LIVING LA VIDA MADRE Valencia

FAN DE TI

Noe Martínez

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– Mamita, a mi amigo Lois ya se le han caído dos dientes, y ¿que no sabes qué le trajo el ratoncito Pérez…? – Nicolás habla con los ojos, todo emoción.
– Turrón de guirlache no creo, porque haría falta ser malo… – Me río, mientras coloco la ropa planchada en el armario.
– ¿Turrón de qué? – Le da a la cabeza de lado a lado, no sé muy bien si porque piensa que ya me zumbé o porque intuye que estoy eso que llaman chascarrillos – Le dejó una moneda de la china, así toda china, con un chino con ojos de chino y letras chinas…
– Para gastar en la China, supongo… – Hay padres muy pasados de psicomotrocidad fina: ¿una moneda china? Porque no tenían a mano el Monopoly, porque sino…
– No, para ir al bazar chino a comprar un Spinnig de purpurina, de los que ilumina un montón si consigues hacerlo girar un año entero…
– Nicoláááás… – Atajo la trola, con la cabeza metida dentro del armario.
– Bueno, un año no puede girar, porque lo mismo se te desgasta el dedo… – Se ríe, mientras come no sé qué chuminada salada de color naranja, que estoy segura está hecha con calvorota de Hare Krishna y es tan sano como chupar una grapadora – Pero si me dejas un guante de los tuyos, seguro que soy capaz de hacerlo girar dos años, ¿qué te crees?
– Nicoláááás… – Vuelvo a atajar la exageración, más que nada, porque esta vez ya estamos en dos años, y la cosa induce a chufla – Si ese molinete puede girar dos años seguidos, el verano que viene te pongo en la mesa del salón, con el dedo para arriba, y ya no tenemos que poner ventilador…
– Pero mamáááá… – Se ríe a todo pulmón – Yo no puedo estar dos años con el dedo así, para arriba, que es el dedo de jugar a los dragones en el móvil de papá.
– ¡Adjudicado! – Me tiro a su lado en la cama, sabiendo que me queda la mitra de ropa limpia por ubicar antes de que Lorenzo se levante de la siesta. Aun así, los momentos colosales con los niños llegan así, sin pensar, para que cuando suceden, te pillen con el corazón blandito – El verano que viene serás VentiladorMan, el súper héroe espanta moscas con las aspas…
– ¡Que nooooo…!
Se ríe y se ríe tanto, que se le salen miguitas anaranjadas de la boca. Sea lo que sea que está comiendo, huele a queso nuclear y a sal del mar muerto. Lo sé, estáis pensando por qué se lo dejo comer: fácil, no le dejo, por eso, cuando alguien le regala un tubo kilométrico de chungo-chuches (sin marca, todo recordando a algo pero sin serlo realmente: casi gusanitos, casi chupachup, casi ositos, casi palote…), lo primero que hace es tirarse a por lo prohibido. Aunque parezca absurdo, desde que soy mamá, analizo muuuuuy mucho las reacciones de mis hijos antes las normas impuestas, y me he dado cuenta de que cuanto más demonizas, cuanto más das zanfoña con el que viene el coco, más idealizan al coco, más mola ir a por él. Llámale provocar, llámale medir fuerzas con lo desconocido. Y sí, la cosa iba de snack anaranjado y tal, pero créanme, que si lo extrapolamos a todo lo demás, pues lo mismo encaja. Miro a mayor y me pregunto cuánto caso me hará cuando le señale el hoyo en el camino antes de que lo pise. Angustiadita perdida, le robo un puñado de ganchitos salados y lo engullo a dos carrillos, para ver si así me trago mis miedos.
– Yo creo que a mí se me están cayendo dos dientes, mami… – Nicolás se afana por balancear los dos paletos de arriba. Y le da y le da y le da, pero allí no se mueve ni Cutús – ¡Vesf, estof dosf…! *.
– Lo único que veo de estos dos*- Le saco la mano de la dentamia, segura que como siga así, voy a tener que llamar a Leroy Merlin para que le alicanten el frontal – es que si no paras, te los vas a arrancar. Y entonces, no vale.
– ¿Qué no vale el qué…? – Se queda perplejo, viéndose venir la enésima norma coñaza a una tradición tan molona como que un ratón te deje chinchimoni para comprarte un sobre de Zoomlings, una pelota saltarina o un lo que sea Minion (en breve, los dispositivos intrauterinos también van a tener forma de habita amarilla, con gafas monóculo grises y peto vaquero. La virgen, que sobre exposición…).
– Que no vale tirarte un diente para que el ratón Pérez te deje una moneda: tiene que caer por su propia voluntad…
Mientras el mundo gira y se debate entre si tienes más propiedades la soja o el altramuz, allí estamos mi hijo mayor y yo, jugando a las teorías de la evolución.
