Pedro Hermosilla
Hace ya un taco de años, un tipo llamado Walter Mischel (psicólogo) puso a prueba y midió el control de los impulsos de chavalillos de cuatro años en una escuela infantil (es aplicable a cualquier edad simplemente cambiando el estímulo). La prueba consistía en dejar solos a los nenes delante de una suculenta golosina en un cuarto. Las reglas del juego: “Si te aguantas durante veinte minutos a que yo regrese, sin zampártela, te doy dos”. Así de sencillo y a su vez, así de difícil para los niños. Escogió hijos de profesores y de funcionarios de la Universidad de Stanford como conejillos de indias para realizar mejor el seguimiento de su experimento.
Unos resistieron la tentación, y otros, como es normal, se jalaron el manjar nada más el torturador psicológico se dio la vuelta. Los que consiguieron aguantar buscaron mil y una triquiñuelas para hacerlo: cantar, jugar con las manos y los pies, dormir, hablar consigo mismo como la “loca de los gatos”…etc.
La cosa queda que algunos años después, cuando ya eran adolescentes, los rastreó. “Et Voilà “: los zagales que habían resistido la tentación de la chuche diez o doce años antes resulta que se relacionaban mejor con sus compañeros, que asumían responsabilidades sin miedos, que eran más transgresores y tomaban la iniciativa, que se implicaban constantemente en nuevos proyectos, que tenían una confianza en sí mismos y en los demás morrocotuda…frente a los que cayeron que carecían de todas esas virtudes; o por lo menos, no las habían desarrollado tanto.
Pero la cosa no queda aquí, alucina, vecina: los niños fueron evaluados otra vez al terminar el instituto y el rendimiento académico de los unos fue tremendamente superior al de los glotones.
¿Se atreven a hacer el test con sus hijos o alumnos?
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