ODIO

El Turco

¿Es malo odiar?

Quizás.

Pero es humano.

¿No odiarías a la tormenta si hundiera tu barco?

¿No odiarías a la alimaña si devorara tu ganado?

¿No odiarías al huracán que arrancara del suelo tu casa?

¿No odiarías a aquello que te arrebatara a quienes amas?

Así pues, odia.

Que nadie te haga renunciar a ese sentimiento. Que la opinión interesada y deformada de algunos no se permita el lujo de acallar tu pensamiento. Habrá quien intente hacer que te sientas culpable por ello. Pero no lo consientas. Hay momentos en los que uno debe sentir de forma brutal: Se debe amar de forma brutal, ayudar de forma brutal, echar de menos de forma brutal… y se debe odiar de igual manera. Lo contrario, ahora, sólo puede ser un sucedáneo de silencios, crespones negros y manos entrelazadas que nos engaña, haciéndonos falsamente sentir mejor a la espera de próximas y seguras tragedias, escondidos en la bondad del cordero ante el lobo que ansía devorarlo, con la cabeza hundida en unos valores sociales que no nos permiten siquiera una sospecha de rencor hacia los que quieren asesinarnos.

Alguien dirá que nosotros no somos iguales y que no debemos actuar igual que ellos, incluso podrá llegar a justificarlo de forma coherente… Y tendrá razón. Y a la vez se estará equivocando. Porque la bondad nos hace diferentes, sí, pero no mejores que ellos, NO PARA ELLOS. Nuestra bondad, nuestro perdón (¿es posible eso? ¿de verdad?) es nuestra debilidad. Porque para estos fanáticos, los superiores son ellos y los malos somos nosotros, todos nosotros, los demás; y de eso, ellos no tienen ni nuestras dudas ni nuestros remordimientos.

Loading...

Mientras nosotros, los civilizados, permanecemos paralizados preguntándonos por qué y hasta qué punto somos responsables (¿no es un error?), ellos lo tienen claro. Ni siquiera se lo plantean. Están inmersos en una guerra infinita que no ha parado a lo largo de los siglos. Ellos saben que deben acabar con aquellos que somos distintos, matarnos a todos con la sucia justificación de una fe envenenada y la promesa de un paraíso cruel creado a “su carta” en el que no hay cabida para los que somos diferentes.

Y no hay más.

Repito, intentar encontrar una justificación para sus atrocidades es un engaño. Ellos están en guerra, una guerra en la que no hay prisioneros ni se hacen distinciones de edad, género o pensamiento; y buscar triquiñuelas intelectuales que justifiquen su barbarie será siempre su logro. Los niños que se ahogan en nuestras costas mueren porque huyen de ellos; los hijos que lloran en guerras lejanas, lo hacen por sus padres asesinados por ellos; el dolor que nos llena de lágrimas los ojos, está provocado por ellos; y, desde luego, no van a parar porque les pongamos la otra mejilla. Al contrario, seguirán aprovechando el puente de plata que nuestros valores y nuestras leyes les ponen delante para continuar con sus fechorías.

Además está la estupidez,  la idiotez de much@s que, mientras critican y agreden a aquell@s que nos protegen, pretenden, por otro lado, justificar los actos de esta gentuza ponzoñosa en base a «quién-sabe-qué-pecado» cometido por nosotros, las víctimas (en un rizar el rizo de la madre de todos los síndromes de Estocolmo conocidos y por conocer).

Y eso no puede ser.

No para mí.

Quizás, tras leer este texto, alguien considere que soy mala gente. Y probablemente tenga razón. Porque mi respeto y amor hacia las personas sea cual sea su edad, su género, su nacionalidad o su credo religioso no aplaca mi odio.

Odio a los que nos asesinan.

Odio su odio.

Que quede claro.

Be the first to comment on "ODIO"

Leave a comment

Your email address will not be published.