– No sé qué quieres decir con eso de la voluntad, pero mis dientes son muy listos: se me van a caer cuando yo quiera, y seguro que es antes de mañana, para celebrar mi cumple con cara de mayor…
– Lo niños mellados son muy guapos… Le beso la nariz.
– Yo quiero estar mellado para ser guapo… – Y ser ríe otra vez.
– Tú serías guapo hasta con los dientes de un cocodrilo… – Me tiro en plancha, a comerlo a besos y freírlo a cosquillas.
– ¡Que me voy a hacer piiiiis, que me voy a hacer piiiiis…! – Protesta, pero sin apartarse. Los mimos son adictivos, oh yeah.
– Pero vamos a ver, ¿a tu hermano ya le quitamos el pañal y ahora te los voy a tener que poner a ti…? – Le pellizco el culete y me reafirmo en mi idea de que hay tiras de churrasco con más carne. Todo él fibra, todo él tan Nicolasetti Spaguetti.
– Oye, que soy un chico, yo no llevo pañales desde ni sé cuándo…
Y así, sin querer, vuelo por los aires, y lo veo bebé, tan bolita de jamón y queso, tan regordete y buenazo que dan ganas de comerlo, para alimentar el alma entera. Nunca tuvo prisa pasra nada en la vida, y menos para nacer, que al pobre lo desalojamos al grito de oyeeeeeeeee, chatoooooooooooo, que si ves que tal, te pasamos los biberones por mensajeroooo. 41 semanas después de aquel predictor que nos dijo que lo bueno empezaba, asomó los ojazos locos, dejándonos a su padre y a mí tocados del ala para siempre. Amarlo iba en el manual de instrucciones, pero lo que no sabíamos es que hacerlo iba a ser tan increíble. Han pasado seis años. Seis añazos en los que ha habido de todo, pero todo bueno. Años complicados por la novedad, la inexperiencia, el poco sueño, los miedos arraigados y de nuevo cuño. Seis años de hegemonía compartida, en los que pasó de ser hijo único, a la otra rueda de la bicicleta (Lorenzo, locura de amor is coming!). Tanto tiempo bueno y tanta vida buena, que ahora que él se hace mayor y se quiere tirar los piños a pedradas, ganas dan de meterlo en un bote de agujeritos en la tapa, como si fuese un grillo, para verlo comer, oírlo hacer cricri y pensar ojú, la naturaleza: vaya nivel de diseño en bicherío que tiene.
– ¡Mamitaaaaaa…! – Por el vigilabebés oigo a Lorenzo, protestando porque está solo durmiendo la siesta – Ven mía, ¿sí?
– ¡Vamos, mami…! Que me llama mi hermano… – Nicolás salta de la cama como una chispa eléctrica.
– Oye, que me ha llamado a mí… – Lucho por ganarle la carrera, ávida de ser yo la primera cara que vea el bebé tras la siesta.
– ¡Checheché…! – El paciente padre nos cierra el paso, haciendo lo propio para ir a la habitación de Lorenzo – ¡Un respeto al cabeza de familia: me ha llamado a mí…!
– Que no, que me llamó a mííííí… – Nicolás se le cuela entre las piernas, muerto de risa, mientras no dejamos de oír al bebé decir ven mía, ¿sí?, ven mía, ¿sí?, ven mía, ¿sí?.
– Pero vamos a ver, muchachos: ¿vosotros os llamáis mamá…? – Y haciendo la serpiente, me afano por ganar la carrera. Cuando por fin estoy en la puerta, cojo en el regazo a Nicolás, y guiño un ojo a mi maridito – ¡Papi, medalla de plata!
Subo la persiana un poquito y dejo a Nicolás en la cama con su hermano. Me siento en el suelo y disfruto del regalo que es ser mamá de dos tipos tan extraordinarios, capaces de hacer único cualquier momento. Miro a paciente padre, reciente medalla de plata, y sé que está pensando lo mismo que yo…
– ¡A por ellos…!
Y nos tiramos en plancha en la cama, que no sería una proeza si no fuese porque es de 90, y allí no cabe un alfiler. Con todas y con esas, con extremidades por doquier, hacemos una cadena de humanos y humanitos, para no caernos y abrazarnos locamente.
– Mamita, esta camita es un tubús… – Lorenzo se ríe a dolor.
– Efectivamente, amor, esta camita es un autobús…
– Oyeee, que me acabas de dar con un codo en un dienteeee… – Nicolás protesta, llevándose la mano a la boca.
– ¿Pero tú no querías que se te cayesen…? – Arguye el paciente padre, haciendo de cinturón de seguridad ante caída libre de niños, borde de la cama abajo.
– ¿A ti no te explicaron los abuelos lo de la voluntad de los dientes y la cosa esa de que si te tiran el diente, no hay moneda? – Nicolás bufa.
– Las moneítas mías de mi huxa…* – Lorenzo se levanta a por su hucha, que suele ser una maraca, clinclín, clinclín, clinclín.
– ¿¡Ostraspedrín, Lorenzo, tú no serás el ratón Pérez…!?
– Noooo, yo soy un tigurón…*
Y el bebé la emprende a bocado a diestro y siniestro. Nunca amar a un tiburón fue tan genial ni tan pavero.
¡Felices seis años, Nicolás! Quererte es nuestra suerte.

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