Opinión

Por la boca muere el pez

Susana Gisbert

¿Cuántas veces no habremos eso escuchado eso de que “por la boca muere el pez”? Un dicho que, junto a algunos primos hermanos, como el “dime de que presumes, y te diré de qué careces”, lejos de perder actualidad, la ganan con el advenimiento de esta sociedad de la información de nuestros desvelos. Tal cual.

Y es que prácticamente cada día aparece alguien que debería plantearse seriamente eso de pensarlo dos veces antes de abrir la boca. En los medios de comunicación, en las redes sociales, en cualquier foro público y hasta en la tertulia del café. Y hacer suyo eso de valer más por los silencios que por las palabras.

Sucedió esta semana. Una política de alto voltaje presumió en una entrevista de “hacerse la rubia” para convencer de sus palabras a los hombres que la escuchaban. O, mejor dicho, que no la debían escuchar, visto lo visto. Como si se tratara, además, de una gracia. Y maldita la gracia que tiene.

La cosa tiene miga. Además de soltar uno de los más rancios estereotipos machistas, el de la rubia tonta, esas afirmaciones dejan en un mal lugar a quienes hayan asistido a esas reuniones. Sugerir que usar los supuestos encantos femeninos para encandilar a los hombres dice poco del sujeto activo, y menos aún del pasivo. Si pretendía presumir de inteligencia, mal. Y si pretendía hacer humor, peor. Pero tal vez lo más preocupante de todo es lo que esconden esas palabras en el subconsciente, aunque no hubieran sido dichas. Que no es otra cosa que ese machismo de nuestra sociedad que no solo existe, sino que encima debe hacernos gracia.

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Pero no es la única a la que el subconsciente ha traicionado. No hace mucho oímos a otro alto cargo decir que no había mujeres preparadas para ocupar determinados puestos y quedarse tan fresco. Argumento que, por cierto, no es ni exclusivo ni de su invención. La de veces que habremos oído razonamientos semejantes para excluir a las mujeres de puestos de relevancia…

Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, que una famosilla de medio pelo pretendió hacer un alegato sobre la no discriminación por orientación sexual, dicendo que los respetaba tanto a ellos “como a las personas normales”. Toda una evidencia de su propia contradicción, a la que alguien, por hacer la gracia, comentó eso de que “es que es rubia”. Otra vez el dichoso cliché a cuestas.

Lo siento, pero no me gustan los chistes machistas. Y no necesito reirme de ellos para contentar a nadie. Como jamás me reiría de un chiste sobre homosexules, sobre judíos o sobre negros, por poner un ejemplo.

Pero la igualdad entre hombres y mujeres siempre parece ser una igualdad de segunda división. Pensemos, si no, cómo se nos quedaría el cuerpo si un político dijera que “se hace el gay” para convencer a sus homónimos de algo.

Pues eso. Que aunque haya quien se empeñe en decir lo contrario, todavía nos queda mucho camino para ser cada vez más iguales. Y frases como éstas no hacen sino poner obstáculos en el mismo. Se sea rubia, morena, pelirroja o calva.

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