Opinión

Falleras mayores

Susana Gisbert

Es inevitable. Es llegar las fallas y a esta humilde juntaletras se le pone la peineta en el cerebro y no hay modo de impedir que dé la lata con el tema. Cosas de la vida, y del fallerío que me viene de serie.

Pero si hay lectores generosos que siempre me perdonan, este año todavía más que tengo bula. Porque este año las Fallas son muy especiales, porque somos Patrimonio de la Humanidad, y más aún para mí, que he tenido el enorme honor de ser la mantenedora de Raquel Alario, nuestra Fallera Mayor de Valencia.

Por eso, aprovecharé la bula, la paciencia de quienes me lean, y el envite, para dedicar unas líneas a lo que significa ser fallera mayor. Algo que muchas sabemos, que otras intuyen, y que hay quién piensa que es una tontería, y hasta algo pelín retrógado y casposo. Por supuesto, para gustos hay colores.

Yo tuve mi experiencia, allá por los años ochenta, cuando durante una año cambié hombreras y cardados por corpiño, moño y peinetas. Eso sí, a pequeña escala. Fui fallera mayor de mi querida falla, Cádiz Denia, y ahí acabé mi periplo falleramayoril, aunque he seguido y sigo siendo fallera. Pero siempre he dicho que fue uno de los mejores años de mi vida y sin duda uno de los mejores regalos que me hicieron mis padres. Posteriormente, repetí vivencia ya en este siglo, cuando mis hijas fueron falleras mayores infantiles de mi falla. Y espero que alguna de ellas, ya de adulta, me vuelva a dar el gusto.

La cuestión es que como una misma, como madre, o como lo que sea, es algo inolvidable para quienes estamos enganchadas en ese veneno llamado “fallas”. Y, cada vez más, una oportunidad de conocer gente, de tener viviencias diferentes, de conocer cómo se hacen las cosas más allá de los muros del propio casal. Un año maravilloso, pese al cansancio y a todos los supuestos inconvenientes, que se viven sin problemas.

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Muchas veces se ha tildado a las falleras mayores de florero o de adorno en las fallas, de representar un papel que no va más allá del meramente decorativo. Siempre pensé que no es así o que, al menos, no tiene por qué serlo, y que somos nosotras mismas quienes nos tenemos que encargar de dar valor al papel de la mujer en la fiesta. Y, por suerte, cada vez lo veo más.

Como he dicho, este año he tenido la enorme suerte de vivir las Fallas de otro modo. De conocer y compartir vivencias con nuestra Fallera Mayor, y con su Corte de Honor. Y estoy en condiciones de asegurar que nada más lejos de ser floreros, por guapas que sean –que lo son- y bien que luzcan nuestro traje regional –que lo hacen-. Se puede ser fallera y reivindicar cada día, con las actitudes, el importante papel de las mujeres en las Fallas y, por supuesto en el mundo.

¿Que no soy objetiva? Probablemente, pero tengo bula, ya lo he dicho. Este año es muy especial para mí, y aprovecho para gritar a los cuatro vientos la importancia del papel que las mujeres desempeñamos en las Fallas, y lo que todavía nos queda por hacer. Ya hay mujeres pirotécnicas, artistas falleras, presidentas de fallas. De hecho, este año se les hizo un precioso homenaje por el Día de la Mujer. Pero éste no es más que el principio del camino. Y estamos llamadas todas a recorrerlo, con peineta o sin ella.

Así que hoy dedico estas líneas con todo mi cariño a la que será hoy y para siempre mi Fallera Mayor, Raquel. Y lo hago extensivo a su homónima infantil, Clara, y a sus Cortes de honor. Porque todas ellas tienen la llave del futuro de las mujeres valencianas.

@gisb_sus

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