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La metáfora (II)

Todos hablamos metafóricamente -unos más y otros menos, según temperamento y circunstancias- sin apenas darnos cuenta

  Pedro H. Pineda / EL ARTE DE ESCRIBIR

La sombra de una nube que se pasea lentamente como un
pensamiento amargo.

El poeta granadino Federico García Lorca es el escritor español que se ha distinguido, ante todo, por su gracia y novedad en el empleo de la metáfora. Toda su obra está plagada de imágenes originales, expresivas, nuevas y relucientes, como monedas recién salidas del troquel.

He aquí algunos ejemplos de metáforas «lorquianas»:

«El camino que conduce a la Cartuja se desliza suave entre
los saúcos y las retamas, perdiéndose en el corazón gris de la
tarde otoñal.: o
« Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón
del aburrimiento»

No se crea, por lo dicho hasta aquí, que la metáfora es cosa exclusiva de poetas. En realidad, todos hablamos metafóricamente -Unos más y otros menos, según temperamento y circunstancias- sin apenas darnos cuenta. Toda el habla popular está plagada de metáforas. Así decimos «sudar tinta», «cara de cemento», «memoria de elefante», «el cielo de la boca», «al romper el día», etc. Pero con la metáfora, sucede como con todo en este mundo: el peligro está en el abuso. Porque la metáfora, debe ayudar a la rápida comprensión intuitiva del pensamiento, no obligar al lector a una gimnasia mental para desentrañar el íntimo sentido metafórico de una frase o período.

Podría escribirse, por ejemplo:

Nieva …
Del cielo caen, lentas,
blancas mariposas muertas.

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Sin embargo, la metáfora resulta algo forzada. En los versos citados
se obliga al lector a imaginar lo que nunca vio: millones de mariposas muertas cayendo del cielo. Y, por añadidura, todas blancas. Lo raro del espectáculo convierte a esta metáfora en inútil ejercicio mental.

El propio García Lorca, en su afán por la renovación de las imágenes,
nos da a veces metáforas que resultan incomprensibles a la primera lectura y que obligan a un esfuerzo para ver (comprender) su sentido.

EJEMPLO:.

» Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones. «

En cambio, acierta plenamente, cuando dice: «Un pleno de cigarras tiene el campo», o también «y un horizonte de perros, ladra muy lejos del río «.

En resumen, en este difícil escollo de las metáforas es preciso evitar «la anarquía de la imaginación. «Oled mucho una flor, decía Guyau, y acabaréis por ser insensibles a su perfume»; después de cierto número de vasos de ginebra, se embota el gusto. Todo ejercicio de una función o de un sentido, lo agota: la postración que sigue es proporcional a la violencia de la acción. Por esto es necesario introducir en la obra de arte, gradación y variedad. Nuestros poetas y novelistas contemporáneos olvidan demasiado esta ley: su estilo es perpetuamente tenso; sus imágenes perpetuamente brillantes y hasta violentas. Resultado: a las dos páginas ya estamos extenuados. »

El peligro, pues, no está en la metáfora, sino en su patológica deformación, en ese cáncer del estilo que, humorísticamente, podría también ser llamado «metaforitis», y del que resulta jocosa muestra el siguiente trozo descriptivo:

«Ella tenía la frente de marfil, los ojos de zafiro, cejas y cabellos de ébano, mejillas de rosa, una boca de coral, dientes de perla y cuello de cisne.»

De donde resulta que la «Ella» así descrita era un muestrario de las
más diversas cosas. Uno no sabe si lo descrito es una mujer, el escaparate de una joyería o un monstruo.

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