A CONTRACORRIENTE Valencia

TURISMOCIDIO

Enrique Arias Vega

Hace cien años, sólo hacían turismo unos cuantos privilegiados de clases acomodadas. Ahora, en cambio, andamos por los 1.280 millones de personas. Una barbaridad.

Se podría decir que ésta es una de las modas del Siglo XXI, consecuencia del desarrollo económico global. Mientras gran parte de la población mundial aún sufre penurias endémicas, una de cada seis personas, en cambio, viaja de un sitio a otro por placer, diversión y curiosidad.

Ante el vertiginoso crecimiento del fenómeno, surgen críticas no siempre bienintencionadas. Por ejemplo, la de esos elitistas que antes monopolizaban espacios, paisajes y lugares y que ahora deben compartirlos con gente que creen de inferior condición. En ese sentido, acabo de leer un artículo evocador y nostálgico sobre la Lisboa anterior a la masificación turística, como si el periodista español que lo escribe hubiera sido expropiado de la ciudad portuguesa por okupas de tour operadores.

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Ese es un sentimiento nefasto, sin duda. Otro bien distinto es reconocer que la capacidad de cualquier cosa es finita y que tiene que haber un límite de bañistas en Benidorm o de autobuses turísticos en Edimburgo, pongo por caso.

La primera vez que caí en la cuenta fue cuando, siendo director de El Adelanto, Salamanca se felicitaba del previsible aumento de turistas al ser nombrada Ciudad Europea de la Cultura junto con Brujas. Patrick Moenaert, alcalde de esta última, me dijo entonces: “Nosotros no queremos más visitantes, porque no nos caben”.

Eso, el planificar la capacidad (y la calidad) turística es una cosa magnífica, pero el practicar el turismocidio, otra bien distinta, ya que cada turista que rechazamos sin buscar una alternativa inteligente, en lugar de resolver un problema nos crea otro nuevo. Y así, lo siento, no hay solución que valga.

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