Opinión

Medidores de personas

Vicente Torres

Hay un Grande de España que casi todo el mundo sabe que es pequeñito, minúsculo, mínimo…

Tengo escrito que a las personas no se las puede medir, salvo que ellas mismas den muestra de su pequeñez. Es imposible tener en cuenta todas las facetas de que se compone un ser humano, aunque lo de tomar en cuenta, como decía Ortega, la capacidad de profundizar en la cordialidad suele funcionar.

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Para lograr esto hay que haber alcanzado una gran calidad humana. Por su parte, Gasset alertó sobre los bárbaros ilustrados (conocí a uno que se refería a Ortega y Gasset como esos dos que escribían juntos).

Los hay que lo único que quieren de los demás es el aplauso y cuando hablan en realidad se escuchan a sí mismos, como si quisieran demostrarse algo, posiblemente para enmascarar lo que realmente les preocupa. Algunos, más de los que sería deseable, son maestros en el arte de la adulación y tienen por tontos a quienes rehúsan estas mañas. Quienes se sirven de la prepotencia, con la que pretenden demostrar su superioridad, reconocen implícitamente su inferioridad con respecto a la persona a la pretenden vejar. En el mismo saco que a los prepotentes cabe meter a los que se sirven de la traición, el engaño, la deslealtad… En una relación entre dos personas, esporádica o duradera en el tiempo, siempre hay un contrato tácito, una lealtad que se espera, aunque no se haya dicho nada sobre el asunto, y quien lo rompe es el inferior. Los maestros del juego subterráneo demuestran que en su fuero interno no se sienten muy satisfechos de sí mismos.

Medir a las personas es muy difícil, pero cada una, con su comportamiento, va dejando señales del valor que piensa que tiene. Lógicamente, abundan los que piensan que todos estos detalles le pasan desapercibidos al prójimo. Es posible que en algunos casos acierten.

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