el fin de año de un soltero que se brinda con los dedos cruzados para que Rosamari, la vecina rubia cañón que tiene adición a los mini short y a los piercings luminosos de ombligo, por fin le deje borrarle a besos el Long Lasting Lipstick . Al contrario que el mundo de los solteros-sin-complicaciones (llamados a arder en el fuego de los infiernos por abuso de ocio y molicie, así les siente muy malamente, ains…), para los padres, septiembre es momento de lápiz, papel y rutinas, nuevas rutinas…
– Entonces, ¿cómo hacemos, los llevo yo y los recoges tú…? – Con cara de estar cuadrando el planning de tramas de Juego de Tronos, miro al paciente padre para que me ilumine. A mí, ya metidos en fregados, sólo necesito coordenadas, porque tengo puesto el casco de soldado de milicias: ¡a la orden, Teniente!
– Mejor los llevas tú y los recojo yo, que me queda más cerca… – Asiente con la cabeza, para disentir en cero coma – O no, porque hay que llevar a uno a Kárate tres días a la semana y al otro no.
– Ahá… – Hago un borrón en la libreta, porque lo que habíamos planeado se va al garete. No pienso, sólo anoto. Desde que tuve a los niños, las conexiones sinápticas de la concentración las tengo bailando el Vente pa’cá, vente pa’cáááá, aaaa, de Ricky Martin.
– ¿En qué estás pensado? – El paciente padre, que sabe que estoy de cuerpo presente, pero que lo mismo mientras pergeñamos el plan de cuidado y crianza, estoy pensando en cómo se hace el agujerito a los Donuts, se ríe.
– ¿¡Yo!? Pues… – Chasco la lengua, me encojo de hombros y hago girar el lápiz en mi sien, con cierta chufla – A veces pienso mi habilidad para estar y no estar es como lo de los camaleones, que lo mismo verdes, como bata de flores…
– Pues yo creo que es el botón de reseteo que todos tendríamos que traer de serie antes de hacer pum… – El paciente padre, se vuelve a reír.
– ¿Y si te digo que acabo de tener un ‘déjá vú’, que esto ya lo hemos vivido? – Sonrío y dejo caer la cabeza sobre el papel en el que ya no hay plannig definitivo de llevadas y recogidas, de recogidas y llevadas.
– Nena, tú y yo vivimos en ‘déjá vú’ colosal desde hace seis años… – Ahora no ríe: se desmiembra de puritita risa.
– ¿Y no será que desde que nacieron los niños caímos mondos y lirondos en un agujero negro que nos comunica el culo con las témporas…? – Argumento, con NoeSeguridad, esa forma tan mía de ser categórica con lo que sé, lo que no sé y con lo medio pensionista-rubia de bote: que ni sí, ni no, ni nunca nada siempre.
– La conexión espacio tiempo culo versus témporas es lo mejor que he oído en tiempos… – Mi maridito me mira perplejo, bonita mezcla entre fascinación y preocupación: ¡aquí Crazy Mummy, digaméééé!
– Para que después digas que el cosmos me la trae al pairo… – Ahora me sumo yo a las risas, porque lo cierto es que sí, el rollo aurora boreal, estrellas con vagón de cola y lunas menguantes, me dicen tanto como el prospecto del Vicks Vaporub, oigan.
– Dicho lo cual, ¿me dices en qué estabas pensando? – No se da por vencido: tiene suma curiosidad por saber en qué andaba metida mi mente disipada, mi mente boomerang.
– Pueeees, ¿tú te acuerdas de aquel septiembre que nos fuimos de vacaciones a la Roma? – Suspiro, en decibelios que sólo entiende el que ha disfrutado del sabor del amárrame fuerte, hasta que me estrujes el ombligo – ¿Te acuerdas?
– Roma no existe, son los padres… – Otro suspiro. Ahora es él el que deja caer la cabeza contra la mesa. Oigo un toc, contundente, como si un pájaro carpintero estuviese pico va, pico viene, haciendo de la corteza del árbol una mesita Lack de Ikea.
– Hombre, no, los padres no, que lo mismo andan apurados con los hijos, y se extingue El Coliseo, con sus colas y sus romanos disfrazados de romanos beodos…
– Con la escoba en la cabeza y el escudo más abollado que el coche del vecino… – Aun con la cabeza sobre la mesa, su tono suena entre lacónico perdido y resignado; aunque, a decir verdad, también suena a Bocca della Veritá (qué bien traído el símil, no me digan…).
– Papi… – Digo, jugando con el lápiz sobre la libreta de organización familiar.
– Huuuum… – Dice con rintintín, sin levantar la cabeza de la mesa.
– ¡No se dice huuuum, se dice dimeeeee…! – Exclamamos al unísono.
Y es ese momento justo, nos damos cuenta de que por mucho que recordemos nuestra vida como solteros-sin compromiso (sí, los mismos que ahora veo como inflamables en la hoguera de las vanidades) de un modo nostálgico, con ansias de no retorno, no somos capaces de soñar sin llevárnoslos puestos. Nuestros niños, a los que corregimos su ‘huuuuum’ con nuestro ‘se dice dimeeee’ son ya nuestra forma de vivir y de agradecer la vida. Ellos, que tienen una agenda más apretada que la faja de un corista de Reguetón, son los que marcan los tiempos, las citas, el reposo y la holganza, ese descanso del que ya no recordamos el sabor, pero que como oso adicto a la miel, reconoceríamos su olor, por muy lejos que viniese.
– ¿Hace un helado…? – Pregunto, dirigiéndome a la nevera.
– ¿Italiano…? – Inquiere, con retranca.
– ¡Del Mercadona, un elefante nata-fresa, pero riquísimo…!
Nos reímos tanto y tan alto, que por la puerta de la cocina asoman dos cabezas, con sus ojitos locos, ansiosos de saber qué cosa tan graciosa se estaban perdiendo. Los miramos, y sin decir nada, sé, porque lo sé y no necesito oírlo, que por mucha Roma y mucho romano, nuestro momento es otro. Nuestros septiembres ya no tienen fila de embarque ni maletas con bikinis y libritos de autodefinidos, pero, a decir verdad, a quién le importa: ¡jugamos en otra liga, oigan! Ains. 

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